América Latina y el Caribe es una región marcada por la migración. Durante gran parte del siglo XX fue tierra de acogida, pero hoy muchos de sus países son puntos de origen y tránsito para quienes huyen de la pobreza, la violencia y la falta de oportunidades. Solo en 2024, más de 1,9 millones de latinoamericanos fueron detenidos en la frontera entre México y Estados Unidos, tras recorrer rutas plagadas de riesgos. Esta realidad, por desgracia, ya no sorprende en la región.
Sin embargo, lo que algunos aún desconocen es que muchas personas migrantes no logran llegar a su destino, y enfrentan una travesía aún más incierta: la de regreso. Este fenómeno, cada vez más frecuente, se conoce como flujo migratorio inverso y expone a miles de personas a nuevos peligros y a la frustración de un proyecto de vida truncado.
El viaje truncado: cuando el camino de ida se convierte en el de vuelta
Una mujer de 31 años (a la que llamaremos María), y su hijo de 15, emprendieron su camino hacia Estados Unidos con la esperanza de alcanzar un futuro mejor. Como ellos, incontables familias en América Latina dejan atrás sus hogares cada año, huyendo de realidades marcadas por factores como la pobreza, la falta de oportunidades o el desempleo de sus países de origen. Pero este éxodo no solo lo protagonizan latinoamericanos: personas de lugares tan lejanos como China, Afganistán o Angola también atraviesan la región buscando llegar al norte.
El trayecto es de todo menos fácil. Para llegar a su destino, las personas migrantes se enfrentan a numerosos peligros, largas travesías a pie, noches sin dormir, escasez de alimento, enfermedades y un constante temor a ser agredidas. Muchas de ellas se ven obligadas a cruzar la selva del Darién, una de las rutas migratorias más comunes y temidas del continente. Entre 2019 y 2024, alrededor de 1,5 millones de personas cruzaron la frontera entre Colombia y Panamá por este paraje, enfrentando hambre, dolencias, violencia y una naturaleza implacable. Algunas no vivieron para contarlo.
Pero quienes lograron sobrevivir al arduo trayecto de ida jamás imaginaron que tendrían que regresar. Desde finales de 2024 aproximadamente, los cambios en políticas migratorias internacionales —incluyendo la suspensión de citas regulares en aplicaciones móviles por parte de los Estados Unidos—, han llevado a una transformación de la dinámica migratoria regional. Así, las dificultades de movimiento migratorio hacia el norte han obligado a muchos a volver atrás, dirigiéndose de regreso desde Norteamérica hacia el sur. Nos encontramos ante el flujo migratorio norte-sur, un retorno forzado lleno de obstáculos.
Desandar el camino: los retos del retorno en medio de la precariedad
Volver presenta numerosos desafíos. La mayoría de quienes intentan retornar lo hacen sin dinero, sin comida y en condiciones físicas deplorables. Los pocos recursos que tenían los invirtieron en el viaje de ida. De regreso, comer se torna un reto aún más insalvable para las personas migrantes, que buscan sobrevivir con la ayuda de albergues, comedores comunitarios o lo que puedan encontrar en el camino. Además, desplazarse resulta casi imposible. Solo el trayecto de Tapachula (México) a Panamá puede costar 200 dólares por persona, y el cruce de regreso a Colombia otros 260 o 300. Una cifra inalcanzable para quienes lo han perdido todo.
A esto se suma el cierre o control de las rutas migratorias tradicionales, como la selva del Darién, que obliga a las personas migrantes a buscar nuevos caminos para poder continuar desplazándose. En Panamá, por ejemplo, las restricciones migratorias tras el cambio de gobierno en 2024 han desviado los flujos hacia zonas alternativas como Miramar, una antes tranquila comunidad pesquera en Colón que ahora recibe a decenas de personas que regresan, como María y su hijo. En Colombia, municipios como Acandí y Capurganá también se han convertido en áreas de refugio temporal.
Pero la mayoría de estas comunidades no están preparadas para recibir a los que llegan. Muchas personas se ven obligadas a dormir en terrazas sobre cartones, y consiguen utilizar los aseos por solidaridad o a cambio de pequeños servicios de limpieza. La atención médica es escasa, el agua potable suele pagarse y una comida caliente se convierte en un lujo. Mientras tanto, los fondos internacionales destinados a la ayuda humanitaria disminuyen y las capacidades estatales no dan abasto. La vulnerabilidad abruma.
Pero aún hay más riesgos. El bloqueo de las rutas terrestres habituales ha empujado a muchas personas a embarcarse en rutas marítimas, las más mortales de todas. El 25% de las muertes en tránsito migratorio global se deben a ahogamientos, y en regiones como Darién esa cifra sube al 48%. Pero los números reales podrían ser mucho mayores.
Existe una situación de subregistro de estos incidentes, la cual impide que muchas de estas muertes lleguen siquiera a conocerse. Sin embargo, a pesar del peligro, incontables personas continúan cruzando el mar en lanchas sobrecargadas y sin condiciones adecuadas de seguridad, confiando en embarcaciones frágiles que apenas resisten el trayecto. Una vez más, las personas migrantes se convierten en los vulnerables invisibles.
Un camino de regreso hacia un futuro incierto
Ante esta realidad, Acción contra el Hambre trabaja sin descanso para adaptarse a los cambios en los flujos de migración en América Latina. En los municipios colombianos de Necoclí y Acandí, nuestros equipos continúan escuchando, acompañando y brindando ayuda a quienes hoy enfrentan este viaje de regreso tan desconocido como peligroso. En localidades panameñas como Miramar, seguimos coordinando esfuerzos para monitorear las necesidades que surgen a raíz de estos cambios migratorios, para poder responder de manera oportuna y eficaz.
Pero no basta con asistir. María y su hijo llevan más de un mes varados en Miramar, sin poder avanzar ni volver atrás. Como muchos otros, viven en una pausa forzada que parece pasar desapercibida para el mundo.
Por ello, aunque la ayuda internacional es crucial para brindar asistencia a quienes tratan de regresar, no podemos perder de vista el objetivo final: atacar las causas de raíz. Solo fortaleciendo los países de origen, construyendo sociedades más justas de las que no sea necesario escapar, estaremos más cerca de lograr que nadie más arriesgue su vida para poder prosperar.
*** Mireia Cuevas Crespo es especialista en Comunicación Internacional.