Cada noviembre asistimos al mismo ritual: Black Friday, Cyber Monday, anuncios que prometen los mejores descuentos, precios inéditos, compras masivas y un nuevo récord en ventas online.

Para María, que trabaja desde casa, acostumbrada a comprar todo con un clic y que su pedido le llegue a la puerta, estas fechas son la oportunidad ideal para ahorrarse algo de dinero en unas botas que lleva tiempo mirando.

Clara, que trabaja como camarera, llega a casa cansada y sin tiempo, y aprovecha las ofertas de una nueva televisión mientras cena. Luego le pedirá a su vecino que reciba su paquete porque pasa todo el día fuera. Pablo, que estudia arquitectura y tiene poco tiempo para pensar el regalo para su padre, decide aprovechar la oportunidad y seleccionar un libro al instante.

Como ellos, millones de españoles han decidido hacer del comercio electrónico su nuevo compañero de piso. Pero detrás de esa comodidad, es inevitable preguntarse cómo impacta realmente en nuestras ciudades y en nuestro día a día.

Según la Organización de Consumidores y Usuarios (OCU), este año, el 78% de las personas encuestadas planearon hacer compras en el Black Friday, y seis de cada diez dijeron que lo harían por internet.

El lado oculto de las rebajas y la aparente comodidad de comprar desde el ordenador, y que nuestro paquete llegue en tan solo días (o incluso horas) a la puerta de casa, son los costos que no aparecen en ninguna factura y que termina afectándonos a todas las personas: contaminación, aumento del tráfico y deterioro del espacio público.

El comercio electrónico está llenando nuestras ciudades de furgonetas de reparto como nunca antes. En España, 26 millones de personas realizan compras en línea al menos dos veces al mes, y eso se nota en las calles, con más vehículos circulando y más emisiones cada día.

Tanto el Black Friday como su continuación, el Cyber Monday, se han vuelto parte de los mayores aceleradores de un modelo de distribución urbana de mercancías cada vez más intenso e insostenible. La última milla —ese tramo final en el que un paquete viaja desde el almacén hasta nuestra puerta— concentra los impactos más visibles, que se traducen en un aire más contaminado, mayor ruido en las calles, atascos y un uso cada vez más regresivo del espacio urbano.

Se calcula que una cuarta parte de las emisiones contaminantes en nuestras ciudades provienen de la distribución urbana de mercancías. Y la etapa de la última milla puede llegar a concentrar hasta la mitad del CO₂ generada por cada envío. A eso se suma que este modelo de reparto es responsable de hasta el 40% del tráfico urbano.

En la práctica, esto implica miles de furgonetas de reparto realizando trayectos cortos, aumentando la contaminación del aire, el esmog y los atascos. Si nada cambia, las emisiones de la última milla podrían generar entre 2023 y 2030 hasta 168.000 casos de asma, 285.000 síntomas respiratorios más y hasta 9.500 muertes prematuras a nivel mundial.

Estos datos son alarmantes. Mientras empresas y gobiernos avanzan en transformaciones estructurales, como sociedad tenemos también la oportunidad de tomar decisiones que realmente marquen la diferencia en nuestras ciudades.

Utilizar puntos de recogida puede reducir de forma significativa las emisiones asociadas a la distribución urbana de mercancías. En lugar de esperar cada paquete en casa, podemos optar por recibirlos en espacios comunes (como taquillas o comercios) donde se concentran varias entregas.

Este cambio permite que un solo vehículo deje decenas de pedidos en un solo lugar, evitando desplazamientos innecesarios por todo un barrio, disminuyendo las emisiones por paquete entre un 64% y un 86%. Esto, además de beneficiar al medio ambiente, reduce la cantidad de furgonetas en el espacio público, contribuyendo a un entorno urbano más limpio y habitable para los vecinos y vecinas.

Estos puntos suelen estar cerca de nuestras casas o trabajos y cuentan con horarios amplios que permiten recoger los paquetes con mayor flexibilidad, sin tener que estar pendientes del timbre o pedir favores a vecinos para que los reciban cuando no estamos.

Podemos pasar a buscarlos cuando mejor nos encaje en la rutina, incluso de camino al trabajo o al volver a casa. Además, es una opción que facilita desplazarnos caminando o utilizando medios de transporte más sostenibles, reforzando aún más su impacto positivo.

De esta forma, también se evita uno de los grandes problemas del reparto actual, las entregas fallidas, que afectan a entre un 5% y un 10% de los envíos y generan desplazamientos adicionales que se podrían prevenir.

A esto se suma la importancia de comprar de forma más consciente, evitando prácticas habituales como pedir el mismo producto en distintas tallas o colores con la idea de devolver después, ya que estas decisiones multiplican los envíos y el impacto del reparto. Cada elección que hacemos al comprar puede parecer pequeña, pero colectivamente cambia el panorama de nuestras ciudades.

Al final, no solo se reducen las emisiones y el tráfico, también se gana en comodidad, con entregas más simples, menos problemas y más libertad para decidir cuándo y cómo recoger los pedidos.

Como indicamos desde ECODES, junto a los puntos de recogida, la electrificación de los vehículos de reparto juega un papel fundamental para reducir las emisiones.

Sustituir la gasolina y el diésel por energía eléctrica permite disminuir de forma directa la contaminación generada durante los trayectos. Además, los conductores nos han contado que experimentan un menor nivel de estrés al utilizar camiones eléctricos, lo que mejora su bienestar y eficiencia.

Otra gran alternativa son las entregas realizadas en bicicletas y a pie, especialmente en zonas de alta densidad poblacional y con restricción de tráfico. Este modelo hace más ágil el reparto, genera empleo local y fortalece redes con cooperativas y pequeñas empresas, siempre que vaya acompañado de medidas que garanticen la seguridad vial y los derechos de los trabajadores.

La descarbonización de la distribución urbana de mercancías no solo ayuda a enfrentar las consecuencias del cambio climático. También permite realizar un cambio profundo y real en la forma de nuestro entorno cotidiano, haciéndolo más habitable, reduciendo el tráfico y mejorando la calidad de vida de todas las personas.

En estas fechas (y las que vendrán), más allá de las ofertas, tenemos que decidir qué tipo de ciudad queremos habitar y qué impacto queremos dejar en nuestro entorno y en las personas que nos rodean.

*** Josefina Frixione es responsable de Políticas Públicas de ECODES.