Desde los comienzos de internet, hace ya más de cincuenta años, siempre ha habido personas que han convertido el mundo digital en el centro de su día a día, tanto a nivel laboral como profesional. Una comunidad de amantes de la tecnología gracias a la que hemos podido ir descubrimiento los grandes avances del siglo XX hasta llegar al presente hiperconectado en el que nos encontramos ahora: telefonía móvil, robótica, ordenadores en todos los hogares, impresión 3D, inteligencia artificial, coches autónomos, 5G, todo tipo de realidades (aumentada, mixta y virtual), blockchain, IoT... Toda una maravilla de era digital.

Pero si somos muchos los tecnófilos que ya estamos deseando saber todo lo que está por venir con el metaverso, también siempre han estado aquellos que miraban lo digital con recelo… Y esto, sin duda, se ha visto agravado en las últimas décadas en las que parece que ha surgido una verdadera corriente ultraconservadora digital: ¡alejemos a los niños de las pantallas!

El sector, dentro del universo tecnológico, que más ha sufrido casi desde sus orígenes de este acoso inquisitivo ha sido el de los videojuegos. Tanto los gamers como la propia industria han sido acusados de ser el motivo de muchas de las tragedias que más alarma social han generado en la opinión pública durante décadas. El propio Donald Trump, expresidente de EE.UU., llegó a decir que consumir tanta violencia en los videojuegos fue la causa de la matanza de estudiantes de Tlatelolco, ocurrida en 2018. Y a este lado del atlántico hemos vuelto a revivir hace pocos días lo mismo tras el parricidio de Elche.

Y es que da igual una catana, una escopeta o la propia salud mental de los adolescentes, aquí 'lo que vende' es si estaban enganchados o no a los videojuegos, y, así, tener la excusa perfecta para, una vez más, culpar a la tecnología de todos los desastres mundiales…

Sobre la capacidad de los videojuegos de hacer más violentos a los menores, una de las personas que mejor y más seriamente han estudiado este tema, siendo un referente en el campo, es Chris J. Ferguson. En 2015 publicó el estudio 'Do Angry Birds Make for Angry Children?'. Un meta análisis de las influencias de los videojuegos en la agresión, la salud mental, el comportamiento prosocial y el rendimiento académico de niños y adolescentes. Y concluía que la influencia en el aumento de la agresión era mínima.

Años más tarde, en 2017, escribió junto al profesor de Psicología Patrick Markey, 'Moral Combat: Why the War on Violent Videogames Is Wrong' (Combate Moral: por qué la guerra contra los videojuegos violentos se equivoca), un ensayo fruto de sus investigaciones donde confirmaron que no existía ninguna prueba científica que relacionara esta industria del entretenimiento con los crímenes violentos.

Más violentos no, pero entonces, ¿adictos?

Pues ahí tenemos otro de los grandes temas mediáticos: el móvil y los videojuegos como la nueva droga del siglo XXI. Según la encuesta 'ESTUDES 2018-2019', respecto al uso de videojuegos, el 80% de la población de estudiantes de 14 a 18 años encuestados han jugado en el último año, y de ellos, solo el 6,1% presentaría un posible trastorno por videojuegos según la escala basada en criterios DSM-V.

En esta desproporcional preocupación por si los videojuegos generan o no adicción en los menores ha influido que desde el 1 de enero de 2022 el trastorno por videojuegos entrará en vigor como nueva enfermedad mental en el CIE-11 -la Clasificación Internacional de Enfermedades de la Organización Mundial de la Salud (OMS)-, no sin un gran desacuerdo en la comunidad científica y las protestas de la industria del videojuego.

Según la OMS para poder hablar de 'adicción o trastorno adictivo' se tienen que cumplir una serie de criterios: una actividad que se realiza en exceso y escapa al control del individuo y, con ello, causa deterioro funcional, pero se continúa o incrementa a pesar de las consecuencias negativas (se requiere un periodo de, al menos, 12 meses para que se asigne el diagnóstico).

El riesgo de esto para muchos profesionales expertos es que hay actividades que “se hacen en exceso” (y cumplen esos criterios superficiales) y pueden ser consideradas como trastorno adictivo sin serlo.

Porque como dice José César Perales, catedrático de la Universidad de Granada y experto en Adicciones Comportamentales: "Si aplicamos criterios muy laxos para evaluar qué es una adicción, podemos generar un pánico que reduzca los recursos disponibles y convierta en problemáticas ciertas actividades lúdicas, con un tanto por ciento muy pequeño de casos que requieran atención clínica".

¿Por qué un niño juega en exceso a los videojuegos? A lo mejor carece de habilidades sociales en la vida real, y sí obtiene este reforzador dentro del juego. Puede sentirse maltratado o acosado por sus iguales y ha convertido el avatar de sus videojuegos en un súper héroe (irreal) que todos admiran y con el que todos quieren jugar. O es un niño muy impulsivo e hiperactivo y le cuesta tener autocontrol con el juego.

Por ello, lo más importante es que las familias estemos siempre acompañando y supervisando la actividad digital de los menores para poder detectar signos de alarma que puedan indicarnos que algo va mal:

- Se encierra en su habitación más de lo habitual.

- Baja su rendimiento y calificaciones en el colegio de manera repentina.

- Notamos cambios físicos como bajada de peso, cansancio o somnolencia.

- Cambia de amigos repentinamente o se aísla, y no quiere salir de casa.

- Se muestra agresivo de manera constante, contesta de mal modo o cualquier otro cambio pronunciado en su carácter, como tristeza o ansiedad.

- Se irrita, o incluso se vuelve violento, cada vez que intentamos que desconecte del ordenador o deje de utilizar el móvil.

En estos casos, debemos acudir a un profesional que nos aconseje, como nuestro médico de cabecera, o a centros especializados de Prevención y Tratamiento de Adicciones, donde, dependiendo de la gravedad del caso, nos atenderá un equipo de Orientación Familiar (que guía y orienta a la familia) o personal sanitario (psicólogos, médicos, enfermeros, etc.), que trabajarán directamente con el adolescente.

Así, según vayan creciendo, serán ellos mismos quienes aprendan a disfrutar de internet sin riesgos. Porque sí, hay riesgos en internet (ciberbullying, sexting, grooming, phising, etc.), pero prohibir la tecnología no hará que nuestros hijos estén más seguros. Dejemos, por tanto, de buscar culpables, los videojuegos, el móvil, las redes sociales, el chachachá… La mejor opción siempre será la Educación.