El divulgador y escritor Johann Hari junto a la portada de su último libro.

El divulgador y escritor Johann Hari junto a la portada de su último libro. Fotografía del autor: Simon Emmett Ediciones Península

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El sabio de la atención: "Las interrupciones constantes son peores para el cerebro que colocarse"

El británico Johann Hari culmina, con su nuevo libro, un viaje para descubrir quién nos ha robado la capacidad de concentrarnos y cómo recuperarla.

22 enero, 2023 01:29

El ser humano tiene dos "superpoderes" para el divulgador, escritor y periodista escocés Johann Hari (Glasgow, 1979), "la atención" y "la creatividad". Y sin la primera, explica, la segunda no se puede desarrollar.

Algo de lo que, cuenta, empezó a darse cuenta poco a poco: “Simplemente, sentí que las cosas que eran importantes para mí, como mantener largas conversaciones, leer libros o ver películas, eran cada vez más difíciles de hacer”. Con el paso de los años, vio que “era más complicado prestar atención”.

Pero fue al observar a la gente joven que hay en su vida, especialmente a los adolescentes, cuando la realidad le golpeó de lleno: “Me di cuenta de que iban zumbando a la velocidad de Snapchat por la vida y que nada serio ni tranquilo podía alcanzarlos”.

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Fue así, cuenta a ENCLAVE ODS desde su casa en Reino Unido, como surgió la semilla que le haría escribir su último libro, El valor de la atención: por qué nos la robaron y cómo recuperarla (Ediciones Península, 2023). En esta compilación de entrevistas, relatos y experiencias, Hari recorre el mundo –de Moscú a Miami o Melbourne– para hablar con más de 200 especialistas en atención y concentración.

Porque su instinto, cuando se puso a investigar, le decía que la explicación a nuestra falta de atención como especie era “obvia”: nos falta fuerza de voluntad y “alguien inventó el smartphone y nos jodió a todos”. Sin embargo, no encontró la respuesta que esperaba.

“Hay evidencia científica que asegura que existen 12 factores que pueden hacer que tu atención sea mejor o peor, algunos tienen que ver con la tecnología y otros no –lo que hace que todo sea más sencillo de resolver–”, explica. Algunos de esos factores que, asegura, nunca imaginó que pudiesen influir en nuestra capacidad de concentración, como son la alimentación, la manera en que trabajamos –con inputs constantes, interrupciones continuas y estímulos de todo tipo–, la contaminación del aire o la calidad del sueño.

Pregunta: Pero, entonces, ¿no es internet el gran culpable de nuestra falta de concentración?

Respuesta: Me sorprendió mucho que internet no sea la principal causa de nuestra incapacidad para concentrarnos. Sí que es verdad que hay aspectos de cómo está diseñado ahora mismo que dañan nuestra atención, pero hay muchos más factores. Y lo más probable es que todos se junten creando una tormenta perfecta de degradación cognitiva.

P.: ¿Es buena señal que nuestros males no sean solo tecnológicos?

R.: Sorprendentemente, sí, porque si el problema fuese la existencia de la tecnología estaríamos jodidos. Porque quién querría dejar la tecnología atrás, ¿no? Pero ese no es el problema. Cuando entiendes los 12 factores que afectan a nuestra atención, que todos están interrelacionados, entonces podemos empezar a afrontar cada uno de ellos tanto a nivel individual como de sociedad.

P.: Algunos expertos hablan de que, con tantos estímulos como recibimos hoy en día, estamos perdiendo la capacidad de aburrirnos y, por tanto, de ser creativos. Nuestra habilidad para concentrarnos está muy relacionada también con esto…

R.: Es importante pensar en las causas interrelacionadas. Entrevisté al profesor Miller del Instituto de Tecnología de Massachusetts (MIT), uno de los principales neurocientíficos del mundo, y me dijo "mira, hay una cosa que tienes que entender sobre el cerebro humano por encima de todo: solo puedes pensar, de manera consciente, sobre una o dos cosas a la vez, y ya está". Esa es una de las limitaciones fundamentales del cerebro humano, que no ha cambiado en 40.000 años y no lo va a hacer ahora, de golpe. Pero vivimos en una especie de engaño: el adolescente medio cree que puede seguir seis o siete tipos de medios a la vez, y los adultos estamos también muy cerca.

P.: Entonces, ¿qué pasa con el famoso multitasking?

R.: Los científicos están metiendo a la gente en laboratorios y les hacen creer que pueden hacer más de una cosa de cada vez. Los monitorizan y siempre se encuentran con los mismos resultados: no puedes hacer más de una cosa simultáneamente. Lo que sí haces son malabares, pasar de una tarea a otra con mucha rapidez. Miras un mensaje en WhatsApp, las redes sociales, la tele, le preguntas a tu interlocutor qué te estaba diciendo…

P.: ¿Y qué consecuencias tienen esos malabarismos que hacemos?

R.: Nos pasamos el día haciendo malabares, algo que tiene un precio muy alto: el concepto técnico es "el efecto de costo de cambio". Es decir, el multitasking no existe, porque cuando intentas hacer más de una cosa a la vez, todo lo que hagas lo harás peor. Cometerás más errores y recordarás menos detalles de lo que hagas. Y, por ende, serás una persona menos creativa. Y el efecto de esto es enorme.

P.: ¿Cuál es su efecto, entonces?

R.: Te daré un ejemplo de un pequeño estudio que estuvo respaldado por una amplia evidencia científica. Hewlett-Packard, la compañía de impresoras, hizo que un grupo de científicos estudiase a sus trabajadores, a los que dividieron en dos grupos. Al primer grupo le pidieron realizar una tarea, la que fuese, pero bajo ningún concepto se les iba a interrumpir. Al segundo grupo le dijeron lo mismo, pero en este caso iban a recibir llamadas y correos durante su ejecución. Los científicos los monitorizaron y midieron su coeficiente intelectual al final del ensayo.

P.: ¿Y el resultado fue…?

R.: En el corto plazo, el grupo al que no se le interrumpió obtuvo coeficientes intelectuales 10 veces superiores que el otro grupo. Eso nos demuestra lo importante que es la concentración: si ahora mismo fumásemos hierba y nos colocásemos, nuestro coeficiente solo caería cinco puntos en el corto plazo.

P.: Increíble.

R.: En el corto plazo, que te interrumpan constantemente es el doble de nocivo para tu inteligencia que colocarse. ¡Estarías mejor sentado fumándote un porro que intentando trabajar con interrupciones constantes! No me malinterpretes, mejor ni fumes ni que te interrumpan, pero es un ejemplo muy potente. Porque piensa en cualquier cosa que hayas conseguido en tu vida, de lo que estés orgullosa –ya sea montar un negocio, aprender a tocar la guitarra o ser buena madre o padre–: has necesitado una gran cantidad de concentración y atención sostenida en el tiempo para conseguirlo.

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P.: Entonces, la capacidad de concentración lo es todo en cierto sentido.

R.: Cuando tu habilidad para concentrarse se rompe, tu capacidad para conseguir cualquier objetivo disminuye. Te sientes peor contigo mismo, porque en realidad eres menos competente. Pero cuando consigues recuperar tu atención, es increíble porque vuelves a ser capaz de hacer cosas. La atención es nuestro superpoder, como lo es la creatividad. Por eso como especie hemos tenido tanto éxito.

P.: La creatividad va de la mano de la atención.

R.: Y también del descanso, y momentos en los que no estés constantemente con el "espera, qué, cómo, qué ha pasado"… saltando de una cosa a otra. Si estás en esa rueda, la creatividad no llegará nunca.

P.: Ese estado constante, podríamos decir, de estrés, de saltar de una cosa a otra, de no ser capaces de concentrarnos, al final acaba generando más estrés y más ansiedad. En el libro habla de cómo la salud mental y la atención también van juntas.

R.: Cuando no puedes prestar atención, te lleva más tiempo hacer las cosas y acabas cometiendo más errores. Eso estresa, obviamente. Y viceversa. El estrés también daña la atención. Eso es lo que nos ha pasado a muchos en los últimos años con la pandemia.

Hari nos remite a las palabras de la doctora Nadine Burke Harris, la antigua directora general de Salud Pública de California. Ella, cuenta, le puso un ejemplo muy ilustrativo: “Imagina que un día vas por la calle y te ataca un oso, que aparece de pronto, y sobrevives. Durante las semanas y meses después del incidente, te costará concentrarte en cualquier tarea porque estarás pensando siempre en que puede aparecer un oso”.

Ante una situación así, explica el británico, “entras en un estado de vigilancia”. Pero ¿y si vuelve a atacarte un oso y vuelves a sobrevivir? “Después de eso, ¿no verías lógico que fueses incapaz de concentrarte en nada durante muchísimo tiempo? Entrarías en un estado de hipervigilancia, porque tu cerebro no entendería lo que está pasado”, zanja.

P.: Es lo que le ocurrió a mucha gente con la Covid-19, ¿verdad?

R.: Claro, cualquier cosa que cause estrés hace que nuestro estado de vigilancia aumente y, por tanto, reduce la atención profunda. Y, por cierto, muchos estamos estresados con muchos aspectos de la vida, el trabajo… pero la pandemia fue como el oso del ejemplo. Cuando nos confinaron por primera vez, mucha gente quería leer muchos libros y hacer muchas cosas, pero veían cómo eran incapaces de hacerlo. Era el estrés afectando a su capacidad de concentración.

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P.: Es curioso porque es muy común escuchar eso de "trabajo mejor con estrés".

R.: La evidencia científica es clara: una pequeña cantidad de estrés es buena para la atención. Si vas a subirte a un escenario a dar un discurso, un poco de estrés te dará el empujón necesario para hacerlo bien. Pero más allá de esa pequeña cantidad, el estrés se convierte en un desastre. Y hay mucha evidencia científica que lo apoya: el estrés es uno de los principales factores que dañan nuestra atención.

La atención es como una cebolla

Hari hace referencia varias veces durante la conversación a James Williams, uno de los filósofos de la atención más reconocidos –que, como indica el británico, trabajaba en el corazón de Google y lo dejó porque “le daba pánico lo que estaban haciendo”– y a sus capas o niveles de atención.

La primera sería la conocida como el foco o spotlight. Esa, cuenta Hari, sería "nuestra habilidad de llevar a cabo tareas inmediatas y cortas". Es decir, nuestra capacidad de realizar solo una tarea. Y pone un ejemplo: "Me levanto a la nevera a por una Coca-Cola y por el camino me escribe un amigo. Ahora estoy en la cocina, con el móvil en la mano, pero no recuerdo qué iba a coger, así que vuelvo sin mi bebida".

La segunda capa, la luz de las estrellas (starlight), es nuestra capacidad de desarrollar tareas a largo plazo. "Por ejemplo, quiero escribir un libro o ser buen padre", explica. Y añade: "Cuando estás en el desierto, solo necesitas mirar a las estrellas para encontrar tu ubicación, con la atención pasa lo mismo: si no tienes tiempo para descansar, para pensar, para desconectar, si ni siquiera puedes ir a la cocina a por una bebida, no podrás llevar a cabo proyectos a largo plazo".

La tercera capa es la luz del día (daylight), o "nuestra habilidad para saber cuáles son nuestros proyectos a largo plazo, es decir, por qué queremos escribir un libro, o ser buenos padres, o aprender a tocar un instrumento". Para entender nuestras motivaciones, explica Hari, "necesitas ser capaz de pensar con profundidad y detenimiento". Esta capa, insiste, es la que más dañada se encuentra en la actualidad.

Pero para Hari hay una cuarta capa: la de las luces de estadio. "Sería nuestra capacidad colectiva para conseguir nuestros objetivos como sociedad".

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P.: Porque no solo está colapsando nuestra atención individual…

R.: Exacto. Nuestra atención colectiva está colapsando. Y no es coincidencia que sucede a la vez que se da la mayor crisis mundial de la democracia desde los años 30 del siglo pasado. Nos está costando mucho pensar con claridad, escucharnos unos a otros, distinguir la verdad de las mentiras. Y la atención está en el epicentro de todo.

P.: ¿Cuándo empezamos los humanos a perder nuestra capacidad de atención? ¿Podemos ubicarlo en el tiempo?

R.: La verdad es que no lo sabemos porque es complicado ubicar todos los factores que afectan a nuestra concentración. Pero sí sabes que en los últimos años la crisis de atención se ha acelerado, y algunas causas son, por ejemplo, las redes sociales. Si ahora abres TikTok, Facebook, Twitter o Instagram, tu atención se verá deteriorada. Y esto es muy curioso, sobre todo tras discutirlo con personas de Silicon Valley que se han encargado del diseño de aspectos clave del mundo digital en el que vivimos.

P.: ¿A qué se refiere? ¿Por qué deterioran nuestra atención las redes así de golpe?

R.: Si abres cualquier red social ahora mismo, estas compañías empiezan a generar dinero inmediatamente gracias a ti de dos formas. Por un lado, con la publicidad. La segunda manera es mucho más importante: todo lo que haces en estas apps está escaneado por sus algoritmos de inteligencia artificial, que aprenden lo que te provoca hacer clic.

Todos tus likes, todo lo que hayas escrito en tus mensajes directos, todo lo que has hecho en la red social pasa por ese algoritmo para generar una estrategia que haga que sigas haciendo scroll y viendo publicidad. Porque cuanto más tiempo estés en la app, más beneficios le generas. Y cuando dejas la red, ese dinero se va. Por tanto, todos los esfuerzos de Silicon Valley están puestos en mantenernos el mayor tiempo posible conectados. Y eso nos impide concentrarnos en lo que estábamos haciendo antes de chequear las redes.

Johann Hari, escritor y periodista, durante una entrevista con Crónica Global de EL ESPAÑOL.

Johann Hari, escritor y periodista, durante una entrevista con Crónica Global de EL ESPAÑOL. Katrin Baumbach

P.: El problema de la atención no es baladí, pero ¿cómo podemos recuperar nuestra concentración? ¿Qué propone?

R.: En el libro hablo de muchas cosas que hacer como individuos, pero por ejemplo podemos guardar bajo llave nuestros teléfonos móviles durante unas horas todos los días, mientras vemos una película o una serie, mientras leemos o mientras cenamos con amigos, así no estaremos consultándolos cada poco. O podemos abandonar las redes sociales durante unas semanas al año.

P.: ¿Y como sociedad?

R.: Podemos empezar por regular a las grandes tecnológicas, pero también tenemos que cambiar la manera en que funcionan las escuelas. Y también el trabajo: la desconexión es vital. No podemos pasarnos el día revisando el email y recibiendo mensajes y llamadas de trabajo, incluso cuando estamos de vacaciones o tenemos el día libre.

P.: Esto último es resultado de la hiperconexión actual.

R.: Es algo muy moderno, en los 80 y en los 90 no pasaba. Incluso a principios de los 2000. Cuando salías de trabajar, salías de trabajar. Solo a los médicos y pocos profesionales más les llamaban a casa por motivos de trabajo. Y siempre eran urgencias. De ahí lo revolucionario de la ley francesa que obliga a la desconexión. Es un gran cambio colectivo que permite que los trabajadores mejoren su atención.

P.: Hoy en día, un adulto tiene la capacidad de prestar atención a una tarea durante 3 minutos seguidos. Los adolescentes están en los 65 segundos. ¿Deberíamos adaptar el mundo o tendríamos que luchar contra esta tendencia?

R.: Hemos intentado adaptarnos, pero ¿cómo nos ha salido? Hay límites a la capacidad de adaptación del ser humano. Hay cosas de nuestro cerebro que no podemos cambiar. Y, para ser sinceros, hay una gran brecha entre lo que los humanos necesitamos y lo que nuestro entorno nos está proporcionando. No deberíamos cambiarnos a nosotros mismos, sino nuestra forma de vivir.