Aunque me arrepiento de muchas cosas, hay una que me atormenta con más frecuencia: no haber comprado bitcoins cuando los descubrí en 2014. En aquel momento, la criptomoneda más famosa tenía cinco años y su precio unitario había subido tanto desde su nacimiento que ya rondaba los 1.000 euros. Pensé que había llegado tarde a la fiesta. Pero me equivoqué, y no sabe cuánto.

A pesar de algunos altibajos, su valor no ha dejado de crecer, y a finales de febrero alcanzó su máximo histórico a casi 48.000 euros la unidad. Es decir, que ahora mismo un bitcoin vale más de lo que la mayoría de los españoles cobra en un año. Así que comprenderá por qué me arrepiento tanto.

Lo único que me consuela es que nunca me ha interesado el dinero fácil ni la especulación, que básicamente son los dos principales atractivos para invertir en la criptomoneda. Y digo invertir porque, aunque fue creada con el espíritu de ofrecer una divisa que no dependiera de los bancos tradicionales, lo cierto es que en los más de 12 años que han pasado desde entonces, usarla en el mundo real sigue siendo bastante complicado.

Ahora mismo un bitcoin vale más de lo que la mayoría de los españoles cobra en un año

¿Se puede sobrevivir pagando exclusivamente con bitcoins? Es lo que intentó el periodista Russ Juskalian durante un fin de semana de 2015. Sabía que iba a ser tan difícil que decidió probar en Arnhem (Países Bajos), que entonces era conocida como la ciudad Bitcoin (hace un par de semanas, el alcalde de Miami anunció que intentará conseguir ese título para su localidad).

Aunque Juskalian tuvo que lidiar con varios retos, consiguió casi todo lo básico: comió en restaurantes, pagó el hotel y reservó sus vuelos. Sin embargo, a pesar de la elevada tasa de aceptación de la divisa en aquella ciudad, se vio obligado a recurrir al dinero tradicional para poder salir de ella en tren.

En los años siguientes, el valor de la moneda siguió creciendo, pero la situación en el mundo real no cambió demasiado. Distintos comercios y servicios fueron aceptando la divisa y posteriormente rechazándola ante la escasa demanda. Y, en la actualidad, la sociedad general sigue sin entender del todo cómo funciona y se usa. Entonces, ¿cómo es posible que su valor haya crecido tanto? De nuevo, la clave está en su potencial como activo financiero.

Su elevada volatilidad la convierte en un producto muy arriesgado, pero, también muy rentable. Esta es la razón por la que, hace unas semanas, el CEO de Tesla anunció que la empresa había comprado bitcoins por valor de 1.500 millones de dólares para "diversificar y maximizar los retornos" de su efectivo, y que empezaría a aceptar la divisa para comprar sus vehículos eléctricos.

Es cierto que a Elon Musk le gusta el riesgo, como se deduce de sus apuestas empresariales. Pero, como uno de los hombres más ricos del planeta, tampoco puede decirse que sea tonto. De hecho, no es el único millonetis interesado en la criptomoneda: los grandes inversores ya son dueños de uno de cada tres bitcoins en Europa. Así que está claro que dinero llama a dinero, aunque sea digital.

Pero lo que a mí me gusta de Bitcoin sigue siendo su espíritu original: conseguir que nadie tenga que depender de los bancos tradicionales. Y para lograrlo, su creación vino acompañada de otra gran innovación: la cadena de bloques, o blockchain. Esta tecnología es la que permite que el libro de contabilidad de Bitcoin sea de todos y de nadie, y que resulte incorruptible.

Y, por si fuera poco, las cadenas de bloques han dado lugar a otras aplicaciones muy útiles más allá de los pagos, como los contratos inteligentes y el rastreo de las cadenas de suministro. También es cierto que no es oro todo lo que reluce en la mina de Bitcoin. El proceso informático para crear las monedas y realizar transacciones consume muchísima energía, y el anonimato de sus transacciones no tardó en convertirse en una cualidad apreciadísima por los delincuentes.

Aun así, su descentralización capaz de devolver a las personas el control total sobre su dinero puso patas arriba el sector financiero. Los bancos las atacaron, y empresas y países de todo el mundo, como Facebook y el Gobierno chino, empezaron a trabajar en sus propias criptomonedas. Incluso la Comisión Europea y el Banco Central Europeo planean empezar a desarrollar un euro digital este mismo verano.

Todas estas iniciativas se publicitan como complemento al dinero tradicional. Pero, dado que ninguna ofrece el anonimato y la independencia de las que funcionan como Bitcoin, y que el comercio electrónico con divisas de verdad ya es una realidad, ¿para qué las queremos y qué se supone que complementan? Todavía no sé la respuesta.

Cualquiera diría que ni Facebook, ni China, ni la UE quieren que una divisa descentralizada, creada y gestionada por los propios usuarios amenace las estructuras financieras tradicionales. Pero tampoco me haga mucho caso. Al fin y al cabo, si supiera de lo que estoy hablando, no seguiría lamentándome por no haber comprado bitcoins en 2014, ni en 2015, ni en 2016… Menos mal que no me gusta especular y que mi frutero todavía no los acepta.