El resurgir de la inflación en las economías avanzadas unido al débil crecimiento económico plantea una pregunta: ¿Existe un riesgo de estanflación similar al registrado en los años setenta del siglo XX? La repuesta a ese interrogante se divide entre quienes estiman temporal el repunte inflacionario y quienes consideran que se está ante un fenómeno duradero. Desde un punto de vista teórico y empírico, la segunda hipótesis tiene una mayor consistencia. A priori, todo sugiere un escenario de crecimiento lento acompañado de un alto nivel de precios.

De entrada, la combinación de una política monetaria muy laxa desde hace más de una década unida al fuerte incremento del trinomio gasto-déficit-deuda pública tiene claras similitudes con lo acaecido en los 70.

Los países desarrollados respondieron al shock de oferta producida por el encarecimiento del petróleo con una estrategia macro muy expansiva que no logró impulsar la actividad sino elevar la inflación. Eso mismo sucede en la actualidad y no existe ninguna razón para que no se produzca el mismo efecto.

Por un lado, los bancos centrales se han convertido en servidores voluntarios o forzosos, da igual, de la política fiscal. Si la inflación sigue creciendo o se mantiene elevada y las autoridades monetarias reducen sus compras de deuda público y/o suben los tipos de interés para reducirla, la posibilidad de que se produzca un colapso en los mercados de crédito, de bonos y de acciones se disparan. Esto conduce a que los institutos emisores se embarquen en una fuga hacia adelante en espera de que un milagro, que no se producirá, les permita volver a la normalidad.

los bancos centrales se han convertido en servidores voluntarios o forzosos, da igual, de la política fiscal

Por otro lado, el gasto público en la mayoría de las economías ricas se enfrenta a presiones alcistas de naturaleza estructural (envejecimiento de la población), coyuntural (juego de los estabilizadores automáticos) y discrecional (introducción de nuevos programas de gasto).

Los incentivos de los gobiernos para abordar planes de consolidación presupuestaria son y serán inexistentes en tanto los bancos centrales sigan dispuestos a seguir monetizando su deuda pública, lo que sucederá, no se sabe durante cuánto, por las razones apuntadas.

Por el lado de la oferta, las fuerzas deflacionistas generadas por la globalización se debilitan en un contexto de creciente proteccionismo. La creciente regulación de los mercados junto al mantenimiento/elevación de una fiscalidad gravosa lastran la competencia, así como los incentivos al trabajo, al ahorro y a la inversión lo que reduce el potencial de crecimiento.

En otras palabras, el aumento de la demanda que se pretende conseguir con políticas monetarias y fiscales expansivas no se ve ni se verá  respaldado por el de la producción, lo que conduce a un incremento del nivel general de precios; pura lógica monetarista.

Los impactos negativos sobre la actividad económica descritos se verán fortalecidos por los efectos de segunda ronda causados por la inflación. Esto resulta especialmente grave en las economías con altos niveles de indicación, caso de la española. Los sindicatos exigirán alzas salariales para compensar la pérdida de poder adquisitivo ocasionada por la subida del IPC.

Los programas de gasto iniciados, por ejemplo, las pensiones y los salarios públicos, se incrementarán lo que impedirá recortar de manera significativa el binomio déficit-deuda. Y, por supuesto, la combinación de esos elementos dañará el crecimiento, el empleo e impedirá disminuir el endeudamiento del sector público.   

Esta dinámica lleva de manera inexorable a un entorno de estanflación similar al de los años 70 de la pasada centuria, pero con un factor agravante: la existencia de unos niveles de deuda pública muy superiores a los existentes en aquellos tiempos.

Esto crea, como ha sugerido Roubini, el riesgo de que se produzca una crisis de deuda en un contexto de estancamiento con inflación. En otras palabras, se repite 40 años después y de manera agudizada el fracaso de las estrategias keynesianas que se emplearon para combatir los shocks petrolíferos de 1973 y 1979.

¿Cómo se sale de ésta? Como en los 80: con disciplina fiscal y monetaria, con liberalización de los mercados e impuestos más bajos y acometiendo lo que no se hizo porque no se pudo o no se quiso hacer entonces, una profunda reforma del Estado del Bienestar.

Quizá, ahora, esto sea o parezca políticamente imposible, pero es la única manera a través de la cual es posible restaurar las bases de una economía sólida, competitiva y capaz de crear riqueza y bienestar para todos. Cuanto más tiempo se tarde en emprender ese camino más costoso será el ajuste a algo que los políticos y muchos economistas han olvidado: la realidad.