Por mucho que la pronta disponibilidad de vacunas haga que empecemos a ver luz al final del largo túnel de la pandemia, sigue siendo fundamental e importantísimo entender no solo que esto no ha terminado aún y debemos mantener las precauciones -sería tristísimo infectarse y tener problemas de salud cuando ya tenemos vacunas en el horizonte- sino también que, por mucho que algunos lo crean, la pretendida 'vuelta a la normalidad' jamás debería ser planteada como una 'vuelta a cómo hacíamos las cosas antes de que empezase todo esto'. 

La razón es evidente: antes de que empezase todo esto, es decir, aproximadamente hace un año, había ya demasiadas cosas que hacíamos muy mal, y que, de hecho, tuvieron gran influencia en muchos de los problemas que estamos teniendo.

Para empeorar aún más el tema si cabe, esas mismas cosas que hacíamos mal tienen una influencia directa en nuestro siguiente, inaplazable y enorme problema, llamado emergencia climática, cuya solución va a requerir que hagamos muchos cambios en nuestra forma de vivir. 

La pretendida 'vuelta a la normalidad' jamás debería ser planteada como una 'vuelta a cómo hacíamos las cosas antes de que empezase todo esto'

¿Has vuelto ya a trabajar en tu oficina? Con la excepción de los trabajos que simplemente no pueden ser desempeñados de manera remota, hay una gran cantidad de personas que pasaron a trabajar en remoto durante las fases más duras de la pandemia que ya han vuelto a sus lugares habituales de trabajo.

De hecho, como evidencian las estadísticas de tráfico en las horas punta de muchas ciudades, la mayoría de los trabajadores han vuelto ya a su rutina previa a la pandemia: meterse en un coche por la mañana, pasarse un buen rato metido en un atasco, y sentarse en una silla en una oficina en la que "cumplir" un número de horas determinado.

Con la notable excepción de algunas compañías tecnológicas y de otras empresas con actitudes razonables en ese sentido, "volver a trabajar como antes" parece haberse convertido en una obsesión. 

¿A qué se debe esa necesidad de retornar al presencialismo, si se ha demostrado que los meses de confinamiento no supusieron una caída de la productividad en la gran mayoría de las empresas - e incluso fueron numerosos los casos de trabajadores que afirmaban estar dedicando más horas a su actividad?

¿De verdad hay tantos directivos incapaces de darse cuenta de las posibilidades que ofrece dotar de más libertad a sus trabajadores para que trabajen desde donde quieran? 

En realidad, estamos ante un círculo vicioso: muchos trabajadores, ante la expectativa de que el trabajo desde casa sea una circunstancia a corto plazo, renuncian a invertir en adaptar sus hogares, sus conexiones o sus equipos para llevarlo a cabo cómodamente, incluso aunque sus empresas estén dispuestas a asumir parte de ese coste.

¿Por qué tienen esa expectativa? Sencillamente, porque la actitud de sus compañías les ha llevado a pensar que va a ser así, que en cuanto sea posible, incluso si aún no es totalmente seguro, les obligarán a volver a sus instalaciones, o perjudicarán claramente sus posibilidades de mejora profesional si deciden no hacerlo.

En la práctica, ese círculo vicioso es una consecuencia de la cutrez intelectual de muchos directivos: pase lo que pase, quiero tener bajo control a mis subordinados, verlos, vigilarlos de cerca, como si las empresas de hoy tuviesen algo que ver con los antiguos talleres de la revolución industrial. 

Ese círculo vicioso es una consecuencia de la cutrez intelectual de muchos directivos: pase lo que pase, quiero tener bajo control a mis subordinados

Es esa cutrez intelectual la que impide, por un lado, que muchas empresas y profesionales accedan a unos beneficios evidentes que podrían redundar en relaciones más productivas, y por otro, que se puedan alcanzar significativas reducciones de emisiones evitando desplazamientos innecesarios y atascos en horas punta.

Es ese isomorfismo, esa tendencia a seguir "haciendo las cosas como las hemos hecho siempre",  la que impide que evolucionemos como sociedad, que desaprendamos y hagamos las cosas como de verdad resultaría razonable hacerlas.

La próxima gran lucha de nuestra sociedad es la de liberarnos de hábitos que obligan a muchos a trabajar en formatos irracionales, como si estuvieran encadenados a una silla durante una serie de horas, para llevar a cabo tareas que podrían hacer desde cualquier sitio, más cómodamente y con una flexibilidad horaria mucho mayor.

Las consecuencias de esa obsesión son enormes: desde la necesidad de vivir en un sitio determinado, hasta la de desperdiciar valiosas horas atrapado en tráfico cada día, pasando por toda una colección de rutinas estúpidas y completamente innecesarias. 

Dentro de las escasísimas cosas positivas que puede tener una pandemia, está que nos haya ofrecido una oportunidad para darnos cuenta de que pueden existir otras formas de trabajar, otras relaciones laborales, otra forma de hacer las cosas. Renunciar a esa posibilidad de aprendizaje y empeñarse en volver a trabajar como antes es la mismísima definición de pobreza intelectual. Es un fracaso como directivo, que el tiempo sabrá evidenciar. Pero también supone, sin duda, un fracaso como sociedad.