Si no fuera porque es así, sería difícil creerlo. La cotización del euro frente al dólar estaba el día 1 de octubre del año en curso (el viernes pasado) exactamente en el mismo punto en que estaba el 1 de octubre de 2018: 1,15 dólares por euro.

En repetidas ocasiones hemos comentado aquí que el comportamiento de los mercados este año se estaba pareciendo mucho al que tuvieron en 2018 y eso incluía la depreciación del euro y de la libra esterlina frente al dólar, que se ha acelerado en septiembre.

La sospecha del parecido con 2018 la albergábamos desde mediados de enero y ya por entonces calculábamos que las Bolsas caerían a finales de verano o comienzo del otoño. Y es lo que está sucediendo de momento. Un índice como el tecnológico Nasdaq 100 de la Bolsa de EEUU (que durante nueve meses ha evolucionado casi exactamente igual que en los mismos nueve meses de 2018) ha acumulado desde el 8 de septiembre una bajada del 6,6%, mientras los índices generales se muestran algo más rezagados en la caída.

Pero hay un parecido que se está revelando demasiado peligroso como para mantener los nervios templados. Y es que algunas materias primas que (siguiendo, naturalmente, el parecido con su comportamiento de hace tres años) debían subir de precio, no solo lo han hecho, sino que ya han superado con creces las revalorizaciones que tuvieron entonces.

Y, de entre todas, por excelencia, el precio del gas natural, que ya acumula en lo que va de año una subida del 121% convirtiéndose así en la materia prima que más sube, a gran distancia de la siguiente que es el gasóleo de calefacción (+60%). De las materias primas que ocupan los siete primeros puestos en la liga de las revalorizaciones seis son energéticas que, en conjunto, suben un 60%. La otra es el café, con +59%…

Escalada

Es curioso porque, al igual que el de las demás materias primas, el precio del gas natural se había hundido en la primavera del año pasado, pero, tras reabrirse las economías, tardó mucho más que las otras en reaccionar con subidas. Hasta que, bien iniciado este año 2021 (y más precisamente en abril último) comenzó una escalada que lo ha llevado a los niveles actuales. En realidad, hasta hace un mes, la subida dentro del año era exactamente la misma que en 2018 (66%) pero desde entonces ha añadido lo que falta hasta el 121%.

Estamos otra vez como en enero de 2020. Esta vez el papel de China lo está representando el Reino Unido (y puede que China, de nuevo, también). Y, de la misma manera que los gobiernos hicieron entonces oídos sordos a las advertencias tan claras sobre una epidemia iniciada en Wuhan, ahora no acaban de creerse el peligro que va a amenazar durante este otoño-invierno y que ya está desplegándose en Reino Unido y en otras partes de Europa.

Y no solo se trata de que la gasolina no llegue a las estaciones de servicio por culpa de los pecados del Brexit en forma de falta de camioneros, sino de que también en Alemania, que renunció a la energía nuclear, están ahora quemando carbón (y contaminando a toda máquina) para producir energía eléctrica. Y menos mal, porque en China están con restricciones eléctricas y apagones por razones de política energética y por falta de carbón (sus importaciones de carbón han bajado este año a 198 millones de toneladas frente a los 221 millones del año pasado entre enero y agosto; el precio del carbón sube un 134% en el año). Algo que esta semana también ha afectado a la propia Alemania: una de sus centrales eléctricas (la planta Bergkamen-A, de la empresa Steag) se ha quedado sin carbón que quemar…

De modo que ya empieza a cundir la alarma sobre lo que podría ser un invierno de “pobreza energética” extrema que, de hacerse realidad, no solo haría sentir a los más débiles (y a todos los demás) las consecuencias de unas políticas mal enfocadas y hasta cierto punto frívolas por parte de los gobiernos occidentales, sino que podría provocar la caída de algunos de ellos por haberse lanzado a prescindir de las energías provenientes de los combustibles fósiles sin haber tenido garantizado previamente el suministro con otro tipo de energías. Así, en Alemania ya han aparecido científicos levantiscos (e, incluso, ecologistas) que piden la vuelta a la energía nuclear.

Problemas

La frivolidad la ha llevado al extremo la propia Agencia Internacional de la Energía que hace solo unos meses (18 de mayo) recomendaba que, para alcanzar el objetivo de “emisiones netas cero” perseguido por tantos gobiernos para el año 2050, no se realizaran más inversiones para explorar donde encontrar gas y petróleo, además de que no se prolongara la vida de las plantas eléctricas de carbón.

Los problemas que se avecinan son, al parecer, muchos y complicados de resolver a corto plazo: una central nuclear tarda 20 años en planificarse, construirse y ponerse en funcionamiento. Y el problema para los próximos meses no consiste solo en que los precios de gas sean elevados, sino en que peligre el propio suministro por los enfrentamientos de Argelia con Marruecos y Francia, o por los designios geoestratégicos enigmáticos de Putin.

Alguna esperanza de que la “pobreza energética” no se materialice de manera calamitosa nos la puede proporcionar el que el índice que elabora el FMI para las materias primas industriales se estancó e incluso retrocedió en verano (aunque no fuera, claro está, por causa del gas natural).

Otro rayo de esperanza nos lo proporciona el que precio de la energía pueda retomar el patrón de comportamiento de 2018, que fue bajista desde el inicio del otoño. Así, hay que recordar que el precio del petróleo Brent no ha superado aún en 2021 los 86 dólares por barril que marcó tal día como hoy (4 de octubre) de aquel año. Claro que para eso hizo falta que el denostado Trump se pasara seis meses atacando en Twitter (a su manera estruendosa y carente de modales) a la OPEP+Rusia para que ampliaran el crudo que ponían el mercado, algo que finalmente consiguió en diciembre de aquel año (reunión en Viena del 6 de diciembre).

'San 2018'

Aunque quizás no fuese un efecto provocado por Trump sino por la propia demanda que había empezado a decaer, pues, a finales de aquel septiembre las Bolsas iniciaron una bajada que duraría hasta finales de año, y el punto más elevado del ciclo económico se había alcanzado precisamente entonces. El precio del gas natural empezaría a bajar a toda velocidad solo un mes y medio más tarde (el 20 de noviembre).

De modo que, entre las dudas sobre 'el diluvio que viene' solo queda encomendarse a 'San 2018', para que todo siga comportándose como entonces: que las Bolsas caigan; las economías se desaceleren un tanto más, para que los cuellos de botella de la cadena de producción y distribución se vayan resolviendo y, finalmente, el gas y el resto de las materias primas energéticas inicien pronto su bajada de precio.

Como responden los monaguillos en Francia: Ainsi soit-il!