“De leve bruma…” continuaba el poema. 

Pero, ¡ay!, escrito con “c”: “Cendal flotante de leve bruma… eso eres tú”

Gustavo Adolfo Bécquer no pensaba ni en el futuro hospital de pandemias madrileño, ni en el pasado en que la enfermera valiente que le da nombre al hospital se hacía a la mar, viajera a bordo de la corbeta María Pita, con su cargamento de vacuna humana mensajera…

¡Todas las glorias de La Coruña poéticamente enlazadas en la misma expedición! Como si la lucha contra el corsario Drake y contra la viruela estuvieran animadas del mismo espíritu patrio…  

La política madrileña está tan inspirada recientemente que hasta permite echar mano a la vez de recursos poéticos y contables: en Madrid ya se miden los despilfarros de otras autonomías en términos de “zendales”, el equivalente de cien millones de euros, según la presidenta Ayuso, que, a este paso, va a pasar a la historia, también, como musa de poetas y agrimensores… 

¡Quién lo hubiera aventurado hace un año de la community manager del perro Pecas…! 

Pero ya lo decía San Pablo, y lo recordamos semanalmente en la cabecera de esta columna: el espíritu sopla donde quiere… 

Aunque los “asuntos consuetudinarios que acaecen en la rúa” tienen muy poco de poéticos. El coste que tiene para la Hacienda Pública española el emitir deuda pública con vencimiento a diez años es, en este momento, de un 0,06%. ¿Alguien pensó en el pasado que semejante arte de birlibirloque pudiera llegar a materializarse? ¿Acaso la situación de la economía española no es ahora mucho peor que la de los veranos de 2011 y 2012 en que ese coste llegó a ser del 7%? 

El dinero creado de la nada por el Banco Central Europeo, y el que le queda por crear en los próximos meses, ha hecho el milagro de que al Estado español le resulte gratis endeudarse

Zapatero parece poco quejica, pero debe estar reconcomiéndose de la envidia de que a Sánchez le haya tocado esta lotería. Y Rajoy, que tampoco parece que se queje mucho, estará pasando por idéntico ataque de celos. 

El dinero creado de la nada por el Banco Central Europeo, y el que le queda por crear en los próximos meses, ha hecho el milagro de que al Estado español le resulte gratis endeudarse o, incluso, de que le paguen por el privilegio de invertir en su deuda. 

Y así con los demás países europeos, aunque en Italia ya empieza a oírse el “ruido de sables” financiero: a punto están de que la deuda italiana se convierta en bono basura, entre los clamores de su gobierno para que el BCE le perdone (o convierta en perpetua) la deuda pública que le ha comprado y que Italia ha tenido que emitir para aliviar los efectos de la pandemia. Algo que resulta muy razonable pero que, no por eso, deja de plantear una pregunta insistente: ¿cuándo saldremos de la ensoñación del dinero gratis?

La suma de las tres últimas recesiones (las dos de la crisis financiera y la actual de la COVID-19) ha trastocado todo el pensamiento económico, al que hacía ya tiempo que se le podía asignar la guasa que hacía Pío Baroja sobre El Pensamiento Navarro: o no es pensamiento, o no es económico. Pero lo acaecido recientemente ha superado cualquier expectativa: a pesar de que la deuda pública italiana se vaya a convertir en bono basura, el coste para el Tesoro italiano es de 0,56%, bastante más que el coste para el estado español, pero que no por eso deja de ser otro hecho milagroso.

¿Qué es lo que sirve de soporte a un fenómeno tan desconcertante? La globalización, que ha permitido que los costes salariales de la fabricación de la mayor parte de los productos industriales sean muy bajos, además de que las nuevas técnicas agrícolas y de extracción del petróleo hacen que el precio de las materias primas acumule ya una caída de 12 años de duración. 

Es decir, la falta de inflación permite casi todo.

Además, el mismo hecho de la situación de retraimiento económico hace que el crédito bancario tampoco despegue, con lo que desaparece la principal fuente nutricia de esa, ahora ausente, inflación. 

Todo esto conduce al doble círculo, vicioso y virtuoso a la vez, en el que vivimos y que se manifiesta, respectivamente, en que, por un lado, las economías de buena parte del mundo no acaben de salir del estancamiento o de la recesión (sea por razones propiamente económicas, sea por el impacto de la COVID-19) y que, por otro, la ausencia de inflación permita que los bancos centrales y los mercados puedan regalarle dinero (o cedérselo prácticamente gratis) a los gobiernos y a las empresas más importantes. Incluso permite que el BCE pague a los bancos por prestarles dinero, siempre y cuando ellos consigan realizar la hazaña de prestárselo a su vez a sus clientes. 

Todo parece el mundo al revés. 

¿Es demasiado bueno como para que pueda durar? ¿Durará?

Parte del mérito de que todo este tinglado se mantenga en pie tiene que ver con que la Comisión Europea ha asumido finalmente parte de las responsabilidades que le corresponden como gobierno federal (aunque sea un gobierno federal que no osa decir su nombre) en lo que podría ser el primer paso para la constitución de un Tesoro Único Europeo.

Con ello, y el programa de 750.000 millones de euros que ha puesto en marcha para ayudar a los gobiernos de la Unión, a cada país se le adjudica un dinero para inversiones que puede rellenar el agujero que, en sus respectivos PIB del año 2020, está dejando la pandemia.

Así, en el caso español, los 140.000 millones de la ayuda europea, la mitad a tipo de interés cero, y la otra mitad pura y simplemente regalados, no son más que la cantidad equivalente a la caída del PIB de España en este año 2020. Todo sea dicho con cifras gruesas que son las que mejor se graban en el imaginario individual y colectivo: lo preciso es enemigo de lo didáctico…

La Unión Europea habrá gastado parte de su crédito en los mercados con ese endeudamiento que tendrá que hacer para conseguir los 750.000 millones de euros

Al fin y al cabo, ¿no pueden tomarse esos 140.000 millones de euros provenientes de Europa, y que deben ser destinados a la inversión, como la aportación al PIB que hace el sector público español (bien que a lo largo de varios años y por tanto en “módicos” plazos) para corregir la caída del PIB que se ha producido en 2020 por la falta de la aportación positiva del consumo de las familias y de la inversión privada que, junto con exportaciones e importaciones, forman la definición de lo que es el propio PIB?

Esta asignación de recursos europeos que se van a invertir, si nada se tuerce, compensarán, efectivamente (y punto arriba, punto abajo, que hubiera dicho Sancho Roff, a quien se le rinde, dicho sea de paso, un homenaje tardío llamando “bichito” al SARS-COV-2) la caída del PIB español que se ha producido en 2020. Otra cosa será la eficiencia con que esos recursos se vayan a utilizar: cada vez que se mira al horizonte aparece una élite extractiva o una red clientelar dispuesta a abalanzarse sobre ellos. Empiezan a parecer los codazos que preceden a una auténtica rebatiña. ¡Hasta oficinas en Bruselas se están abriendo…!

¿Y que será lo que pase en 2021? Es de suponer que el crecimiento del PIB va a retornar y no se necesitará dinero europeo adicional y compensatorio. 

Pero, todo esto, ¿no va a dejar una huella? Sí. La Unión Europea habrá gastado parte de su crédito en los mercados con ese endeudamiento que tendrá que hacer para conseguir los 750.000 millones de euros. Y la deuda española se acumula sin cesar, también.

Y algo más, los gobiernos se están acostumbrando al dinero fácil. ¿Que será de ellos, y de nosotros, cuando se interrumpa el suministro?

¿Es grave todo esto? A corto plazo no: el mundo está, no lleno, sino ahíto, de dinero en busca de rentabilidad: una situación que se vive desde hace al menos veinte años y que ha estado en el origen de las últimas tres crisis económicas: demasiado dinero en busca de demasiado pocos activos.

Esa es la canción de cuna del “capitalismo re-que-te-tardío”, al que habría que interrogar por su secreto de permanencia. Igual que emplazaba el Conde Arnaldos al marinero que “diciendo viene un cantar” al mando de una galera que “las velas trae de seda/la ejercia de un zendal…” ¡Uy! ¡Perdón! ¡Otra vez la “z”!... ¡“La ejercia de un cendal”!

“¡Poesía, poesía!, dame la muerte a la claridad del día” (Carl Theodor Körner).