¿En qué piensa la mayoría de la gente cuando habla de biodiversidad? ¿Bosques frondosos? ¿Pájaros exóticos que viven en la selva colombiana, quizá? El Diccionario de la lengua española la define como la variedad de especies animales y vegetales en su medio ambiente.

¿Acaso el ser humano no forma parte de esta biodiversidad? Claro que sí. La especie humana es una más y está interrelacionada con el resto del ecosistema.

Dependemos las unas de las otras y si rompemos ese equilibrio, fruto de la evolución, estamos poniendo en peligro nuestra propia supervivencia. Preservar la diversidad biológica del planeta es garantizar nuestro futuro.

Por ello tenemos que actuar, implementando e impulsando un modelo productivo que no necesite de la destrucción de los ecosistemas y provoque la desaparición de seres vivos. El tiempo no para y estamos en un punto crítico.

En los últimos 40 años, más del 70 % de la biodiversidad del planeta ha desaparecido. Una extinción masiva y casi irreversible que requiere adoptar prácticas, a pequeña y gran escala, que protejan la vida silvestre y cohabiten con ella, sin necesidad de su erradicación. 

La siguiente pregunta que puede surgir ahora es: ¿cómo vamos a devolver estos lugares a su estado primitivo si los humanos los estamos ocupando con ciudades, con explotaciones agrícolas…? Y es que, en esta extinción masiva que estamos experimentando, tenemos un responsable principal, y no son precisamente nuestras ciudades.

La gran responsable de la pérdida y transformación de nuestros ecosistemas es la agricultura, seguida de la ganadería y la pesca extractiva. La agricultura llega para establecerse en un paraje natural y destruye las miles de especies vegetales y animales que viven ahí.

Además, transforma la estructura de la tierra y establece el cultivo como única especie vegetal en el lugar. El resto desaparece para siempre. 

Es innegable que necesitamos producir cada vez más porque somos ocho mil millones de personas en el mundo, y pronto superaremos los diez mil millones. Otra gran verdad es que todos queremos —y tenemos el derecho— a acceder a una alimentación variada y equilibrada.

Entonces, ¿cómo podemos ayudar a devolver el equilibrio al sistema si cada vez necesitamos transformar más espacios naturales en tierras agrícolas?

La clave está en tener claro que nuestro deber como sociedad es desarrollar prácticas de producción y consumo que nos permitan producir lo necesario y diseñar modelos de producción de alto rendimiento que cohabiten y generen biodiversidad.

En definitiva, de poner en práctica una agricultura capaz de producir recursos agrícolas y biodiversidad al mismo tiempo. 

Como empresario con larga trayectoria en el sector primario, reconozco que la producción siempre debe ser un objetivo prioritario. Aun así, mi experiencia me ha enseñado que la rentabilidad y el respeto a la biodiversidad y el medio ambiente pueden coexistir.

Es posible gestionar una empresa de forma rentable y, al mismo tiempo, proteger el entorno y fomentar la vida salvaje de los ecosistemas porque, de esta manera, todos ganamos.

Con esta idea nace la agricultura bioinclusiva: una serie de sistemas y prácticas que permiten, dentro de la agricultura tradicional, producir cosechas y biodiversidad. Este equilibrio no solo es posible, sino que beneficia a todos los que formamos parte de ella.

Estas medidas bioinclusivas incluyen la utilización de pesticidas que generan baja carga tóxica —y que respetan a los insectos que no son plagas— así como la creación de áreas de reserva, la  proliferación de hierba funcional en los “corredores verdes” y en las calles de nuestras plantaciones o el perimetraje de zonas de protección para polinizadores naturales como las mariposas, entre otras.

Pero, ojo, porque este modelo no es exclusivo del campo. Las ciudades pueden aprender de la agricultura bioinclusiva para implementar soluciones que fomenten la biodiversidad en cada rincón.

Hay ciudades que conozco mejor que otras, pero estoy seguro de que, desde donde estés leyendo esto, se te ocurre algún ejemplo, tanto en España como fuera de ella, donde ya no escuches con tanta intensidad el canto de los pájaros.

Puede ser una anécdota muy sencilla, pero el hecho de no encontrar a estas especies a simple vista es un claro indicador de pérdida de biodiversidad urbana. 

Un ejemplo que ilustra muy bien este trágico problema es el del gorrión, un ave emblemática de nuestras calles que ha disminuido drásticamente su población en las últimas décadas y que cumple un rol fundamental en el control de insectos y la dispersión de semillas.

Según datos de SEO/Birdlife, las poblaciones de gorrión común en España han disminuido casi un 20 % desde 1998, con un declive más pronunciado en entornos urbanos que en áreas rurales.  

Estos pequeños embajadores de la naturaleza son esenciales para el equilibrio del ecosistema y su desaparición es una señal de alarma: cuando un ecosistema pierde una pieza, todas las demás comienzan a tambalearse. Como fichas de dominó. Una reacción en cadena e imparable. 

Estoy seguro de que ninguno de nosotros quiere vivir en entornos sin vida o nutrirnos de modelos agrícolas destructivos y agresivos con nuestro planeta.

Esta conciencia debe unirnos sin importar dónde vivamos, qué música escuchemos o a quién votemos. Esto va más allá de cualquier ideología. No tenemos alternativa posible.

La agricultura y el desarrollo urbano bioinclusivos son dos ejemplos prácticos que deben hacernos reflexionar sobre cómo tenemos que vivir para devolver la armonía al sistema.

Por mi parte, la misión es clara: conectemos de nuevo con la naturaleza, transformemos nuestra forma de consumir y producir para garantizar que las generaciones futuras puedan disfrutar de un mundo lleno de vida.

*** Luis Bolaños es empresario y fundador de la agricultura bioinclusiva.