Este fin de semana he tenido la oportunidad de asistir a un acto hermoso. Los vecinos, completos desconocidos, convocados en redes sociales no sé muy bien por quién, salimos a las ventanas a las 22 horas en punto, a aplaudir a los sanitarios de nuestro país que están dando lo mejor de sí mismos, desde que apareció el primer infectado de coronavirus en España.

El largo aplauso, salpicado de gritos espontáneos de "¡Gracias!" y "¡Vamos Madrid!", me puso la piel de gallina. A esos gritos se sumaron "¡Viva la sanidad pública!", "¡Viva España!", el himno nacional, Resistiré del Dúo Dinámico y más aplausos. Me consta que se repitió a la misma hora en toda España. Todo bien. Excepto porque no era sin intención el viva a la sanidad pública excluyendo a la privada. En redes, televisiones y periódicos, justo en estos momentos de tristeza, de terrible incertidumbre y temor, hay personas que se dedican a tirar por tierra al personal sanitario que trabaja en hospitales privados. Como si estuvieran exentos de infectarse, como si su coraje tuviera menos valor y su juramento hipocrático fuera menos sagrado.

Dice Ortega y Gasset en las Meditaciones del Quijote que la inconexión es el aniquilamiento. Y cuenta la historia de la diosa Ishtar quien, por despecho amenazó con hacer desaparecer el universo "sin más que suspender un instante las leyes del amor que junta a los seres, sin más que poner un calderón en la sinfonía del erotismo universal". Así anticipa una terrible descripción del alma de los españoles, quienes "ofrecemos a la vida un corazón blindado de rencor y, las cosas, rebotando en él, son despedidas cruelmente".

Eso es lo que veo a mi alrededor cuando tan injustamente se crucifica la sanidad privada, la empresa privada, el mercado, en momentos en los que todos estamos arrimando el hombro ayudando, cada cual en la medida que puede y sabe, a pasar este trago, esta circunstancia tan extraordinaria. En vez de aprovechar esta ocasión única para sacar lo mejor de cada cual leo a César Calderón en el diario del régimen, como un vocero de esa inconexión diciendo lo siguiente: "Cuando los mercados se encogían cobardes ante las dificultades, tuvimos que recurrir a ese soberbio Leviatan hobbesiano que es el Estado para que nos protegiese y nos cuidase. Y Leviatán respondió.” Es un enorme disparate.

Los mercados somos tú y yo. Y el Leviatán es un Consejo de Ministros, como tú y como yo. Personas que se encogen cobardes, que protegen y cuidan. Capaces de dar todo lo bueno, como todo el personal sanitario, o como la farmacéutica que le va a llevar a una anciana las medicinas y ya cuando pase esto hablamos. Pero también capaces de ocultar la recomendación de la Unión Europea para no estropear la manifestación del 8M, con las desdichadas consecuencias que sabemos. O de retrasar la toma de medidas siete preciosos días por temas políticos. O de irte a tomar unas cervezas a Malasaña y reírte del amigo prudente que te deja en evidencia.

El Leviatán es un Consejo de Ministros, como tú y como yo. Personas que se encogen cobardes, que protegen y cuidan

La inconexión aquí se debe a la confusión entre público y estatal. La sanidad privada es un servicio público. La educación privada, en la que trabajo, también es un servicio público. Los profesionales de los servicios públicos ofrecidos estatalmente son tan respetables y altruistas como los profesionales que ofrecen lo mismo desde empresas privadas.

De lo que se trata es de que los ciudadanos puedan elegir qué tipo de servicio les acomoda mejor, y para eso es fundamental que haya diversidad institucional. Ahora mismo no existe, o sólo de manera muy limitada. Así que el ciudadano elige como puede. Para solucionarlo habría que concienciarse de que hay que mirar a los más pobres y permitir que se enriquezcan. Pero para eso es imprescindible la creación de puestos de trabajo, no la destrucción de empresas, el fomento del ahorro y la inversión, no la demonización del lucro. En definitiva, el abandono tanto de de las rancias consignas marxistas como de la colusión de empresas y gobernantes.

Tal vez quienes vomitan bilis contra la sanidad privada se sorprenderían al saber que el mismo médico que por la mañana salva la vista de mucha gente en La Paz, algunas tardes recibe a pacientes de seguros privados. Según ellos, estaría en permanente mutación como un Jekyll y Hyde de la salud. Solamente conozco un médico en un pueblo de Jaén que deja morir si no ve su dinero encima de la mesa antes de pasar a la habitación del enfermo. Y no le pasa nada porque está blindado: su hija, también médico, es funcionaria de la Junta de Andalucía. Hay de todo en todos sitios.

Los "cobardes" mercados reflejan la incertidumbre que, a menudo, es causada por la negligencia de ese "soberbio Leviatán". Pero eso Calderón no lo dice. Yo me quedo con esos empresarios como Kike Sarasola, Gonzalo Armenteros o Martín Varsavsky que han puesto a disposición del público sus talentos, antes de que el presidente tomara ninguna decisión.