La Navidad también puede inundar nuestros hogares de sostenibilidad.

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Historias

¿Cuántos microplásticos hay en la cena de Navidad? Estas son las claves para reducir la exposición en la alimentación

Estudios científicos estiman que algunos alimentos pueden aportar miles de partículas al organismo, ya detectadas en sangre o pulmones.

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Mariana Goya
Publicada

La llegada de la Navidad convierte a las mesas en el centro de las celebraciones familiares. Mariscos, pescados, asados y productos precocinados se repiten en muchos menús festivos.

Sin embargo, detrás de estos alimentos habituales se esconde una realidad cada vez más documentada por la comunidad científica: la presencia de microplásticos en la dieta diaria, también durante las comidas navideñas.

Los microplásticos —fragmentos de plástico de menos de cinco milímetros— ya no son solo un problema ambiental. En los últimos años, distintos estudios han confirmado su presencia en el organismo humano, donde se han detectado en sangre, pulmones, placenta y tracto digestivo.

Se trata, por tanto, de una exposición continua y medible, cuyas implicaciones para la salud siguen siendo objeto de investigación.

Alimentos con microplásticos

Entre los alimentos con mayor carga de microplásticos destacan la sal, las bolsas de té, los pescados y mariscos, así como frutas, verduras y productos envasados.

En el caso de los moluscos, un estudio del Centro de Tecnología Ambiental Alimentaria y Toxicológica de la Universidad Rovira i Virgili señala que pueden contener hasta nueve partículas por unidad. Esta cifra se explica por su capacidad para filtrar grandes volúmenes de agua, absorbiendo los microplásticos presentes en mares y océanos.

El proceso de cocinado puede incrementar aún más esta contaminación. De hecho, investigaciones publicadas en el Journal of Hazardous Materials y realizadas por la Vrije Universiteit Amsterdam indican que el agua utilizada para cocinar contiene microplásticos y nanoplásticos que se transfieren a los alimentos durante la cocción. Así, caldos, guisos o mariscos hervidos pueden incorporar partículas adicionales procedentes del agua.

Los productos envasados y procesados presentan cifras aún más elevadas. Investigadores de la Universidad de Portsmouth apuntan que algunos alimentos procesados pueden contener hasta un cuarto de millón de partículas de microplástico.

En el caso de pescados comunes en las mesas navideñas, como la lubina o la dorada, la Universidad de La Laguna estima una media de 5,2 partículas por individuo.

Aumentar la exposición

Además, ciertos hábitos cotidianos influyen de forma directa en la ingesta de microplásticos. Uno de los más extendidos es calentar comida en recipientes de plástico en el microondas.

Estudios recientes indican que esta práctica puede provocar la transferencia a los alimentos de más de 2.000 millones de nanoplásticos y más de cuatro millones de microplásticos por centímetro cuadrado.

La sal, las bolsas de té, los pescados y mariscos destacan por su carga en microplásticos.

La sal, las bolsas de té, los pescados y mariscos destacan por su carga en microplásticos. Istock

La cuestión es que el calor acelera la degradación del plástico, favoreciendo la liberación de estas partículas. Por ello, los especialistas recomiendan utilizar envases de vidrio o acero inoxidable y, en caso de recurrir a recipientes de plástico, sustituirlos con frecuencia antes de que presenten signos de desgaste.

El peligro del agua

Otro foco relevante de exposición es el consumo de agua embotellada. Diversos estudios señalan que contiene entre cinco y diez veces más microplásticos que el agua del grifo, debido al material del envase y a los procesos de embotellado.

Según una investigación publicada en el Journal of Hazardous Materials, los consumidores habituales de agua embotellada podrían ingerir hasta 90.000 fragmentos de microplástico al año.

Además, estas partículas no se eliminan fácilmente del organismo. La literatura científica sugiere que pueden provocar respuestas inflamatorias, aumentar el estrés oxidativo y actuar como portadoras de sustancias químicas con potencial efecto disruptor endocrino, además de alterar la microbiota intestinal.

Sin embargo, la preocupación por la calidad del agua no se limita a los microplásticos. El agua del grifo puede contener metales pesados como plomo, arsénico, mercurio o cadmio, procedentes tanto de las fuentes de abastecimiento como de tuberías antiguas.

Y es que pese a que existen límites regulados por la Unión Europea, la recomendación general de los expertos es reducir la exposición siempre que sea posible.

Cómo evitarlo

Los sistemas de filtración en el punto de uso se presentan como una opción para mejorar la calidad del agua destinada a beber y cocinar.

En ese sentido, soluciones como los filtros de grifo o para jarras emplean carbón activado y medios de filtración mecánica capaces de eliminar hasta 100 sustancias presentes en el agua, entre ellas microplásticos, metales pesados y contaminantes orgánicos.

Además, estos sistemas se utilizan tanto para consumo directo como para la preparación de caldos, guisos y recetas cotidianas.