Los Reyes Magos olvidaron el camino. O lo encontraron cerrado. O nadie les enseñó ese país en el mapa, aunque no les pillaba lejos si es cierto que vienen de Oriente. Los Reyes Magos se olvidaron de Afganistán y sus mujeres.

Pasaron de largo. No es de extrañar que incluso a ellos, que son magos, les atemorice el régimen talibán en el poder desde 2021, que retrotrae a terrores de los noventa y empeora la valoración de unos derechos que desde nuestra visión occidental denominaríamos tímidamente adquiridos.

Dejaron la oportunidad de oro, y de incienso, y de mirra, de lograr un mundo mejor para ellas. De haber podido dirigirse a los hombres sabios, las cartas de deseos de las afganas habrían sido no solo ropa o juguetes como suele hacerse en nuestro entorno, sino libertad, comida, trabajo y educación.

De haber podido hablar con ellos, sin temor a ser acusadas de tratar con hombres ajenos a su familia, les habrían pedido una denuncia urbe et orbi de la sistemática violación de sus derechos humanos. De haber podido escribir sus cartas, les habrían explicado que se enfrentan a una tremenda hambruna, a una crisis humanitaria a la que nadie debería volver la espalda.

Los Reyes Magos no han podido evitar el mandato de que las niñas abandonen sus colegios en secundaria y las jóvenes, la Universidad. Estoy segura de que muchas estarán ya peleando para burlarlo, como lo hicieron otras mujeres y niñas en el pasado, cuando en el siglo anterior los talibanes detentaron el poder.

Como aguerridas supervivientes que son, sabemos que siguen trabajando para hacer llegar al mundo su voz y que, temerarias o no, continúan protestando y yendo por la calle, muchas sin burka, pero tapadas. Al menos en Kabul, según me contó la periodista Pilar Requena, directora de Documentos TV, en Radiotelevisión Española, y una de las mayores y mejores conocedoras del país y sus circunstancias.

[Sin igualdad, la violencia machista es el cuento de nunca acabar]

Me recalcaba la dificultad de encontrar la luz en la visión de los acontecimientos y en hallar el equilibrio en una situación que ha variado la supuesta dirección respecto al régimen anterior y que lleva camino de parecerse al antiguo gobierno talibán de los noventa. “Si acaso es importante que aún se mantienen ciertos niveles de enseñanza online”, podríamos pensar que mientras no corten internet, algo “que ellos también necesitan para comunicarse”.

El sueño del pasado parece apoderarse del presente. Me impactó leer hace tan solo un par de días el relato de Fátima (nombre ficticio), una afgana trabajadora de la ONG Save the Children. Contaba su desconocimiento de la existencia de una escuela hasta los 11 años, entre otras cosas, porque no existía en su comunidad hasta que la abrió una organización turca. Cuando el antiguo régimen talibán les prohibió la escolarización, su padre se impuso y llevaba a clase a su hermana y a ella cada día. Un padre singular ajeno a las amenazas.

Hoy no está dispuesta a someterse a la prohibición de ejercer como profesora asociada a Save the Children. En una nota de prensa difundida por la organización que trabaja por la educación como cortafuegos del círculo vicioso de la pobreza y para dar voz a los niños, contaba: “Fue muy duro y peligroso. Pero lo conseguimos. Fuimos las primeras niñas de nuestra comunidad en terminar los estudios en el colegio. Y yo fui la primera chica de mi comunidad que fue a la Universidad. Estudié para ser comadrona, pero después elegí la enseñanza para asegurar que las niñas en mi comunidad tenían la oportunidad de recibir educación. Pero la historia se repite, y los talibanes prohiben a las niñas seguir con la enseñanza secundaria o la universitaria. Nos han prohibido incluso acudir a parques, gimnasios o viajar solas”.

Los Reyes Magos no han podido impedir el veto al trabajo de las mujeres de organizaciones no gubernamentales nacionales e internacionales, que no podrán atender ni a otras mujeres ni las niñas en la salud y en la enfermedad. Así las cosas, las afganas no podrán de facto recibir el apoyo educativo y humanitario que prestan en el país organizaciones fundamentales como son la ya nombrada Save the Children, UNICEF o World Vision. De hecho, han tenido que suspender su actividad pues a duras penas serían capaces de funcionar sin la colaboración de mujeres que son, en general, más de la mitad de sus trabajadores.

Los Reyes Magos han olvidado que en Afganistán se requiere el oro de la libertad para las mujeres, el incienso que abra los sentidos de los hombres para entender que están aniquilando de nuevo a varias generaciones y la mirra que dé más fuerza a mujeres (y a hombres comprometidos) para seguir luchando por ser consideradas como lo que son: seres humanos.

Seres que ni siquiera tienen derecho a encargar ropa confeccionada por los hombres, que como costureros no pueden utilizar su teléfono móvil para atender los mensajes de sus clientas con sus medidas o su petición de un modelo determinado. Ni pueden por supuesto tomarles medidas, ni coser para ellas. Lo leí en Zan Times, la plataforma informativa creada por la periodista afgana Zahra Nader (zan significa mujer en afgano) y creí estar leyendo la pesadilla de un modisto que había pasado 24 horas en la cárcel, ni siquiera por atender a mujeres, simplemente por utilizar en el taller su móvil, arma de contacto masivo con ellas.

Los Reyes Magos, por cierto, no son los padres. Para Afganistán, lo somos todos.