Aún retumban en mi cabeza las palabras que pronunció Ryma Shimohamadi en la entrega de los primeros premios InspirAcción de la asociación Women Action Sustainability (WAS), a la que tengo el inmenso placer de pertenecer. Las palabras de esta iraní, traductora y activista, que lleva viviendo años en Barcelona, no se correspondían con su actitud.

Sus frases de dolor llegaban envueltas en una permanente sonrisa, con el lazo de los gestos y una mirada estremecida y dulce. Aún me amenaza el nudo en la garganta de esa noche, que flotaba en el ambiente -en algunos casos visible en lágrimas-, el mío amenazando al maquillaje.

Aún recuerdo su gesto invadido por las palabras sobre la tragedia que viven las mujeres y las niñas en Irán. Recogía el premio que era el de tantas mujeres vejadas y olvidadas por una sociedad internacional que les da la espalda para seguir hablando de unos objetivos de desarrollo sostenible de los que podría parecer que ellas han sido excluidas. Cómo también, por cierto, los millones de niñas y mujeres afganas.

Una sociedad que habla de derechos humanos como si fuera un programa de entretenimiento más, como una serie de esas que se ven, que conmueven, para pasar a la siguiente, tal vez comedia, tal vez más conmovedora aún, sin más. Aún no entiendo cómo no se nos cae nuestra cara bonita occidental de la vergüenza.

En su discurso, Ryma recordó algo tan maravilloso como la acción de las jóvenes iraníes, muchas de ellas niñas, que están saliendo a las calles para reclamar tres palabras que son susceptibles de cambiar no solo su existencia, sino la de todo un país. Tres palabras que son capaces de generar la transformación social a nivel internacional. Tres palabras que podríamos llamar mágicas porque abren la puerta a otra dimensión: mujer, vida, libertad.

Tres palabras que a nuestra sociedad occidental le parecen corrientes, comunes y que, llevadas a ese otro lugar que pudo ser paraíso y es infierno, se convierten en moneda no de cambio sino 'del cambio'.

Explicó muy claramente su significado, que no es obvio. Mujer, porque en Irán cada vez más ciudadanos se han convencido de que mientras no se reconozcan los derechos de la mitad de la población, la sociedad entera seguirá sufriendo.

Vida, porque esta empieza por la dignidad del ser humano; y solo a partir de ahí es posible poner en valor los recursos naturales y también los de las personas. Y libertad, porque en el reconocimiento de todo lo anterior un país, cualquier país, la reconoce, la hace suya.

Ryma puso en valor a tres mujeres, tres vidas, tres maneras de lucha. Habló de una de 19 años, la joven Ghazaal Ranjkesh, que salió a manifestarse y perdió uno de sus ojos. Cuando le preguntaron si desearía lo mismo para quien le disparó, ella dijo que no, que tenía unos ojos demasiado bonitos como para impedirle ver la belleza de la que ella había podido disfrutar hasta entonces.

La libertad interrumpida de Mahvash Sabet encarcelada durante diez años por pertenecer a una minoría religiosa. Poeta, aprovechó ese largo periodo carcelario para escribir Poemas enjaulados, con tanto éxito como para ser nombrada autora Pen Internacional 2017. Hoy, con 71 años, es de nuevo prisionera, condenada a otra década.

Y dice que ahí desea estar, en la cárcel, acompañando a muchas chicas encarceladas que quisieran tener una madre como ella. La vida truncada de Mona Mahmoudnizhad, una joven adolescente de 17 años a la que el Gobierno iraní asesinó por dar clase a niños pequeños.

Además de ejemplificar en ellas el dolor y la revolución, Ryma reclamó a los asistentes que fuésemos algo más que testigos de sus palabras, que nos convirtiéramos en portavoces. Nos pidió que contásemos la tragedia de un país en el que hay niñas que están siendo gaseadas en los colegios.

Lo vemos –algunos– en –algunas– noticias, y sufrimos. Pero no es lo mismo escucharlo de esta mujer que, como iraní, comparte la propia pena de 700 niñas víctimas de problemas respiratorios, asfixia o parálisis. “Es una actuación más que está sufriendo la mujer iraní ahora mismo, para impedir que vayan al lugar en el que empieza la transformación del ser humano, la escuela”, dijo. 

Está bien hablar de los derechos de las mujeres, pero deberíamos cambiar el discurso para hacerlo de derechos humanos conculcados a la mitad de la población, porque así es. Así lo dejó claro Ryma, que recibió su premio en nombre de las víctimas, pero también como representante de sus congéneres en su patria. Tal y como destacó el jurado que decidió los galardones InspirAcción, el suyo reconocía la labor de colectivos alrededor del mundo que están obrando la transformación.

“A las mujeres iraníes que han iniciado una revolución imparable para reconquistar los espacios que les han sido arrebatados, mujeres que luchan por su dignidad, por la igualdad de género y por una sociedad en la que poder desarrollarse como personas y como profesionales, mujeres de todas las edades que están activando el cambio con valentía en las calles, en las escuelas y en las universidades y que no están organizadas por ninguna ni bajo ninguna figura específica. Estas mujeres cuentan también con el apoyo de muchos hombres”.

Y Ryma siguió sufriendo y sonriendo.