Esta semana, la Reserva Federal (FED) anunció una desaceleración más rápida de su programa de compra de bonos y la decisión de subir tipos en 2022. Al mismo tiempo, el Banco de Inglaterra incrementó las tasas de interés, la primera alza en una economía del G-7. El BCE ha confirmado que comenzará a reducir los estímulos monetarios el año próximo, pero a menor ritmo que la FED y ha descartado a priori una elevación del precio del dinero en el ejercicio 2022. Su lema es la flexibilidad lo que resulta surrealista en una institución que ha de generar certidumbre. El diferente comportamiento de los bancos centrales obedece a su distinta percepción de las perspectivas de la economía y de la inflación en el medio plazo.

Los institutos emisores norteamericano y británico han considerado necesario actuar con rapidez no sólo para reducir las altas tasas de inflación actuales sino para transmitir al mercado su decisión de no tolerar el desencadenamiento de una dinámica inflacionaria. Esto es imprescindible para romper las expectativas alcistas de los IPC (Índice de Precios al Consumo) y evitar la generación de los denominados efectos de segunda ronda; por ejemplo, de una espiral precios-salarios.

De esta actuación cabe deducir dos cosas: primera, las tensiones sobre los precios no son o, mejor, no tienen por qué ser transitorias; segunda, esta situación es mala para la recuperación de la economía.

El BCE eliminará el Programa de Compras de Emergencia por Pandemia (PEPP). En marzo dejará de comprar cerca de 70.000 millones de euros mensuales. Ahora bien, elevará de 20.000 millones ahora a 40.000 las compras de activos realizadas a través del APP (Programa Ampliado de Compra de Activos) si bien éstas irán declinando hasta situarse en 20.000 millones a finales de 2022.

Al tiempo, como se ha comentado, Lagarde descarta subir tipos. La estrategia del BCE está marcada por dos cuestiones: una, el pavor a que un endurecimiento excesivo de su política monetaria liquide la frágil reactivación económica de Europa; dos, su creencia en un descenso de la inflación en el medio plazo, aunque en 2022 se sitúe por encima de su objetivo: igual o inferior al 2%.   

Si bien la estrategia del BCE peca de insuficiencia por miedo y se sustenta en la fe en vez de en una evaluación seria del peligro inflacionario, el proceso de reducción de las adquisiciones de deuda, de materializarse, supondrá a finales de 2022 una caída drástica de los recursos destinados por los banqueros de Frankfurt a aquel fin.

A medida que se avance hacia esa meta, los Estados se verán forzados a colocar un porcentaje creciente de sus emisiones de bonos en el mercado. Ello se traducirá en una prima de riesgo mayor para los países con altos niveles de endeudamiento, sin planes para recortarlos y sin reformas estructurales capaces de incentivar la oferta productiva. Como siempre, España es uno de ellos.

La estrategia del BCE peca de insuficiencia por miedo y se sustenta en la fe en vez de en una evaluación seria del peligro inflacionario

Por otra parte, la ampliación de la brecha entre las tasas de interés a ambos lados del Atlántico derivada de la mayor restricción monetaria en Estados Unidos implica una apreciación del dólar versus el euro y, por tanto, un encarecimiento de las importaciones denominadas en la divisa estadounidense; en concreto, de los productos energéticos como el gas o el petróleo.

En una economía europea cuyo consumo de energía primaria procede en más de un 70% de los combustibles fósiles, la depreciación de la moneda europea impacta de manera directa y negativa a los costes de producción de las empresas y a los precios al consumo. En otras palabras, el potencial abaratamiento del gas a partir del segundo semestre de 2022 se vería en parte compensado por la perdida de valor del euro frente al dólar.

El BCE respondió tarde a la crisis financiera de 2007 y, cuando lo hizo, se embarcó en una política laxa muy agresiva y demasiado prolongada. Ahora se repite la historia, pero en la dirección contraria. Se está retrasando en el retorno a la normalidad monetaria por una sola razón: tiene pánico a que se le achaque la responsabilidad de abortar la cada vez más débil recuperación de la economía europea.

El problema es que no puede evitar esto y el coste de la heterodoxia es muy alto: una pérdida absoluta de credibilidad y de confianza. Esto es lo que ocurre cuando los bancos centrales juegan a ser dioses y terminan convirtiéndose en esclavos de las políticas practicadas por gobiernos irresponsables.