El stand del índice Nasdaq en Times Square, Nueva York

El stand del índice Nasdaq en Times Square, Nueva York EP

Mercados BLUE MONDAYS

Lo que funcionó en 2025 y cómo interpretarlo en clave crítica

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Se acaba el año y, con él, la tentación de mirar atrás con algo más de calma de la que permite el día a día de los mercados. No para hacer balance moral ni ajustar cuentas, sino para identificar lo que fue realmente relevante y por qué. Porque en finanzas, como en casi todo, entender los errores suele ser más rentable que celebrar los aciertos.

La defensa fue mucho más que la temática de moda del inicio de año. Actuó como catalizador de un giro geopolítico que muchos no supieron leer a tiempo. Lo que empezó como una recomendación estratégica ligada a la seguridad acabó convirtiéndose en una obligación política impuesta desde Washington. Europa aceptó la narrativa del gasto como motor de crecimiento sin asumir su trampa fiscal.

El resultado se traduce en déficits nacionales mal presupuestados que terminarán financiando, vía compras y contratos, a un sector privado estadounidense. Prueba de que ha sido historia de un flechazo es que desde el pico del verano, el sector se ha embarrado en sus propias narrativas.

La inteligencia artificial fue el gran relato del año, pero también el espejo más incómodo del mercado. Un puñado de compañías concentró una capitalización sin precedentes y arrastró consigo al conjunto de los índices estadounidenses. Hoy, los cinco mayores valores del S&P 500 pesan en torno al 30% del índice, y los diez primeros superan ya el 40%, un nivel solo comparable a los máximos previos a grandes episodios de corrección.

Basta imaginar qué ocurriría si uno de esos gigantes perdiera un 20% de su valor. Una caída del 20% en las acciones de Nvidia supone algo más del 20% del PIB de Alemania. Cuando el mercado se apoya en tan pocos pilares, no hace falta que caigan todos. Basta con que falle uno.

La fortaleza relativa de la plata y el platino frente al oro añade además una lectura industrial y monetaria al mismo tiempo, una combinación que rara vez aparece sin tensiones macro de fondo

Si hubo un activo que destacó con claridad este año, muy por encima del ruido bursátil y de los debates sobre la inteligencia artificial, fueron los metales preciosos. El oro cumplió su papel, pero fueron la plata y el platino quienes marcaron la diferencia, con avances muy superiores y una lectura mucho más incómoda para el consenso. No se trata de una simple cobertura ni de un refugio tradicional, sino de una señal de fondo.

Mientras el dólar se debilitaba, los metales reflejaban algo más profundo, la erosión de la confianza en una moneda que sigue siendo hegemónica, pero descansa sobre una economía estructuralmente deficitaria, altamente endeudada y dependiente de una política monetaria sometida a una presión política creciente.

El mercado empieza a asumir que la estabilidad del sistema de pagos global no puede sostenerse indefinidamente sobre tipos reales persistentemente negativos, y esa desconfianza no se expresa con discursos, sino con precios. La fortaleza relativa de la plata y el platino frente al oro añade además una lectura industrial y monetaria al mismo tiempo, una combinación que rara vez aparece sin tensiones macro de fondo.

El Ibex ha tenido un año bursátil notable y conviene reconocerlo sin complejos, pero también sin engañarnos. El buen comportamiento del índice descansa más en la composición que en una mejora estructural de la economía.

Es un mercado profundamente bancarizado y muy expuesto a decisiones de política pública, lo que explica casos como Indra, cuya cotización se ha multiplicado tras un asalto político al capital y una avalancha de contratos públicos, un pecado compartido por sus homólogos europeos. Es irónico que algunos gestores españoles cuestionen el peso de los Siete Magníficos en el S&P y se guarden que siete de los diez valores de mejor comportamiento en 2025 fueran financieros, seis de ellos bancos.

Europa, como bloque, ha rendido bien durante gran parte del año, sobre todo tras el arranque marcado por el miedo a las políticas arancelarias de Trump, que llevó al mercado a uno de sus puntos de mayor tensión. Desde ahí, sin embargo, la realidad ha sido clara. El mercado americano, medido en dólares, ha acabado imponiéndose con claridad hasta el punto de que desde aquel Liberation Day el S&P 500 ha llegado a doblar la rentabilidad del Stoxx 600.

Un recordatorio incómodo de que el buen año europeo ha sido más coyuntural que estructural, y de que el verdadero desafío empieza cuando se apaga el estímulo y quedan solo los fundamentos.

Hasta aquí 2026, les deseo de corazón suerte y salud, los únicos dos deseos “reales” que no viven de la devaluación monetaria ni el control público que experimenta el otro gran clásico, el dinero.