Escribió Lao Tsé que el agradecimiento es la memoria del corazón. Lo sé porque tengo esa frase no grabada a fuego, sino enmarcada. Me ha seguido por diferentes despachos para no perder nunca de vista este regalo en forma de sentencia que me hizo una amiga-hermana hace unos años.

Y, en los últimos días, el agradecimiento y la generosidad me han ido acompañando a lo largo de diferentes momentos y lugares convertidos en parques temáticos de las emociones, por aquello de los tiovivos y las montañas rusas.

Empezaré por el final e iré marcha atrás hasta llegar al principio. Y después, visitaré los principios, porque prefiero hablar de ellos en lugar de hacerlo de valores que, a veces, como la bolsa, fluctúan. Y al final, se produjo la magia por obra y arte de una maga, que gusta autodenominarse paracaidista. Yo prefiero llamar aviadora a Cruz Sánchez De Lara, que decidió crear unos galardones para premiar a las directoras de los medios femeninos. Esas que se pasan la vida premiando y pocas veces son laureadas.

Ocurren cosas así cuando llegan a ocupar espacio aquellos que vienen de otras galaxias. Y la vicepresidenta de EL ESPAÑOL pertenece a ese rango de corrientes de aire fresco insufladas en lugares aparentemente ignotos para ellas. Tuvo esta ocurrencia de reunir en la Asociación de la Prensa de Madrid (APM) a directoras que fueron, como Covadonga O’Shea, Yolanda Sacristán —quisimos que estuviera María Eugenia Alberti, que sustituyó su presencia por una carta bellísima— y otras que son, como Benedetta Poletti, Inma Jiménez, Olga Ruiz, Joana Bonet y Ana Núñez-Milara.

Un acto de generosidad que yo denomino inteligente porque se ejecuta a favor de una transformación necesaria en un mundo cambiante donde la competencia no está entre ellas, sino en otras ondas. Como consejera editorial de MagasIn, implicada en los premios, entendí que no debía yo pretender alguno. Y la sorpresa fue mayúscula cuando escuché mi nombre conminado a subir al estrado y recibirlo, con una emoción que ha seguido acompañándome, contemplando en uno de mis rincones favoritos la belleza escultórica del galardón creado por el estudio Morillas.

Agradecimiento, como el que siento por esos hombres líderes empresariales que creen en la igualdad laboral entre ellos y ellas. Pocos, un tercio. Pocos, según el ranking de Empresas por la Igualdad realizado por la Fundación Woman Forward, con los datos facilitados por algo más de 300 empresas.

En la presentación del ranking y entrega de premios a las empresas que promocionan la igualdad, supe que un 61% de las compañías españolas de más de 50 trabajadores aún no han completado sus planes de igualdad. ¿A qué estamos esperando? ¿A qué esperan si ni siquiera son capaces de cumplir con obligaciones legales? Alguien me dijo por los pasillos que algunas prefieren pagar la multa. Así estamos.

Generosidad escuché varias veces en la clausura del programa Women to Watch de PWC, que impulsa a las mujeres en su camino de liderazgo y del que tuve el honor de formar parte en la promoción de 2020. ¿Líderes destinadas a consejos de administración? Esa es una de las metas. Pero no la única.

No el principal objetivo, como escuché en aquel acto a la presidenta de GWL Voices, Susana Malcorra que, entre otros datos curriculares, fue ministra de Relaciones Exteriores en Argentina. Ella nos recordó varios conceptos que no convendría olvidar. Como que este tipo de cursos, más que para ponernos en la órbita de los consejos, deberían tener como objetivo cambiarnos la percepción de las cosas, más bien de la vida, para actuar. Deberían ayudarnos a pensar en lo importante.

Ella, que vivió el tsunami de 2004 como directora ejecutiva adjunta del Programa Mundial de Alimentos, entendió la importancia de salvar vidas más allá de salvar (económicamente) un trimestre. Todo ello sin quitar para nada la trascendencia de la incorporación femenina al máximo órgano del gobierno de las empresas.

Todo ello sin denostar un dato amargo como el que supone que para alcanzar la igualdad plena pasarán 136 años. Triste. E introdujo un concepto fundamental, relacionado con su llamada a la acción, no ligado solo a la capacidad de incorporarse a un consejo o de cambiar de posición o incluso de carrera, sino a la de contar con la libertad para ejercer esa acción.

Y ahí ligué mi pensamiento con el de esa palabra, libertad, a veces tan usada, que se rompe sin solución de continuidad y que, al parecer, hay que defender en pleno siglo XXI. ¿En esos lugares del globo señalados por su falta absoluta? No solo. También en aquellos en los que se supone implementada y que da pavor perder siquiera en lo que algunos denominan pequeñas cosas. Al menos por ese aro nos resulta inaudito pasar a quienes, incluidos en la generación del baby boom, básicamente hemos vivido disfrutándola.

Quiero, queremos, desarrollar nuestra vida y alimentar nuestra cultura sin censores. Quiero, queremos, que desaparezcan las gafas de la pacatería. Quiero, queremos, determinar si una obra es de buen gusto o mal gusto, sin el tamiz de otros. Quiero, queremos, ser libres para escuchar o dar el plante a un cantante, a una cantante, aunque propine gritos malsonantes o muestre algunas de sus partes nobles, sin que nadie ponga su supuesto orden. Seguramente porque pasamos nuestra adolescencia, ya sin censuras, no estamos dispuestos a tolerarlas. Es nuestra cultura.