En pleno siglo XXI, casi 43 millones de niños y niñas siguen sufriendo desnutrición aguda. De ellos, más de una cuarta parte viven en África: en países como Etiopía, Sudán del Sur o Malí, el hambre silenciosa frena el desarrollo de comunidades enteras y las condena a un ciclo de pobreza difícil de romper, e incluso a la muerte.

Como director de Acción contra el Hambre en Malí, he visto el hambre en su forma más concreta y silenciosa: en la mirada de los niños y niñas que llegan a los centros de salud, demasiado cansados para jugar, demasiado delgados para correr, en los ojos de las madres que, por la noche, prefieren privarse para que sus hijos tengan algo que llevarse a la boca y en la esperanza de familias enteras que se organizan en torno a una única comida, compartida con dignidad y silencio, como un acto de resistencia frente a lo imposible.

Pero también he visto la otra cara de esta realidad: la fuerza tranquila de las comunidades, el compromiso incansable de los líderes locales y esa energía colectiva que surge cuando mujeres y hombres se unen en torno a un mismo objetivo: acabar con el hambre. 

Pero para lograrlo, debemos combatir la desnutrición desde su raíz. No basta con tratarla, también hay que prevenirla, abordando sus causas profundas. Luchar contra el hambre no es solo distribuir alimentos, sino también permitir que cada comunidad produzca, acceda y elija su propia alimentación, con dignidad.

También significa recordar a los gobiernos su deber de proteger estos derechos fundamentales, ya que la seguridad alimentaria no es un favor, sino un derecho humano esencial. 

En Acción contra el Hambre, hemos comprendido que la lucha contra la desnutrición no comienza en un centro de salud, sino en las comunidades, los mercados y los hogares, donde cada día está en juego la supervivencia y la dignidad. Desde hace siete años, luchamos contra el hambre en su origen con el apoyo de nuestros socios nacionales e internacionales a través del proyecto Right2Grow.

He visto a mujeres dar nueva vida a lo que la tierra les ofrece, formándose en técnicas de transformación y conservación de cereales, frutas y verduras; he visto a comunidades levantarse para hacer oír su voz, exigir que se les escuche y reivindicar el derecho fundamental a alimentar a sus hijos dignamente.

También he visto evolucionar las políticas locales, inspiradas por esta energía colectiva, por este rechazo al fatalismo. Right2Grow es eso: un movimiento silencioso, paciente, pero decidido, que parte de los pueblos para construir un futuro en el que todos los niños y niñas puedan crecer sanos, sin temor al hambre.

Un hombre en el marco del proyecto Right2Grow.

Un hombre en el marco del proyecto Right2Grow. Tiècoura N'Daou Acción contra el Hambre

En 2023, en un contexto marcado por la inestabilidad, las tensiones políticas y los disturbios sociales, dimos un paso histórico: por primera vez, la Constitución de Malí reconoció el acceso a la alimentación, el agua y el saneamiento como un derecho fundamental.

Este avance no es solo simbólico: consagra un marco jurídico sólido, que ahora compromete al Estado a integrar estos derechos en sus políticas públicas, presupuestos y programas.

Se trata de una victoria colectiva que abre el camino a avances sostenibles en materia de salud, nutrición y desarrollo y, sobre todo, al reconocimiento oficial de la dignidad humana como base del cambio. 

Esta semana, la alianza Right2Grow se reúne en los Países Bajos para celebrar este avance histórico y todos los demás pasos dados en el camino hacia un futuro más justo y digno.

Nos reunimos para honrar los progresos realizados, evaluar los objetivos alcanzados y, sobre todo, rendir homenaje a las vidas salvadas, mejoradas o transformadas por este compromiso colectivo.

También es un momento para reafirmar una profunda convicción: el cambio es posible cuando actuamos juntos: gobiernos, organizaciones, comunidades y ciudadanos unidos por una misma causa.

Gracias a los esfuerzos conjuntos de las comunidades locales, los comités ciudadanos y las organizaciones internacionales, Malí ha sentado las bases para un futuro mejor, un futuro en el que los mercados rebosan de alimentos nutritivos, en el que el agua potable se convierte en un derecho real y no en un privilegio, y en el que, en los hogares rurales, la esperanza comienza a recuperar su lugar.

Pero dos años después de la adopción de la ley, se impone una realidad más compleja, a pesar de los indudables progresos realizados. La brecha entre la ley y la vida cotidiana sigue siendo profunda entre los principios consagrados en los textos y su aplicación sobre el terreno.

Porque convertir un derecho en realidad requiere mucho más que un marco jurídico, se necesitan recursos adecuados, una coordinación eficaz y una voluntad política sostenida, a menudo frenada por limitaciones estructurales, de seguridad o administrativas. Esta es una de las razones por las que la desnutrición persiste en Malí.

Los graneros siguen vacíos, las ollas siguen vacías con la esperanza de que algún día se llenen, y los niños pasan hambre en el más absoluto silencio.

No podemos ni debemos cesar en nuestro empeño. La desnutrición tiene remedio, pero el progreso sigue siendo frágil frente a las crisis climáticas, las dificultades de gobernanza y acceso y la reducción de la financiación humanitaria.

Ahora más que nunca, debemos actuar desde la raíz, construyendo sistemas alimentarios, sanitarios y sociales sólidos y resilientes, capaces de resistir las crisis y garantizar un futuro sin hambre.

Porque el derecho a una vida digna, a una alimentación adecuada y a la salud es universal. No puede depender de un país, de un estatus o de un origen.