En Haití, hoy, los grupos armados han convertido la capital del país en un campo de batalla, y las mujeres y las niñas están en la primera línea.

Con casi el 85% de Puerto Príncipe bajo control de las pandillas, más de un millón de personas han sido obligadas a huir de sus hogares.

Las mujeres y niñas viven ahora en refugios improvisados o campamentos informales donde la violencia acecha en cada rincón. Para muchas de ellas, demasiadas, el desplazamiento no ha significado seguridad; solo ha profundizado su trauma.

El número de agresiones sexuales contra niños ha aumentado en un 1.000% entre 2023 y 2024, según las últimas cifras.

Escuchamos historias de crueldad inimaginable: niñas secuestradas, drogadas, golpeadas y violadas repetidamente por miembros de pandillas.

La última que ha llegado a mis oídos ha sido la de Régine, violada por cuatro hombres cuando intentaba regresar a su casa en Solino para recuperar sus documentos de identidad, después de que las pandillas tomaran control del área.

Finalmente, fue rescatada por policías que intervinieron durante un enfrentamiento con las pandillas. Pero las cicatrices físicas y emocionales de ese ataque permanecerán grabadas en su vida.

Esto no es un hecho aislado. Estos son actos sistemáticos de guerra.

La violencia sexual se utiliza deliberadamente para infundir miedo, dominar comunidades y ejercer control territorial. Las mujeres son atacadas en sus hogares, en el transporte público, mientras compran en el mercado o simplemente caminan por la calle.

Y, sin embargo, el silencio es ensordecedor.

Casi el 40% de las mujeres haitianas sufren violencia sexual o física en algún momento de su vida y la mayoría nunca lo denuncia. La impunidad reina.

Las sobrevivientes quedan sin acceso a la justicia o atención médica. La respuesta humanitaria sigue estando gravemente infrafinanciada. Solo una fracción irrisoria de los recursos necesarios se destina a servicios de protección para mujeres y niñas.

Al mismo tiempo, el reclutamiento de niños por las pandillas ha aumentado un 70% este año, y algunos apenas con ocho años.

Las niñas, especialmente, están expuestas a la esclavitud sexual bajo el pretexto de la afiliación con las pandillas. El impacto en su futuro es incalculable.

A pesar de estos horrores, la atención internacional se desvanece. Haití está siendo abandonado una vez más.

Nos dicen que "no hay voluntad política", que las soluciones son "demasiado complicadas". Pero para las mujeres y niñas, atrapadas en una pesadilla diaria de violencia sexual y terror, esperar no es una opción.

El costo de la inacción está escrito en sus cuerpos.

Es hora de una respuesta internacional y nacional coordinada que ponga a las mujeres y niñas en el centro de la planificación humanitaria y de seguridad.

Para ello, es necesaria financiación urgente para organizaciones lideradas por mujeres que brindan atención médica, apoyo psicosocial, asistencia legal y refugio seguro. Así como medidas concretas para combatir la impunidad y responsabilizar a los perpetradores.

Pero también es fundamental la participación de las propias mujeres haitianas en la toma de decisiones: en la política, la construcción de la paz y la recuperación.

No podemos darnos el lujo de mirar hacia otro lado. La crisis de Haití no es solo una catástrofe humanitaria, es una guerra contra las mujeres y las niñas.

Frente a esto, las mujeres haitianas no están permaneciendo en silencio. Se están organizando, resistiendo y luchando por proteger sus comunidades.

Pero no pueden, no deben y no tienen que hacerlo solas. Actuemos con urgencia, no con lástima.

Con compromiso, no con complacencia. La seguridad, la dignidad y el futuro de toda una generación dependen de ello.

*** Angeline Annesteus es directora de ActionAid Haití.