Las casi 400.000 hectáreas de superficie forestal que España ha visto perder bajo las llamas en lo que va de 2025 es un auténtico drama que precisa de una profunda reflexión, que ayude a identificar adecuadamente qué es lo que nuestro país no está haciendo bien y, consecuentemente, qué debería corregir para evitar que lo acontecido en este año no sea la tónica general que nos acompañe los sucesivos veranos.

El elemento diferencial que en estos momentos estamos viviendo es que, aun cuando ocurren menos incendios forestales, su virulencia es tal, que se vuelven incontrolables y su extensión es cada vez mayor. En 2025, la superficie quemada fue dos veces superior a toda la extensión de la provincia de Guipúzcoa.

Esto ocurre por una razón muy sencilla: los montes españoles tienen una densidad de árboles excesiva y están sobrecargados de matorral altamente inflamable. Por eso, cuando una chispa consigue prender y se convierte en un fuego, ya no hay manera de controlarlo.

Son los denominados incendios de sexta generación, que alcanzan tal intensidad, que convierten en insuficiente el esfuerzo de las personas que se juegan la vida en su extinción.

Al analizar las estadísticas oficiales, se puede comprobar cómo España es un país deficitario en madera, con lo que, para abastecerse, tiene que importarla de terceros países. Sin embargo, solo es capaz de aprovechar el 40% de lo que crece en sus bosques. ¿Cómo es esto posible? ¿Qué falla para que año tras año nos resignemos a la destrucción de nuestros espacios forestales en vez de generar bioeconomía a partir de ellos?

La respuesta es muy fácil: en la mayor parte de los casos, llevar a cabo las actuaciones forestales que necesitan nuestros montes, en el estado de abandono en el que se encuentran, es mucho más costoso que el valor monetario que se obtiene con la venta de las maderas, leñas o astillas que se obtendrían al realizarlos.

Y las cuentas no le salen a nadie; ni a los distintos gobiernos autonómicos que gestionan el 26% de la superficie forestal española, ni a los particulares, empresas y ayuntamientos que son dueños del 74% restante. Por eso los montes españoles están sobredensificados, porque sus dueños no disponen de los recursos que exige su conservación.

Si bien a los titulares forestales las cuentas no les salen, la sociedad sí que gana con la existencia de estos bosques, ya que proporcionan oxígeno, fijan CO₂, regulan los cursos de agua aminorando los riesgos de crecidas e inundaciones, proporcionan biodiversidad, y son fuente de turismo y disfrute.

Es decir, la ciudadanía se beneficia de esos intangibles o servicios ambientales que proporcionan los montes, pero no paga por ello a sus titulares, ni siquiera les ayuda a sufragar los gastos que la gestión forestal les supone. ¿No suena injusto? ¿No se deberían diseñar mecanismos de solidaridad entre unos y otros?

Aun así, el cuello de botella no es solo económico, ya que cada vez quedan menos trabajadores forestales como motoserristas, desbrozadores, aserradores... Los bajos salarios, el alto riesgo de accidentes que este tipo de actividades conlleva, junto con su nulo reconocimiento profesional, está provocando que nadie quiera desarrollar este tipo de tareas, por lo que, si no lo remediamos, pronto nos encontraremos en un escenario en que no habrá quien extraiga y utilice la madera y leña que sobra en nuestros montes. ¿Qué haremos entonces?

Es un contexto que cuenta con muchas analogías como el que vivió nuestro país en los años 60 y 70, cuando, en un escenario de minifundismo y de falta de modernización, abordó el desarrollismo agrario.

En vez de dejar caer a su campesinado, España optó por modernizarlo y hacerlo competitivo, habilitando importantes inversiones y procesos de alta innovación social como, por ejemplo, las concentraciones parcelarias o la modernización del tejido empresarial, gracias a los cuales hoy contamos con un sector profesionalizado que nos garantiza el suministro de alimentos básicos.

En estos momentos, los montes españoles se encuentran en un contexto parecido: ausencia de infraestructuras, millones de hectáreas a las que ni siquiera se puede acceder, centenares de miles de propietarios que no disponen de un título de propiedad que les ofrezca la suficiente seguridad jurídica para actuar o invertir, y un tejido empresarial en vías de extinción.

Acometer las reformas que permitirían reconvertir el sector forestal de nuestro país y hacerlo mucho más eficiente exige una inversión elevada, pero que es completamente rentable. Lo que nos gastaríamos en dinamizar la gestión y el sector forestal, lo recuperaríamos al movilizar la economía y al reducir los costes de extinción.

La posible confección de un Pacto de Estado abre la puerta a que estas reformas puedan convertirse en una realidad. Sin embargo, nunca serán efectivas si no vienen acompañadas por una decidida apuesta por la innovación social que sirva para hacer partícipe a la sociedad del reto que se pretende resolver.

Porque no se puede obviar que el 72% de la superficie forestal española es privada y pertenece a varios millones de personas, posiblemente a uno de cada siete españoles. Si lo que se pretende es sacarles de su absentismo y que mantengan sus montes en buen estado de conservación, además de apoyo económico, necesitarán acompañamiento, soporte y ayuda.

Por eso, en el nuevo paradigma de conservación forestal y de prevención de incendios que se pudiera llegar a diseñar, además de podas y desbroces, serán necesarios mecanismos innovadores que permitan recuperar la ilusión de los titulares forestales y que consigan vincularles con sus montes y con los pueblos en los que estos se encuentran y de donde ellos proceden, convirtiéndoles en facilitadores de la gestión forestal.

Porque los propietarios forestales de este siglo XXI ya no residen en los pueblos, pero los montes siguen necesitando un mundo rural vivo. Se trata de escribir un nuevo orden, en el que campo y ciudad caminen de la mano. Es tarea de todos, de nuestros gobernantes, pero también nuestra. ¿Te animas a empezar? 

***  Pedro Medrano es promotor de la iniciativa Montes de socios y Emprendedor Social Ashoka.