Contaba Anita Loos que la primera vez que tuvo que entrevistarse con el temido William Randolph Hearst (el “Ciudadano Kane”) para apalabrar el guión de una película entró temblando en su despacho. Y añadía, “era otra evidencia del poder del dinero sobre las emociones”.

Ese poder parece una ley física más, que no cesa ni cuando “el músculo duerme” ni “cuando la ambición descansa”. No hay más que mirar un poco alrededor. 

Así, temblando, llevan varios meses los magnates de muchas de las empresas tecnológicas chinas, (responsables de que en su país la economía digital ya haya alcanzado los 5,4 billones/trillion de dólares, el equivalente a un tercio del PIB chino) ante las decisiones, entre arbitrarias y “de libro” tomadas por su gobierno para intentar controlar el poder de los monopolios.

Pero no son los únicos que tienen miedo, pues los inversores en la Bolsa china son cada vez más conscientes, por causa de esas medidas, de lo que nunca dejó de ser evidente: que en China es el gobierno y no el mercado quien decide cómo asignar los recursos.

Las empresas tecnológicas chinas, las criptomonedas y los atascos en las cadenas de producción y distribución mundial son el centro de la atención de los mercados financieros.

También tiemblan, tras su velo de arrogancia, los más fervientes partidarios de las criptomonedas que ven como se está estrechando el cerco de los gobiernos de casi todo el mundo a un negocio en expansión que está invadiendo el terreno reservado desde hace siglos a los poderes del estado.

Igualmente asustados están los gobiernos ante el ascenso repentino y casi imparable de la adicción al dinero fácil que las criptomonedas generan: cualquier gobierno experimentado, aunque no sepa cómo pararlo, sabe que todo ello no va a terminar bien, como no terminó bien la historia de Madoff en EEUU; la de Doña Branca, “la banquera del pueblo”, en Portugal, o, en una aventura al por mayor (jaleada, por cierto, desde informes del Fondo Monetario Internacional) los CDOs, unos  productos financieros que, a toro pasado, se llamarían tóxicos y que fueron la munición para la voladura del sistema financiero internacional en 2007-2009.

Y tiemblan los bancos centrales, mientras miran con cierta envidia a los mandatarios chinos al ver que toman medidas para evitar que se pueda reproducir en el terreno de las empresas tecnológicas y de las criptomonedas el mal que tradicionalmente ha aquejado a los bancos: “too big to fail” (“demasiado grande para dejarlo caer”). Y también se estremecen al pensar en que uno de los más importantes inversores en pagarés de empresa del mundo, la moneda estable Tether, sea la vía preferida de entrada al bitcoin.

Y es que la pura promesa de que el conjunto de inversiones que respaldan el Tether será estable e igual a un dólar parece una fantasía: cualquiera que haya suscrito un fondo de inversión sabe lo imposible que resulta alcanzar semejante estabilidad. La confianza en que los fondos monetarios de EEUU nunca perderían el valor liquidativo de un dólar ya saltó por los aires durante la última crisis financiera, en la que tuvieron que ser rescatados por la Reserva Federal.

Los más fervientes partidarios de las criptomonedas que ven como se está estrechando el cerco de los gobiernos de casi todo el mundo.

Pero es que, además, por si lo dicho fuera poco, el que entre las inversiones que respaldan el Tether (y si nos creemos, a pesar de las dudas que pesan sobre ello, lo que la empresa gestora está publicando a regañadientes) haya una proporción elevadísima de pagarés de empresa, hace nacer el temor de que una liquidación apresurada en caso de muchos reembolsos pudiera desestabilizar el mercado de pagarés donde Tether ya es uno de los inversores principales. 

Tiemblan también quienes (como los mercaderes antiguos, que levantaban torres para poder divisar cuanto antes si regresaban sus barcos cargados de especias) intentan seguir por Internet el camino (y el retraso) que está teniendo su pedido de productos procedentes de China, afectados por problemas de todo tipo:

1) la falta de contenedores (a pesar de que se están fabricando a todo trapo: solo en el primer semestre de este año 2,6 millones);

2) el encarecimiento del transporte marítimo: el precio de transportar contenedores desde China a la Costa Este de EEUU, ya supera los 20.000 dólares, cifra que quintuplica el precio de hace un año;

3) las colas de barcos en espera de entrar a puerto y poder descargar sus mercancías;

4) las dificultades de los gestores de los puertos para manejar ese tráfico que les desborda;

5) la carencia de camiones suficientes para dar salida a los contenedores, complicada en algunos casos por las jubilaciones de camioneros, y

6) el aumento del caos en la cadena de distribución por las cuarentenas en los puertos chinos tanto a los trabajadores del puerto, como a  las tripulaciones que llegan, en un intento por evitar la difusión de la variante delta del SARS-CoV-19.

Las empresas tecnológicas chinas, las criptomonedas y los atascos en las cadenas de producción y distribución mundial son el centro de la atención de los mercados financieros, mientras los bancos centrales deshojan la margarita de cuando iniciar la retirada de los estímulos, emocionados por la euforia económica y apenas prestando atención, por ahora, a que las principales economías ya están empezando a dar síntomas de desaceleración.

Esos síntomas no son muy evidentes ni definitorios, pero sí lo bastante aparentes como para que empiecen a crear algo de inquietud. Para EEUU, por utilizar un indicador conocido, el Índice de Sorpresas Económicas de Citigroup entraba en terreno negativo a finales de julio; tampoco son buenas las indicaciones que da el índice de sorpresas económicas de la Unión Europea. En el caso de China, ya es evidente la desaceleración que, probablemente, el gobierno de allí no dejará que continúe por mucho tiempo.

Mientras tanto, en el mercado “libre” de las criptomonedas los alguaciles avanzan: Janet Yellen, secretaria del Tesoro, ya ha dicho claramente que toca regularlos, mientras el Departamento de Justicia de los EEUU ha abierto una investigación sobre la plataforma Bitfinex (promotora y gestora a través de una empresa de su grupo de la “moneda estable” llamada “Tether”) por las acusaciones de que no tiene activos líquidos suficientes como para responder a una estampida de sus usuarios.

También la Reserva Federal anuncia ya que creará el “dólar cripto” mientras su presidente deja claro el mensaje: “no serán necesarias ni criptomonedas ni monedas estables en cuanto haya un dólar digital”.

La misma Anita Loos del inicio era muy amiga de la amante de W.R. Hearst (la divertida, generosa y bellísima Marion Davies) y contaba que ésta (en ausencia del magnate, claro está) le llamaba jocosa y cariñosamente, “calzones caídos”.

Así es el enrevesado mundo financiero: tiembla y hace temblar a todo el mundo, pero Marion Davies sabía bien lo que suele haber detrás de tanta ferocidad.