Como ferviente defensora del planeta y del medio ambiente, sé que mucha gente considera hipócrita que también esté a favor de la energía nuclear, vilipendiada por cualquier ONG ecologista que se precie. Sin embargo, dada la enorme urgencia de descarbonizar la economía y los avances que ha vivido esta fuente de energía en los últimos años, no puedo más que alegrarme ante el reciente anuncio de Francia de volver a apostar por ella.

Para el país tiene mucho sentido. No solo es el principal defensor y productor de energía nuclear de Europa, con una contribución de casi el 70 % de su electricidad producida en el país en 2020. Además, el anuncio ha ocurrido días después de que la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, informara de que estudia que la inversión en nuevas centrales nucleares empiece a clasificarse como 'verde' en el territorio europeo de forma inminente durante la COP26.

Juego, set y partido para la histórica confianza de Francia en la energía atómica, frente a las posturas de otros países europeos como Alemania y España, que llevan años abandonándola paulatinamente, a pesar de que la vida útil de nuestros reactores en funcionamiento aún podría estirarse varios años más. ¿La razón? Bueno, hay varias, y no creo que ningún experto pronuclear pueda negarlas, ni yo tampoco pretendo hacerlo.

Los famosos desastres de Chernóbil (Ucrania) y más recientemente Fukushima (Japón), no dejan lugar a dudas sobre los riesgos que supone la energía nuclear. Y si el peligro no fuera suficiente, los residuos que produce son tan radiactivos que deben enterrarse en cementerios de hormigón durante décadas. No obstante, las enormes diferencias en las cifras de muertos (solo uno en el caso japonés) y de extensión de cada uno de estos accidentes también demuestran que la tecnología no ha dejado de mejorar.

Gracias a décadas de investigación e inversión en I+D, los pequeños reactores modulares, cuyas piezas más pequeñas pueden producirse en fábricas normales y a escala para reducir costes; los de fisión avanzada, cuyo diseño es mucho más seguro que los tradicionales; y la histórica promesa de la fusión nuclear, que casi no dejaría residuos; llevan años reavivando el apoyo al sector.

Los multimillonarios Bill Gates y Warren Buffet se encuentran entre las figuras más destacadas en la promoción de esta fuente de energía, y el valor de las principales empresas de producción de uranio (la materia prima necesaria) así como el de las propias compañías responsables de las centrales nucleares no para de aumentar.

Pero ¿por qué apoyar una fuente de energía que sigue siendo peligrosa y prohibitivamente cara? La respuesta está en el cambio climático. A mi corazón ecologista le encantaría que el mundo se alimentara únicamente de energía 100 % renovable y limpia. Pero mi cerebro científico sabe que una transición energética de este tipo no solo será carísima y llevará décadas, también podría resultar ineficaz dada la intermitencia de las renovables y los escasos avances en sistemas de almacenamiento y transmisión.

Una transición energética de este tipo no solo será carísima y llevará décadas, también podría resultar ineficaz

Si queremos seguir teniendo fuentes de energía fiables que no contribuyan a las emisiones de efecto invernadero, la respuesta más realista está en las nucleares. ¿Es una fuente perfecta? Para nada, pero, como en casi todo en esta vida, a veces hay que hacer determinados sacrificios para lograr un bien mayor.

La energía que deja de producirse con cada central cerrada debe compensarse de alguna manera. Y si esto se hace mediante renovables, entonces no pueden utilizarse para sustituir a los combustibles fósiles, que son los que de verdad necesitamos erradicar.

Y a ver quién es el guapo que se va a países como la India a decir que tiene que reducir su consumo de energía y sus emisiones cuando millones de sus ciudadanos aún carecen de electricidad (recuerde que, a nivel histórico, los principales responsables de los gases de efecto invernadero acumulados en la atmósfera somos Europa y Estados Unidos).

Podría pecar de ingenua y creer que algún día llegaré a ver un mundo 100% eólico, solar, geotérmico e hidroeléctrico, pero sé que eso es imposible. Así que, a diferencia de muchos grupos y expertos ecologistas, prefiero ser realista y asumir que, aunque la energía nuclear tampoco es la panacea que algunos lobbies del sector intentan vendernos, tal vez sí sea la menos peor de las opciones, le pese a quien le pese.

Espero que el Gobierno de España y la sociedad tomen nota: se puede defender el medio ambiente y apoyar la energía nuclear al mismo tiempo sin que te tilden de hipócrita.