Aunque parezca que Jeff Bezos convierte en oro todo lo que toca, uno de los proyectos a los que más publicidad dedicaba hace unos años parece estar a punto de hundirse. Se trata de Amazon Prime Air, su servicio de reparto de paquetes mediante drones autónomos con sede en Reino Unido.

Hace poco más de dos años la empresa afirmó que el proyecto estaría disponible "en cuestión de meses". Sin embargo, una serie de declaraciones anónimas de trabajadores y antiguos empleados publicados esta semana en Wired afirman que Amazon Prime Aire está "colapsando" y lo describen como "disfuncional" y un "caos organizado", entre otras lindezas.

Para cualquiera que esté un poco al tanto de los complejos aspectos tecnológicos y regulatorios asociados al reparto de paquetes mediante drones lo sorprendente no es que Bezos no cumpla su promesa, sino que alguien haya podido creérsela.

Lo sorprendente no es que Bezos no cumpla su promesa, sino que alguien haya podido creérsela

A pesar de llevar años promocionando esta nueva actividad con rimbombantes pruebas piloto que, en realidad, no resolvían los principales desafíos de este mercado emergente, ninguna de las empresas que han decidido probar suerte lo ha conseguido hasta ahora. Ni las tecnológicas como Google, ni los gigantes de la logística como UPS y DHL. Ni, por supuesto, Amazon Prime Air.

La compañía quiso apuntarse su primer tanto en 2016, cuando anunció a bombo y platillo que había completado su primera entrega con un dron en solo 13 minutos. Pero la hazaña tenía más de truco de ilusionista que de innovación disruptiva. Consistió en llevar un diminuto y ligero paquete hasta un cliente que casualmente vivía en una casa de campo aislada, pero cercana a las instalaciones de la empresa en Reino Unido. Así cualquiera.

Las características de aquella estrategia publicitaria son muy similares a las pruebas piloto realizadas por el resto de sus competidores y también reflejan los grandes desafíos técnicos a los que se enfrentan. En primer lugar, la capacidad de carga de los drones es muy limitada, al igual que la duración de su batería, lo que impide llevar grandes paquetes a largas distancias.

En segundo, al igual que les pasa a los coches autónomos, la inteligencia artificial responsable de guiar la navegación de estas aeronaves sigue siendo incapaz de reaccionar ante situaciones inesperadas, como cruzarse con un pájaro. Y eso sin mencionar el problema de enfrentarse a fuertes rachas de viento, lluvia y granizo.

La inteligencia artificial responsable de guiar la navegación de estas aeronaves sigue siendo incapaz de reaccionar ante situaciones inesperadas

Por eso, cada vez más expertos vaticinan que el reparto de paquetes mediante drones se centrará en productos estratégicos, como los sanitarios, y se limitará a zonas muy poco pobladas donde, básicamente, no haya más opciones. De hecho, un estudio de la Comisión Europea prevé que el servicio solo será accesible para el 7,5% de la población de la UE bajo las condiciones tecnológicas más realistas.

Y dado que esta disponibilidad está fuertemente asociada a la densidad urbana y a la climatología, el reparto por drones se concentrará principalmente en Reino Unido, Alemania, Italia y Francia. En el caso de España, la población beneficiada en este escenario no llegaría ni al 5% y la rentabilidad del servicio sería nula.

Por eso no es de extrañar que el proyecto de reparto con drones que más éxitos ha cosechado hasta la fecha (por no decir el único) sea del de Zipline. Sus drones de larga distancia, que más bien parecen avionetas en miniatura, llevan varios años entregando bolsas de sangre y de plaquetas en zonas remotas de Ruanda y Tanzania.

En el caso de España, la población beneficiada en este escenario no llegaría ni al 5% y la rentabilidad del servicio sería nula

La distribución geográfica de estos países, cuyos hospitales y centros de salud suelen estar alejados de la mayor parte de la población, sumada a sus malas carreteras y a la urgencia de recibir productos médicos, han sido las claves del éxito de esta iniciativa. Vamos, igualita que la que lanzó Google en 2016 para repartir burritos por campus universitarios.

Esto no significa que el mercado de los drones de consumo vaya a desaparecer. De hecho, se estima que para 2026 podría valer más de 5.000 millones de euros a nivel mundial. Pero sus principales usos se relacionan con la toma de imágenes aéreas y la inspección de instalaciones remotas.

Dados los ahorros que supondría eliminar a los humanos de la ecuación, a nadie le sorprende que las grandes empresas logísticas y tecnológicas sigan empeñándose en automatizarlo todo para exprimir al máximo la gallina de los huevos de oro en la que se ha convertido el reparto de paquetes al por menor. Sin embargo, de momento todo apunta a que no estamos ni cerca de que un dron nos traiga un burrito por la ventana, por mucho que Bezos insista.