Cada vez que volvían de vacaciones, mis abuelos solían traerme una camiseta con un mensaje parecido al del titular. Dentro de algunos años y gracias al gran impulso privado del turismo espacial, en las camisetas de recuerdo del futuro podría poner 'Marte' y 'la Luna' en lugar de 'Benidorm'. Pero, mientras esperamos a que este sueño se haga realidad, la Tierra está empezando a llenarse de otro tipo de souvenirs extraterrestres.

Además del año del coronavirus, 2020 podría recordarse como el año de las muestras espaciales. En prácticamente cuestión de un mes, se han producido tres misiones con un mismo objetivo: regalar a la humanidad material procedente de más allá de las fronteras de nuestro planeta.

El domingo, una cápsula espacial japonesa aterrizó en un desierto australiano portando 0,1 gramos de polvo de la superficie del asteroide Ryugu, recogidos en 2019 a 290 millones de kilómetros de distancia. Mientras, la misión china Chang'e-5 debería estar empezando su viaje de regreso a la Tierra tras haber recolectado cerca de dos kilos de regolito lunar. Si todo va según lo previsto, la cápsula debería aterrizar antes del 17 de noviembre.

Y, por si fuera poco, la NASA confirmó a finales de octubre que su misión OSIRIS-Rex completó con éxito su tarea de recolectar material del asteroide Bennu, a unos 320 millones de kilómetros de distancia. De hecho, lo hizo tan bien que parte de las muestras se han escapado del módulo de almacenamiento al haber sobrepasado su capacidad máxima de dos kilos. Los restos que sobrevivan al viaje debería llegarnos en 2023.

Este bum de recuerdos espaciales choca con la lenta evolución que había tenido el sector hasta ahora. Las últimas muestras de la Luna fueron recogidas en la década de 1970. Y, aunque la Agencia Espacial Japonesa ya logró traer una millonésima parte de un gramo desde Bennu el año pasado, no se había producido ninguna misión desde este tipo desde 2005. Además, entre 1979 y 2001 tampoco recibimos nada procedente del espacio.

El bum de recuerdos espaciales choca con la lenta evolución que había tenido el sector hasta ahora

Ahora, ¿para qué queremos tanta piedra y polvo de satélites, cometas y otros objetos espaciales? La principal beneficiada será la ciencia y, con ella, el conocimiento que tenemos de lo que pasa dentro y fuera de nuestro planeta.

Para los científicos, las muestras espaciales son como cápsulas del tiempo que contienen fragmentos de la historia del universo. Por eso, aunque tenemos material lunar desde hace más de cuatro décadas, la distinta antigüedad del que traiga Chang'e-5 podrían ayudarnos a desentrañar la evolución de nuestro satélite.

Por la ubicación donde fueron recogidas, se cree que las muestras de la misión china tienen algo más de 1.000 millones de años. Esto las convertiría en las rocas lunares más jóvenes que llegan a la Tierra, frente a los entre 3.000 millones de años y 4.000 millones de años que tienen las que trajeron las misiones Apolo.

Las muestras espaciales son como cápsulas del tiempo que contienen fragmentos de la historia del universo

En el caso de Bennu, fue escogido como sujeto de estudio precisamente por su longevidad. Se cree que formó durante los orígenes de nuestro sistema solar, lo que podría ayudarnos a entender cómo era en su infancia. Por su parte, la semejanza de Ryugu con los satélites que chocaron contra la Tierra hace miles de millones de años nos ayudaría descubrir cómo apareció el agua en nuestro planeta por primera vez.

Pero, el hype de recuerdos espaciales no acaba aquí. En julio, la NASA lanzó su róver Perseverance en dirección a Marte para traer las que serían las primeras muestras de nuestro vecino espacial en 2031. Aunque puede que la Agencia Espacial Japonesa le arrebate este título en 2029 con su plan de traer material de Fobos, una de sus lunas. Dado que su superficie podría estar cubierta de restos del planeta rojo, su menor gravedad podría facilitar y acelerar la misión nipona.

Y aún hay más. En septiembre, la NASA anunció que está buscando empresas privadas capaces de recolectar muestras de la Luna y vendérselas. Aunque solo pagaría 25.000 dólares a cambio, la iniciativa ayudaría a impulsar el desarrollo de nuevas tecnologías espaciales capaces de cumplir el sueño de establecer colonias humanas fuera de nuestro planeta.

Reconozco que nunca me gustaron demasiado las camisetas que me regalaban mis abuelos. Pero, como llevo soñando con viajar al espacio desde que me las traían cuando era pequeña, sería un placer y un honor poder traerle una desde allí algún día.