Escribo este artículo no desde un lugar cómodo, sino desde la primera línea del sufrimiento y la resiliencia. He caminado entre las cenizas del conflicto en Afganistán, he estado en los abarrotados campamentos de Cox's Bazar, he tomado de la mano a madres afligidas y he escuchado los silenciosos lamentos en el Líbano y Sri Lanka.

Esta vocación me hace quedarme cuando otros se van. Y al quedarme, he sido testigo no solo de la desesperación, sino también de una esperanza desafiante.

El poder invisible de las mujeres locales

En todos los entornos frágiles en los que he tenido la oportunidad de prestar servicio, una verdad se ha mantenido constante: el poder silencioso e inquebrantable de las mujeres locales.

Desde Sahira, que arriesgó su vida para enseñar en secreto a las niñas bajo el régimen talibán, hasta Noor Begum, una viuda rohingya que se convirtió en protectora, denunciando abusos y cuidando de los niños y niñas huérfanos en los campos de personas refugiadas y en los barrios en ruinas del Líbano, las madres, a pesar de no tener nada, encontraron la manera de cocinar para un centenar de niños y niñas refugiados.

Estas mujeres no son víctimas. Son más que simples supervivientes; son líderes y el símbolo de la resiliencia. No tienen un título destacado, pero desempeñan sus funciones con una convicción feroz.

Las mujeres suelen actuar como proveedoras no remuneradas de cuidados y espacios seguros: espacios de sanación emocional, mental y espiritual; espacios que protegen de la violencia y la explotación; espacios donde los niños y niñas pueden ser simplemente niños.

Eso es lo que necesita la infancia en entornos muy inestables, donde todo se desmorona. Las mujeres son verdaderamente las guardianas del alma de sus comunidades.

Sin embargo, a menudo se las pasa por alto. Dentro del sistema humanitario, siguen estando marginadas. La marginación de las mujeres dentro de los sistemas humanitarios no es accidental, sino que tiene sus raíces en normas culturales y estructuras patriarcales arraigadas que dan forma tanto a la sociedad como al propio sector humanitario.

Entre 2013 y 2023, solo el 5% de los artículos periodísticos que cubrían el impacto de los conflictos se centraban en las experiencias de las mujeres. Al mismo tiempo, alrededor del 80% de las mujeres en zonas de conflicto participan activamente en la prestación de ayuda y la seguridad dentro de sus comunidades.

Mientras que casi el 70% de los hombres en zonas afectadas por conflictos mantienen el acceso al empleo, menos del 20% de las mujeres en zonas de conflicto tienen un trabajo remunerado. En todas las culturas, las mujeres desempeñan funciones vitales de cuidado y apoyo, pero rara vez se consideran funciones de liderazgo.

En todos los niveles de toma de decisiones en todo el mundo, las mujeres están infrarrepresentadas y, en el ámbito político, la paridad de género está lejos de alcanzarse.

El patriarcado refuerza esta situación al concentrar el poder, la voz y la visibilidad en manos de los hombres. Incluso dentro de las organizaciones humanitarias, cuyo objetivo es promover la justicia y la igualdad, las estructuras de liderazgo suelen reflejar las mismas jerarquías de género que pretenden desafiar.

A pesar de que las mujeres representan más del 40% de la fuerza de trabajo humanitaria, solo entre el 20% y el 25% de los puestos de alta dirección están ocupados por mujeres. Estos sistemas están configurados por dinámicas de poder globales que a menudo ignoran o devalúan las respuestas locales lideradas por mujeres.

Las mujeres también se ven afectadas de manera desproporcionada por la inseguridad y la violencia en contextos frágiles, lo que les dificulta participar en los espacios públicos. En los países afectados por conflictos, una de cada siete mujeres de entre 15 y 49 años sufrió violencia de género en 2024.

Cuando las mujeres alzan la voz o lideran, a menudo se enfrentan a reacciones negativas, sospechas o simplemente no se las toma en serio, lo que vuelve a reflejar las actitudes patriarcales. Es hora de reconocer el cuidado como liderazgo y garantizar que las voces de las mujeres no solo se escuchen, sino que sean el centro de atención.

Así es el empoderamiento: arraigo, valentía y liderazgo desinteresado

Para empoderar verdaderamente a las mujeres, debemos ir más allá de la inclusión simbólica. Los programas deben invertir en iniciativas lideradas por mujeres, proporcionar formación cívica y de liderazgo, y apoyar el acceso a la educación, especialmente en STEM y alfabetización digital.

La construcción de la paz en la comunidad debe situar a las mujeres en el centro, mientras que la financiación debe destinarse directamente a las organizaciones de base dirigidas por mujeres. Y el cambio duradero debe implicar a los hombres y los niños en el cuestionamiento de las normas de género.

Cuando se excluye a las mujeres, las respuestas humanitarias no logran abordar sus necesidades específicas: protección contra la violencia, acceso a la atención reproductiva y reconocimiento como cuidadoras. Su exclusión debilita la cohesión de la comunidad y socava la paz sostenible. Cuando las mujeres lideran, las comunidades no solo sobreviven, sino que comienzan a sanar y prosperar.

Escuchar, proporcionar recursos, ampliar

El cambio comienza por escuchar. Debemos dar prioridad a las historias de las mujeres por encima de las soluciones importadas. Debemos invertir en lo que ya existe: su sabiduría, sus redes y su fuerza.

Dejemos de ofrecer caridad cuando lo que se necesita es justicia. Dejemos de tratar el coraje como algo excepcional cuando lo vemos a nuestro alrededor, en mujeres que lo han perdido todo, pero se niegan a perder la esperanza.

Un ejemplo convincente es la iniciativa Mujeres empoderadas, niños y niñas empoderados de World Vision en Cox's Bazar. Se crearon grupos de protección comunitaria dirigidos por mujeres que ofrecían espacios seguros para el apoyo, el liderazgo y la defensa.

Las mujeres identificaron los riesgos, se involucraron en la gestión del campamento e influyeron en el diseño del programa. Tras ser testigos directos de esta transformación, nos aseguramos de que las mujeres no solo fueran incluidas, sino que también pudieran liderar. Estos modelos deben ampliarse y adaptarse a otros contextos frágiles.

Caminando con, no por delante

Son ellas, las mujeres y las niñas, las verdaderas sanadoras de la humanidad, como la niña afgana que susurra el alfabeto a puerta cerrada, la madre libanesa que alimenta al hijo de un desconocido o la niña rohingya que dibuja flores en la tierra. No se encuentran en los podios, sino en las tiendas de campaña, las cocinas y las aulas. Ellas nos muestran que la esperanza es una decisión diaria.

Este es nuestro deber sagrado como humanitarios: proteger donde otros explotan, reconstruir donde otros destruyen y amar donde otros abandonan.

Las mujeres no huyen del dolor, lo atraviesan, llevando a otros consigo. Levantan generaciones, reconstruyen naciones y recuperan futuros. Lo que les falta no es valor, sino reconocimiento, apoyo y espacio para liderar.

Cinco acciones tangibles

Para situar a las mujeres en el centro de un reinicio humanitario, pedimos:

  1. Financiación directa a organizaciones dirigidas por mujeres: asignar una mayor parte de los recursos humanitarios a grupos de base dirigidos por mujeres, sin pasar por la compleja burocracia.

  2. Institucionalizar el liderazgo de las mujeres en la respuesta a las crisis: garantizar funciones formales para las mujeres en la gestión de los campamentos, los comités comunitarios y la planificación de la respuesta.

  3. Ampliar las iniciativas de medios de vida y resiliencia dirigidas por mujeres: centrarse en la formación profesional, las transferencias de activos y los vínculos con el mercado, especialmente para los hogares encabezados por mujeres.

  4. Incorporar la prevención de la violencia de género en todos los programas: hacer que la protección sea parte integral de la seguridad alimentaria, el agua, el saneamiento y la higiene, el alojamiento, la salud y la educación, y no una cuestión secundaria.

  5. Abogar por políticas y presupuestos que promuevan la igualdad de género: impulsar los compromisos de los donantes y las protecciones legales que institucionalicen la participación y los derechos de las mujeres.

Vamos más allá de los márgenes. Caminemos con las comunidades, no por delante de ellas. Centrémonos en las voces y el liderazgo de las mujeres, porque cuando las mujeres se levantan, las naciones comienzan a sanar.

*** Asuntha Charles es directora de Respuesta Humanitaria de World Vision.