El pasado 19 de noviembre acudí feliz al concierto anual organizado por Rafa Higueras en honor a Enrique Urquijo. Los Secretos me entusiasmaban, y sus canciones siguen vivas, no sé si más que nunca y el recuerdo de su líder, inalterable.

Ese día ocurrió un desafortunado episodio, que el propio Higueras puso en su debe y por el que pidió disculpas. La realidad es que su banda, como era y sigue siendo la de Los secretos, es una banda masculina. Nada que objetar; faltaría más.

Sin embargo, había una decena de cantantes invitados a compartir escenario. Solo hombres. Higueras entonó el mea culpa, explicó que siempre busca mujeres y que no las había encontrado. La realidad es que una de las posibles estaba en la sala. Reconoció que le hubiera gustado tenerla, pero la había olvidado.

Ella, Vicky Gastelo, elegante, y seguramente movida por algún compañero, salió a cantar con el resto de participantes en el último bis de la mañana, con mucha fuerza, aunque rápidamente desapareció.

Casi lo que más me impresionó fue que, del grupo de mujeres con el que asistí al concierto –maravilloso grupo de mujeres maravillosas–, la única verdaderamente indignada era yo. Y siento ser tan tajante: esto no es solo un despiste; es falta de equidad.

Hoy, Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer, creo imprescindible recordarlo, porque en la desigualdad –en la grande, pero también en los micromachismos– se esconde la semilla de la violencia contra la mujer por el mero hecho de serlo.

Afortunadamente, la violencia machista es cada vez denostada por la sociedad y más tratada desde la cultura. Es una muestra el corto documental Trazos del alma, realizado por Rafa Arroyo, que narra el terror de su madre maltratada, María José Arroyo, a través de su propio testimonio, que es de dolor, pero sobre todo de amor y de recomposición.

O el corto 36, de Ana Lambarri, magníficamente protagonizado por Nerea Barros, donde la violencia se narra con una crudeza inusual, poniendo en evidencia que puede esconderse en seres normales con existencias normales que guardan las apariencias mientras la vida se desagarra junto a un jardín y una piscina de clase media alta. Seres para quienes la igualdad es una quimera.

Pero hay muchas y diversas clases de violencia. Y quiero aprovechar esta columna para agradecer y dar la enhorabuena a Mabel Lozano por su trabajo y activismo contra la trata con fines de explotación sexual y contra las nuevas maneras de normalizar la violencia ahí donde se refugian modelos de prostitución adaptados a este siglo XXI.

Hoy gran parte del negocio de la explotación sexual se ejerce ahí donde transcurre gran parte de nuestros días. Viviendo en la era digital, entrando en la era virtual, y teniendo en cuenta que nos informamos de manera digital, que compramos online, que nos entretenemos online, no encuentro ninguna razón por la que no se ejerza o por la que no se sufra la explotación sexual a través de esos mismos soportes. Claro, salvo una: la abolición de esa y otras formas de explotación.

He tenido la inmensa fortuna de ver la serie de docuficción PornoXplotación, basada en el libro del mismo título que la directora de cine escribió con Pablo J.Conellie. Sus tres extraordinarios capítulos han vuelto a sorprenderme, casi a idéntica escala que su escrito. Porque sorprende y duele que te pongan contra las cuerdas de la realidad.

Porque cuenta con los desgarradores testimonios de hombres y mujeres sometidos a la compraventa sexual ahora online, pero no por ello menos dura y menos real, tanto como quienes consumen las imágenes de pornografía hoy al alcance de la mano, nunca mejor dicho si tenemos en cuenta que un móvil las sirve.

El porno está nutrido del mismo alimento que la explotación sexual. Es además una de las máximas expresiones de sometimiento y, por tanto, de falta de igualdad, así como de violencia básicamente ejercida contra las mujeres (aunque no en exclusiva). En el porno, y sus nuevas variedades, como es el caso de las cam girls, sus consumidores surfean por un imaginario arquetípico de mujeres vejadas, de relaciones que distan mucho de ser normalizables.

Todo ello con un problema añadido: el consumo comienza a edad tan temprana, que los más y las más jóvenes están encontrando una falsa sublimación del sexo, falsedad documental de las relaciones sexuales con una imagen que no se corresponde con la realidad y sí generalmente con la violencia y la humillación.

Por eso son importantísimas las leyes que persigan la prostitución, así como una educación que haga entender que el sexo no es como aparece, que la violencia es inaceptable, o una información que desenmascare lo que se cuece tras los seres protagonistas del porno, muy a menudo con sus derechos violados.

Y por cierto, para esas voces que ponen en duda que porno y prostitución se den la mano o que sea explotación sexual…, a esas personas recomendadles que vean la campaña realizada por Mabel Lozano para la Diputación de Ávila.

A esas personas que aún siguen creyendo en el ejercicio de la prostitución en libertad, preguntadles si alguna vez han escuchado a alguna mujer de su entorno expresar su deseo de ser puta.

A esas personas, preguntadles si alguna vez escucharon a alguna niña que de mayor quería ser puta.

Ya conocen la respuesta.