Playa de El Sardinero, a 10 de agosto de 2025, en Santander, Cantabria (España).
Este verano he vuelto a encontrarme con esa paradoja que ya parece formar parte de la postal que es hoy nuestro país. Las cifras dicen que España es la alumna aventajada de Europa, pues crece más que nadie, bate récords en turismo y presume de empleo en máximos.
Todo suena a boom económico, y sin embargo la sensación en la calle observo que es distinta, como si el brillo de los números no llegara a iluminar la vida diaria.
Lo que percibo es un modelo que se transforma a empujones en el que las actividades primarias se abandonan en medio de una asfixia impositiva, la industria no termina de despegar y nadie parece tener claro qué camino seguir.
Desde los organismos públicos se insiste que el mantra de la transición energética y de digitalización, pero lo que realmente avanza es la deriva hacia un país de servicios de bajo valor añadido, casi una gran residencia europea.
Y lo más preocupante es que esto no parece formar parte de un plan, sino de una renuncia silenciosa que hipoteca a varias generaciones.
España mantiene uno de los paros más altos de Europa, con un juvenil que es directamente una vergüenza estructural
El mercado laboral es otra de esas contradicciones que se repiten año tras año. Pese al récord de 22 millones de empleados, España mantiene uno de los paros más altos de Europa, con un juvenil que es directamente una vergüenza estructural. Lo asombroso no es que exista, sino que los afectados no están dispuestos a bajar.
La explicación es incómoda, casi paradigmática, pues muchos jóvenes rehúyen los empleos manuales o de cara al público y quienes los aceptan lo hacen forzados, con una atención desganada que deja claro que no creen en lo que hacen.
En un país que parece abocado a vivir del turismo y de la atención al público, ese es un lujo que no se puede permitir. Seguramente, querido lector, sabe bien de qué le hablo.
En mis notas de estas semanas hay una página inevitable: la vivienda. Los disparatados precios turísticos son un exponente de la avaricia inmobiliaria que evoca el período previo a la burbuja que se llevó por delante el país. Veremos si esta etapa socialista vuelve a ser tan negacionista como la anterior.
Lo cierto es que en los atascos de carretera han coincidido los que pagan lo que sea con los que se ven resignados a pagar. Y como consecuencia, unos precios imposibles. La casa escupe en verano y quedarse sin vacaciones es una etiqueta social que el orgullo no puede aceptar. Esta es la triste realidad del progresismo.
Todavía con la resaca de la DANA habrá que sumar la de los incendios mientras los escándalos de corrupción se acumulan en forma de dirigentes en prisión
Y todavía nos queda lo mejor para el final del verano. En unas semanas deberían presentarse los Presupuestos, pero todos saben que volverán a fracasar. Otro año más con cuentas prorrogadas, hechas para un ciclo económico que ya no existe y con un gasto que se desborda sin control.
Todavía con la resaca de la DANA habrá que sumar la de los incendios mientras los escándalos de corrupción se acumulan en forma de dirigentes en prisión, con la esposa del presidente imputada y nombramientos que se esfuman al descubrirse falsedades en sus currículos. Todo suena a rutina, y esa es precisamente la derrota más grande, que la sorpresa ya no existe.
Lo que más impresiona no es el ruido político, sino el silencio social. No hay grandes manifestaciones, ni huelgas que amenacen con paralizar el país, ni indignación visible en las calles. La protesta se diluye en un suspiro en la cola del supermercado o en un meme que circula en redes.
Mientras en Francia y Alemania se preparan movilizaciones masivas, aquí reina la apatía. Veo que España crece como ninguna, pero también tolera como ninguna la mediocridad de sus instituciones.
Este verano me deja la sensación de que España no se rompe, se desgasta. Y en ese desgaste, hecho de presupuestos prorrogados, de jóvenes sin fe en el trabajo y de una política corroída por la inercia, se va perdiendo la energía que durante años sostuvo al país. No habrá un colapso repentino, solo la lenta certeza de que el motor ya no empuja como antes.