Acabo de leer Cordillera (AdN, 2025), una novela de la periodista Marta del Riego cuyo gran personaje es una mujer, una licenciada universitaria que retoma la profesión familiar: pastora. Digo gran personaje ese de la mujer montaña y digo mal. Porque la protagonista es la madre naturaleza y todo lo que a su alrededor se mueve y conmueve. La protagonista es la biodiversidad, la vida, las vidas, una vida.

Protagonistas son la pastora, la veterinaria, el biólogo… Pero también los montes fronterizos entre las provincias de León y Asturias. Y sus osos. Y sus lobos. Y los aerogeneradores, la tecnología, la evolución, la involución, la economía…

Con un lenguaje exquisito y una prosa que conmueve tanto como distrae, el libro es de obligada lectura para quienes tengan, tenemos, conciencia ecológica y trabajamos por la transformación sostenible, por la necesidad de entender a otros, a nosotros.

Y será o no casualidad, pero la figura de la pastora viene a cuento especialmente en una época en la que la lana parece estar más actual que nunca, más no sé si a mano, pero sí en la cabeza de muchos. Como si el hecho de invocar a las ovejas hiciera posible el desarrollo de una producción que ha sido básica a lo largo de los siglos, muy demandada, querida en tiempos… y denostada después, hasta el punto convertirse en un desecho incómodo.

Pero como dice Ellen McArthur, presidenta de la fundación que lleva su nombre, premio Princesa de Asturias de Cooperación Internacional en 2022, la basura para unos es un tesoro para otros. Y así, por ejemplo, empresas como Belategui Regueiro son capaces de generar alfombras, tapices y obras de arte de lana no solo desperdiciada por los pastores, sino a veces convertida en auténtica pesadilla para ellos que no saben cómo desprenderse de ella.

Así las cosas, y con toda la prudencia posible, parecería adecuado asegurar que la lana, en especial, la merina, originaria de la península ibérica, revive. Esta, que podría denominarse fibra legendaria, vive en pleno siglo XXI una especie de renacer silencioso. Es un renacimiento fruto de un deseo y una necesidad de rescatar una parte importante de nuestro patrimonio histórico, cultural y económico.

En el medievo, España lideró el mercado internacional lanero, en particular gracias a sus rebaños de oveja merina, que proporcionaban una lana de calidad inigualable. Que aquel patrimonio se perdió, que Australia se hizo con el liderazgo de la lana merina, que las fibras sintéticas tomaron la primera posición en el podium de materiales… también es historia.

Y de aquellas lanas se construyen las madejas de desperdicios que han significado para muchos productores de carne y leche. Basura, sin más.

Sin embargo, cada vez más voces se alzan en favor de esta fibra natural, biodegradable, transpirable, aislante y muy suave al tacto, cuando hablamos de merina, que además es térmicamente eficiente, antibacteriana, hipoalergénica y resistente al fuego.

Reproducción de una xilografía del siglo XIX de una oveja y un carnero merinas.

Reproducción de una xilografía del siglo XIX de una oveja y un carnero merinas. iStock

Sus bondades son tales y es patrimonialmente tan importante, que en los últimos años, se han puesto en marcha interesantes iniciativas para recuperar su cadena de valor.

Merina, y no merina, la lana ha llegado en los últimos días al palacio de la Zarzuela, de la mano de Madrid Design Festival y como iniciativa de la plataforma Tejiendo redes que presentó a la reina Letizia la Alianza por la Lana. Justamente se trata de defender esta materia prima fundamental de nuestro paisaje, nuestra cultura y patrimonio, una materia prima vertebradora de nuestro territorio, nuestro pasado… y, ojalá, nuestro futuro.

Con el fin de devolver a la lana su valor, desde luego como fibra, pero también de conexión, como lo fue en su día, un grupo de artesanos, diseñadores, productores, ganaderos están trabajando para que ese 90% de lana que hoy se desperdicia encuentre dueño para volver a convertirla en lo que antaño fue: el oro blanco.

Y no son palabras ni buenas intenciones, es lógica especialmente básica en un país como el nuestro, que es el mayor productor de Europa… ¿Por qué desperdiciar lo que nos hace únicos?

El proyecto habla de todas las lanas. Pero tal vez la más diferenciadora, esa que haría inigualable nuestro mercado, es la procedente de la oveja merina y para la que lleva años trabajando la marca española Oteyza. Con esa oveja y su fruto bendito como objetivo, desde hace más de tres lustros, han desarrollado colecciones, desfiles, proyectos escénicos, audiovisuales, siempre dirigidos a la recuperación de este patrimonio made in Spain.

Saben los muñidores de Oteyza, Paul García de Oteyza y Caterina Pañeda, que hablar de lana merina es hablar de sostenibilidad, de ecosistema, especialmente del de la dehesa, única en Europa, porque combina aprovechamiento ganadero, biodiversidad y captura de carbono.

Oteyza comprende que con la reconquista de la oveja merina no solo genera exquisitas colecciones, que lo son, como Merina, que presentó en 2024, durante la semana de la moda en París. La pareja está convencida de que no solo está concibiendo novedosos espectáculos multidisciplinares, como el mencionado, con coreografía de Antonio Najarro y que fue nominado a seis premios Max en 2024.

Sabe que no solo está generando chaquetas, pantalones o capas excepcionales. Porque no se trata de ejercicios de estética o nostalgia. Sabe que está contribuyendo a la recuperación de un tipo de oveja en peligro de extinción.

Sabe que está colaborando a generar una estrategia inteligente para mejorar el territorio, reactivando una cultura y, al mismo tiempo, un sector económico que reaviva la circularidad tan necesaria hoy.