No, don’t panic. No voy a escribir sobre Djokovic, por mucho que me lo pida el cuerpo, porque ya se ha hablado tanto, que solo digo lo mismo que la ministra Isabel Rodríguez: que se vacune porque “cuando uno es una estrella, la ejemplaridad es importante”.

Y en efecto, en un mundo repleto de influencers, yo prefiero hablar de referentes y de ejemplo. Y, perdón a sus fieles seguidores, pero el que él ha ofrecido ha sido horrible. No me gustaría encontrármelo por la calle, la verdad. Sólo pensarlo, me baja la energía. Y mira que es difícil.

En cambio, hay encuentros que la elevan. Y hay encuentros que además te llenan la cabeza de física, te retrotraen a ese momento en el que esta significaba asignatura, a pichis de pata de gallo, a mocasines, a laboratorio, a esquemas realizados en el patio buscando el sol o huyendo de él… Vaya, al colegio.

Charo Izquierdo, periodista y consejera independiente

Charo Izquierdo, periodista y consejera independiente

Pues eso. Eso es lo que me ocurrió hace unos días tras reunirme con la investigadora y consultora de moda Sandra Bravo Durán. Entré andando y salí con la sensación de volar, como cuando en cualquiera de las clases aprendía algo sorprendente, lo cual pensando en lo mayor que soy tiene especial gracia, por aquello de mantener la curiosidad y la juventud, según Azorín, "la vejez es la pérdida de curiosidad”. Y así.

Quedé con Sandra para que me hablara sobre lo que yo creía que era su tesis de moda líquida, siguiendo los dictados del pensador Zygmunt Bauman. Y acabé con más estados. Con todos, atribuidos a la moda. Es decir, sólida, líquida y gaseosa. Y flipé pensándolo, realizando paralelismos y comprendiendo una nueva manera de clasificar la moda, con un aspecto, por un lado, más científico, por otro, más divertido y desde luego infalible.

Ya sabemos que la moda, por definición es como la donna, mobile…, pero de ahí a verla solidificada, licuada y gasificada va un gran trecho que de momento impacta. Y concediéndole una pensada más, impacta mucho, porque adquiere una profundidad sostenible, sí o también.

Y es que, según Sandra, es posible identificar lo tres estadios clásicos y básicos de la innovación, como son la novedad, la tendencia y la moda propiamente dicha, con los tres estados atribuidos a la materia, es decir, sólido, líquido y gaseoso.

El estado sólido equivale al momento en que se gesta la innovación, en el que los diferentes agentes capaces de generar el cambio entran todos a una y propician la novedad que irrumpe.

El líquido es la tendencia, ignota minutos antes. Por ejemplo, cuando Maria Grazia Chiuri, directora creativa de Dior, dictamina que el plisado o el tote bag con su logo, archi copiado, son la tendencia de la temporada.

El gaseoso equivale a la expansión de esa tendencia que llega a los grandes grupos de la moda (por ejemplo a Inditex), popularizándola. Y ahí se queda una época sin determinar, ahí y en otros lugares a los que ha llegado tras su licuación… y donde lo ideal es que pase mucho tiempo, aunque lo que ocurre es que se acaba evaporando del todo, provocando que el ciclo vuelva a empezar: un nuevo estado sólido en busca de otra novedad. “Cuanto más tiempo dure y tarde en repetirse este proceso mejor, más sostenible, a todos los niveles”, explica Bravo.

Y cuando yo creía que había vuelto a aprender suficiente física, Sandra me sorprendió con otra fórmula –mejor dicho, con un principio– para poner final a nuestra cita: el de Arquímedes. Porque cuando llega una tendencia a la bañera –recordemos que estamos en el estado líquido– desplaza a la primera. Y ahí se encuentran los consumidores, líquidos, buscando constantemente nuevas tendencias, fluyendo por ellas sin parar y esperando a que se evaporen para que surjan otras novedades o creaciones sólidas, hasta que se vuelvan a licuar y pronto se evaporen de nuevo. Sin descanso, ni apenas dejando tiempo para crear, que ya les vale.

Solidez, desde la infancia

Y me viene más que a la mano hablar del estado sólido de la moda y de la necesidad de alcanzarlo para referirme al deseo de que esto ocurra desde la más tierna edad, esa que es absolutamente líquida porque crece y crece y es difícil darle forma: la infancia.

Los niños y las niñas, que como no votan no suelen ser tenidos en cuenta, son los primeros que deben encajar en la solidez lo antes posible. Por eso me encantan las iniciativas que los incluyen, que les impactan, que los tiene en cuenta como los nuevos actores del cambio que son y van a ser. Son los mejores clientes que puede encontrar la sostenibilidad, porque en ambos casos se trata de un proyecto imprescindible y a largo plazo.

Es genial la marca Wawaland. Podría hablar de ella con mucho cariño porque es lo que siento por su creador, Ton Pernas. Pero también soy objetiva. Y el hecho de generar ropa infantil, y mucho más que eso, el hecho de tratarla como un universo, como un ecosistema, como un mundo en el que sus protagonistas viven, se divierten, juegan y aprenden, es tan novedoso como brillante.

Y lo que me tiene especialmente enamorada es su sentido de ver en la infancia a los futuros hombres y mujeres de mañana. Y de relacionarse con ellos como tal. Felices y libres. Porque lo merecen.