Mantarraya el archipiélago de Revillagigedo, México.

Mantarraya el archipiélago de Revillagigedo, México. Divepic Istock

Historias

Las mantarrayas, las nuevas vigías del mar: memorizan las profundidades para crear mapas submarinos de sus viajes

Un comportamiento inesperado revela cómo estos gigantes del mar se orientan en océanos abiertos sin puntos de referencia visibles.

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Mariana Goya
Publicada

Las mantarrayas oceánicas, es decir, las más grandes del mundo, pueden descender a profundidades de más de 1.200 metros. Y eso, según los expertos, es mucho más de lo que se creía hasta el momento.

Pero este no es el único hallazgo novedoso. Un estudio internacional sugiere, además, que estos animales utilizan las inmersiones extremas para orientarse y construir mapas mentales del océano.

El estudio, publicado en Frontiers in Marine Science, fue liderado por el doctor Calvin Beale, de la Universidad de Murdoch (Australia), en colaboración con científicos de Indonesia, Perú y Nueva Zelanda tras más de diez años de investigación.

Durante ese tiempo, el equipo rastreó el comportamiento de las mantarrayas en distintas regiones, con el objetivo de entender cómo logran orientarse cuando abandonan las aguas costeras y se adentran en mar abierto, donde las referencias visuales son escasas.

Para ello, los investigadores marcaron 24 mantarrayas oceánicas en tres ubicaciones: Raja Ampat, en Indonesia; frente a Tumbes, en la costa norte de Perú; y en Whangaroa, al norte de Nueva Zelanda. Y, a través de las etiquetas electrónicas, registraban datos de profundidad y temperatura cada 15 segundos, permitiendo un seguimiento detallado de los descensos y ascensos de los animales.

Ocho de estas marcas fueron recuperadas tras desprenderse y flotar hasta la superficie, un proceso complicado por las olas y los restos del mar, según explicó Beale. A pesar de ello, las 16 restantes transmitieron datos resumidos vía satélite.

En total, los científicos acumularon 2.705 días de seguimiento, durante los cuales registraron 79 inmersiones extremas, alcanzando un máximo de 1.250 metros de profundidad.

Mantarraya oceánica en el canal de Palaos.

Mantarraya oceánica en el canal de Palaos. Global_Pics Istock

Además, descubrieron que la mayoría de estas zambullidas, 71 en total, se produjeron en aguas de Nueva Zelanda, donde la plataforma continental desciende abruptamente hacia aguas profundas.

Rastreando gigantes

El análisis de los datos mostró un patrón claro: las mantarrayas neozelandesas iniciaban las inmersiones profundas poco después de abandonar la plataforma continental, descendían de forma escalonada y pasaban solo breves momentos en la profundidad máxima.

Este comportamiento sugiere que no se trataba de búsqueda de alimento ni de escape de depredadores, como ocurre en otras especies marinas capaces de alcanzar grandes profundidades.

Según los investigadores, estas inmersiones podrían permitir a estos animales recopilar información ambiental clave para orientarse.

Y es que, durante el descenso, las mantarrayas perciben cambios en la intensidad del campo magnético terrestre, así como variaciones en temperatura, niveles de oxígeno y luz. Y, al procesar estos datos, pueden construir un mapa mental del océano, facilitando su navegación en espacios abiertos y aparentemente homogéneos.

Además, el equipo descubrió que, tras cada inmersión, los animales ascendían de forma escalonada y permanecían un tiempo prolongado en la superficie, lo que parece funcionar como un periodo de recuperación antes de continuar su desplazamiento.

Y, en los días siguientes, solían recorrer más de 200 kilómetros, lo que refuerza la idea de que estas zambullidas profundas cumplen una función más compleja que la simple búsqueda de alimento.

Diferencias regionales

El comportamiento de las mantarrayas varió según la región. En Perú e Indonesia, las inmersiones profundas fueron mucho menos frecuentes, probablemente debido a la topografía local.

En Raja Ampat, por ejemplo, las aguas son mayormente poco profundas y los corredores de aguas son cortos, por lo que no necesitan sumergirse tanto para obtener información de orientación. En cambio, en Nueva Zelanda, la abrupta caída del fondo marino hace que las inmersiones extremas sean posibles.

Así, este hallazgo aporta nuevas claves sobre cómo las especies migratorias logran cruzar océanos extensos y conectar ecosistemas separados por grandes distancias.

Y aunque, por el momento, los investigadores reconocen que el estudio se basó en un número limitado de marcas y que los datos representan fragmentos de comportamiento más que un seguimiento continuo, los resultados ofrecen una visión fundamental sobre la ecología de estas rayas gigantes.

"El estudio destaca la gran dependencia de las especies migratorias de los hábitats costeros y de alta mar, y subraya la necesidad de cooperación internacional para su conservación", concluyó Beale. "También nos recuerda que el océano profundo —que regula el clima de la Tierra y sustenta la pesca mundial— sigue siendo poco conocido, pero de vital importancia".