A principios de este siglo, dos nórdicos rockeros y profesores universitarios, Jonas Ridderstråle & Kjell Nordstrom, invitaban a las empresas a superar la prueba de la trivialidad en su libro Funky Business (Pearson, 2000): si la negación de una declaración parece una estupidez, vuelva al punto de partida e inténtelo de nuevo.

Una prueba que no estaría de más que superaran las declaraciones de sostenibilidad que hacen la mayoría de las empresas. ¿Alguna empresa se va a declarar insostenible o poco comprometida con tal o cual Objetivo de Desarrollo Sostenible? ¿Alguna diría que es usuaria de mano de obra infantil? Pues eso, vuelva al punto de partida.

Europa se ha propuesto dotar de contenido a la palabra sostenibilidad para que tenga sentido y supere la prueba de la trivialidad. Estamos en medio de un auténtico tsunami normativo. Según el Observatorio de regulación Datamarán, en diez años la carga regulatoria había crecido tanto en las iniciativas soft law (13 en 2012, frente a las 226 en 2022) como en las iniciativas hard law (14 en 2012, frente a las 165 en 2022).

En aspectos medioambientales destaca el Reglamento de Taxonomía y el Plan de finanzas sostenibles, entre otros. En el aspecto social desataca la propuesta de Directiva sobre Diligencia Debida de las empresas en materia de sostenibilidad, de febrero de 2022, cuyo objetivo es fomentar un comportamiento empresarial sostenible y responsable a lo largo de todas las cadenas de suministro mundiales.

Y en Gobierno corporativo, la publicación del EFRAG sobre los estándares en materia de sostenibilidad que han de ayudar a implantar la nueva directiva de reporte en esta materia, la CSRD.

Un tsunami, ya digo, con el objetivo de pasar la prueba de la trivialidad y que a la sostenibilidad no le pase como pasa con muchas palabras que gozan de prestigio, que nadie está en contra de ellas, pero tampoco sirven para cambiar comportamientos.

Bienvenido sea este tsunami regulatorio si sirve para conseguir que las sociedades y empresas nos concienciemos más. Relacionado con este tsunami, porque el objetivo que persigue es el mismo que tenemos con los ODS, unos objetivos que dieron un paso definitivo para superar la trivialidad cuando, en julio de 2017, la Asamblea General de la ONU adoptó una resolución en la que se fijan e identifican metas específicas para cada objetivo junto con indicadores que facilitan seguir el progreso.

Para guiar a las empresas hacia la sostenibilidad se ha encontrado una palanca eficiente: el acceso a la financiación o inversión. Si quieres dinero, tienes que cumplir determinadas normas, y eso suele convencer bastante. Pero esta labor de empresas y resto de organizaciones se quedaría coja si este esfuerzo por el cambio de comportamientos no es reconocido por la sociedad.

Aquí aparece de nuevo la prueba de la trivialidad: nadie estará en contra de acabar –bueno, alguno habrá, pero no viene al caso– con la pobreza o con el hambre, por ejemplo. La prueba de la trivialidad viene cuando preguntamos a la comunidad qué esfuerzo estamos dispuestos a hacer por salvar la fauna marina o combatir el cambio climático.

Por ejemplo, cogemos un ODS, el 11, que va de conseguir ciudades y comunidades sostenibles, y eso supone "lograr que las ciudades y los asentamientos humanos sean inclusivos, seguros, resilientes y sostenibles". Uno de los indicadores para medir si vamos por el buen camino o no es la proporción de la población que tiene acceso conveniente al transporte público.

No está mal facilitar y mejorar el acceso, pero en la ciudad donde vivo, Madrid, el transporte público es bueno y accesible. Pero ¿estamos dispuestos a dejar el coche en casa? No lo parece si nos atenemos a las que se lían todas las mañanas.

Y es que la sostenibilidad tiene que ver con los cambios de hábitos, unos hábitos que no siempre son fáciles de cambiar y sobre los que tampoco valen los análisis cuñao del tipo "hay que prohibir el coche". La industria del automóvil supone en torno al 10% del PIB español, pocas bromas.

Como sociedad tenemos importantes retos por delante, donde la normativa jugará su papel. El cambio de hábitos, el suyo. Y los triviales cuñaos, el suyo: entretener en las cenas de Navidad.

*** Manuel Sevillano es director global de Reputación y Sostenibilidad de Atrevia.