Desde que conozco al director de EL ESPAÑOL, Pedro J. Ramírez, siento pavor a encontrarme con él. No, no le tengo miedo, ninguno. Simplemente, me temo lo peor; porque una conversación con él equivale a varios mandatos o mandamientos. Desde que lo conozco ya digo. Así que era consciente de que escucharlo o tener la oportunidad de encontrarlo en el I Observatorio de los Objetivos de Desarrollo Sostenible, organizado por ENCLAVE ODS y su editora y vicepresidenta del periódico, Cruz Sánchez De Lara, tenía su peligro.

La intuición no me falló. En la clausura del Observatorio, Pedro J. nos puso deberes. No a mí. A todos los presentes. Pero yo soy extremadamente obediente, y tomé nota e hice caso a su mandato que, en justicia, no era directamente suyo sino de una de las ponentes en las jornadas, Begoña Gómez. La directora de la cátedra de Transformación Social de la Universidad Complutense de Madrid había propuesto en su ponencia marco, La (in)diferencia, que cada participante en el encuentro eligiera tres ODS, buscara estrategia para alcanzarlos y midiera su impacto para hacerlos escalables.

Una vez en el rincón de pensar, me puse las pilas de seleccionadora para decidir cuáles de los diecisiete eran los míos, tarea que no resultó sencilla. Es siempre un reto decidir entre lo realmente importante.

Pero sí, tras mucho darle vueltas, sentí la llamada de diversas responsabilidades. Porque al final de lo que hablaba Begoña y a lo que apelaba el jefe eran ni más ni menos que responsabilidades.

Por eso me decidí por el 1, cuya definición es hambre cero; el 10, que promueve la reducción de las desigualdades; y el 17, que habla de alianzas para alcanzar todos ellos y que siempre me parece que debería tener el primer lugar. Los tres se me antojan básicos para avanzar defendiendo una sociedad decente

Hablar de hambre cero desde mi cocina llena, con mi frigorífico lleno, haciendo cursos para desinflamarme… me da hasta vergüenza. Lo escribo y siento síndrome de impostora. Pero olvidé prejuicios cuando topé con unos datos que me dieron ganas de poner rumbo a Marte, buscando un planeta mejor. Por ejemplo, que en todo el mundo 45 millones de niñas y niños menores de 5 años sufren desnutrición aguda severa.

Volví a abrir el frigorífico y no había variado su situación. Ni siquiera las fechas de caducidad de los productos había cambiado. Lo caducado, caducado está. No hay magia posible que los recupere para el consumo. Yo me arriesgo siempre o casi siempre. Después de oler y a veces probar, como había escuchado en el Observatorio a Victoria Albiñana, de Too Good To Go, app que pone a disposición de los consumidores productos alimenticios de tiendas y restaurantes a punto de caducar o perecer, para evitar el desperdicio.

También miré el armario lleno de prendas, algunas de las cuales apenas uso. Y me sonrojé al saber que la Unión Europea quiere eliminar de la venta los productos elaborados en condiciones de trabajos forzados.

¿Perdona? ¿Nos vaciláis? ¿Trabajo forzado en 2022? Cómo puede ser que se hable de la nueva esclavitud moderna. ¿Esclavitud en el siglo XXI? No es nuevo. Lo sé. Ni es vacile. Es vergonzoso, y sé que sucede especialmente en el sector textil.

Y volví a topar con los datos escalofriantes: el número de niñas y niños en situación de trabajo infantil ha aumentado a 160 millones en todo el mundo. Cómo no elegir el ODS que apela a la reducción de las desigualdades.

Y me encontré no en otro planeta, sino en otro escenario, soplo de aire puro, soplo de un respirador natural en forma de hombre, en forma de publicista, mi admirado Jorge Martínez, creador de un personaje que justamente estaba pidiendo eso, fuera las desigualdades. Jorge es el creador de la campaña #Muchoyo #LaInfanciaTieneVoz y pide revolución.

Conocedor del éxito de uno de los personajes infantiles más queridos y consumidos, como es Pocoyo –con 37 millones de suscriptores y 6.500 millones de vídeos vistos en sus canales de YouTube– decidió hace más de un año darle poderes al “poco” para convertirlo en “mucho” y reivindicar otro mundo mejor para la infancia, iniciando un movimiento que podríamos decir revolucionario.

La campaña consta de un corto de animación, con el personaje en blanco y negro y música rap interpretada por NG y SFDK, además de unas camisetas y sudaderas con símbolos especialmente creados para Muchoyo, con sus mensajes. Cuando los leí volví a mis ODS: “Queremos matar el hambre, y que el hambre no nos mate”, “Queremos aprender a leer y a escribir, y no solo a sobrevivir”, “Queremos ser iguales, no idénticos”.

¿Y el 17? ¿Qué pasa con el objetivo de las alianzas? También lo ha logrado este personaje que en su corto animado llega a la ONU y le habla al mundo. Porque ha alcanzado un hito hasta ahora inédito, precisamente de unión: en la creación y difusión de la campaña han participado en alianza las seis ONG globales más importantes en la defensa de los derechos de la infancia.

Que un muñeco que da voz a los niños y a las niñas lo haya conseguido es de agradecer y de poner como ejemplo. UNICEF, Save the Children, Plan, World Vision, Educo y Aldeas Infantiles unidos como reconocimiento de que la infancia es el mayor patrimonio de la humanidad y no cuidarlo es un delito.