Tengo la inmensa suerte de pertenecer desde hace tres años a la asociación WAS (Women Action Sustainability), fundada por un grupo de mujeres convencidas de que la sostenibilidad tenía y tiene que estar presente en los despachos y en los lugares en los que se toman las decisiones fundamentales. Y también la fortuna de que la vicepresidenta de El Español, Cruz Sánchez De Lara, tenga sensibilidad y coraje para editar ENCLAVE ODS.

Así que un día decidimos cruzar a unas y a otra para comprender y compartir intereses comunes, y para ello celebramos un encuentro-desayuno en el que con ciertas dosis de (des)orden y muchas de entusiasmo y pasión casi revertimos el verde de la enseña por el rojo de las llamas…, siempre positivas.

Podría decir sin temor a equivocarme que aparecieron todos los temas que están hoy en la conversación sostenible —incluido el greenwashing que sobrevoló las tazas—, entre otras cosas, gracias a la amplia representación sectorial de la mayoría de la junta directiva de WAS allí presente. Cada una, con su tema, como es lógico.

La presidenta Mónica Chao y la vicepresidenta Isabel Rivadulla, con todos y con todas, aunque la verdad es que el asunto de la descarbonización nos ocupó sobremanera, llevado de la mano por Raquel Espada, que justamente trabaja la energía desde Schneider Electric.

La verdad es que escucharla me abrió un agujero gris sabiendo que al acelerón dado por las empresas en los últimos años le ha seguido algo más de lentitud en su trabajo por la sostenibilidad, dada la situación geopolítica y por tanto financiera… Yo desconocía, por ejemplo, que el ochenta por ciento de los componentes de las energías renovables provienen de China…, bajonazo.

Sabiendo como sabemos, que estamos ya en esa etapa de nuestra civilización, que dudo que cambie, que ha dado en llamarse “permacrisis”, aquí o nos decidimos todos o nos paraliza el miedo, lo cual es o debería ser inviable. La abogada Rosa Vidal, socia directora de Broseta, dejó claro que, velocidades aparte, el camino está trazado y el viaje sigue, sin ninguna duda. Claro que como muy bien apostilló la presidenta, que es además directora de sostenibilidad en Ikea, sin impacto social y económico no hay sostenibilidad posible.

Me encantó recordar, aprendiz de lingüística que fui, la importancia etimológica de economía y ecología. Eco en ambos casos. Del griego Oikos, que significa “casa”, con todas sus consecuencias (las normas de la casa, en la primera, y el tratado de la casa, en la segunda). La casa llevada a su máxima expresión de empresa y planeta, ahí donde estamos todos y donde tenemos que entender el retorno de cualquier inversión sostenible que se haga sobre ellas.

Así que lógicamente salió a aquella nuestra palestra la necesidad de incluir la información no financiera en las cuentas anuales, lo que probablemente sí va a significar el gran cambio en el mayor interés de las compañías por iniciar ese camino del que hablaba Rosa. Sin ambages y estudiando la manera de que las más pequeñas que aún no estarán obligadas a exhibir esa información sean capaces de subirse al carro de la transformación, de esa economía de los recursos, de esa reinvención generalizada de pasar de la economía lineal, de extraer, usar y tirar, a la circular.

Y, por cierto, haciendo honor a uno de los rasgos característicos de WAS, que es la permanente llamada a la acción, más allá de esos papeles que todo lo aguantan, se dijo claramente que sería fundamental conectar los planes de sostenibilidad al Ministerio de Hacienda, para incluir incentivos fiscales a las empresas que cumplan.

Siguiendo esa máxima que he escuchado más de una vez a Cruz de que “dos mujeres y un altavoz son una asociación”, amplificamos nuestras voces pidiendo más información. Asunto este que preocupa a los ciudadanos más comprometidos y a empresas que desean no solo pasar a la etapa de la compliance, es decir del cumplimiento de las regulaciones, sino a la de responsabilidad civil de ser ejemplo de transformación social. Siempre desde esa perspectiva holística de la sostenibilidad que incluye los factores medioambientales, sociales y económicos.

Hubo risas, porque el sentido del humor es argumento sostenible del ser humano, ¿o no? Especialmente cuando se habló del tan femenino síndrome de la impostora que parece que nos lo hayan metido en vena. Y de la tolerancia a la frustración, que como dijo Delia García, directora de sostenibilidad de L’Oréal, es una de las características comunes a quienes trabajamos en el mundo de la sostenibilidad.

Por aquello de que cuando crees que una puerta se ha abierto sientes cómo la cierran en tus narices, especialmente cuando ocurre lo de este último año en el que, según Raquel Espada, tras la guerra de Ucrania se ha empezado a hablar más de costes y menos de sostenibilidad.

Y hubo mucho sentido común, como el de siempre de Isabel Rivadulla, que recordó algo que conviene no dejar de lado como es que estamos hablando de un territorio en el que nos movemos en el largo plazo, horizonte que las mujeres oteamos muy bien, en el que somos expertas.

Me quedé con un gusto especial por una iniciativa que nos conectó a todas, expuesta por Laura Rodríguez, “Mares para siempre”, una semana de concienciación ciudadana de la importancia del mar en nuestra vida y en nuestra sociedad en un país que le da la espalda, a pesar de estar rodeado de costa.