Vista del tráfico diario en las ciudades.

Vista del tráfico diario en las ciudades. iStock

Historias Salud y medioambiente

Más depresión y ansiedad por la contaminación en las ciudades: una tarea aún pendiente y evitable

Al menos 1 de cada 4 personas sufre o sufrirá a lo largo de su vida un trastorno mental, pero hay causas evitables que siguen sin abordarse.

24 febrero, 2023 02:09

Quien ha sentido alguna vez ansiedad, sabe lo insoportable e incontrolable que es padecerla. La presión en el pecho, el agobio o el continuo miedo son algunos de los síntomas que acaban dominando el día a día de quien la sufre. Por no hablar de la depresión, cuando la tristeza y la desgana invaden por completo la rutina de quien la padece.

En España, se ha diagnosticado a al menos un 14% de la población con estos dos problemas de salud mental y, sin embargo, más de la mitad de las personas que necesitan tratamiento o bien no lo reciben o no se les proporciona el adecuado, según datos de la Confederación de Salud Mental. Se trata de una epidemia silenciosa que afecta o afectará a una de cada cuatro personas a lo largo de su vida.

Ante semejantes cifras, el papel de la prevención es vital. Sin embargo, sigue sin atajarse el vínculo entre causas evitables como la contaminación atmosférica y los casos de ansiedad y depresión. Y todo ello a pesar de que, de acuerdo con la Plataforma Europea de Adaptación al Clima Climate-ADAPT, “está ampliamente documentado que la salud mental y el bienestar humanos surgen de una interacción compleja entre factores genéticos, psicológicos, sociales y de estilo de vida y exposiciones ambientales”.

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Cristina Linares, codirectora de la Unidad de Referencia en Cambio Climático, Salud y Medio Ambiente Urbano del Instituto de Salud Carlos III (ISCIII), explicó –en conversaciones anteriores con EL ESPAÑOL–, cómo, por ejemplo, en el caso de las temperaturas extremas, ya existen planes de prevención en salud pública, pero hay muchos otros factores. “La salud mental está muy desatendida en el tema de impactos del cambio climático; no tenemos hecho nada”.

Estudios como el publicado en diciembre de 2020 por el Instituto para la Política Ambiental Europea e ISGlobal analizó la degradación ambiental y la contaminación como una amenaza para la salud mental, así como el papel beneficioso de la naturaleza para su buen mantenimiento y cuidado.

Como recoge el trabajo, en lo que tiene que ver con la contaminación del aire, por ejemplo, hay mucha evidencia sobre su contribución a condiciones físicas como las enfermedades respiratorias, que pueden causar, directa o indirectamente, diversos trastornos mentales. Asimismo, la exposición a ciertos contaminantes del aire también puede afectar al cerebro de tal manera que influya en la incidencia de depresión, ansiedad o trastornos de personalidad.

En este sentido, se pueden encontrar estudios recientes como el publicado por la Asociación Médica Estadounidense en la revista JAMA en el que se concluye que la exposición a largo plazo a niveles altos de contaminación atmosférica aumentan el riesgo de problemas mentales como la depresión tardía entre las personas mayores.

Los investigadores de Harvard y de la Universidad de Emory analizaron al menos a nueve millones de personas con seguro médico en EEUU. Al menos a 1,5 millones se les diagnosticó depresión, pero para saber si la contaminación jugó un papel importante en esta incidencia los científicos mapearon los niveles a los que estaban expuestos estos pacientes y observaron que había una influencia importante.

Y no es solo la contaminación del aire, también otro tipo de contaminación como la acústica, con la que existe una fuerte evidencia de su relación con problemas de salud mental. Como recoge el trabajo del IPAE y del ISGlobal, incluye molestias, falta de sueño, deterioro cognitivo y exacerbación de problemas psiquiátricos. El ruido es particularmente relevante para los niños, ya que son particularmente vulnerables, incluso en entornos como las escuelas. 

El tráfico es una de las principales causas de contaminación acústica.

El tráfico es una de las principales causas de contaminación acústica. iStock

Además, como también señalan, la literatura científica existente recoge una relación significativa entre la exposición al plomo y el riesgo de sufrir depresión y ansiedad.  Sin embargo, aseguran que la investigación sobre muchas otras sustancias identificadas como posiblemente peligrosas “es insuficiente” y, por lo tanto, “no concluyente”. Añaden que “dado que los presupuestos públicos para las evaluaciones de riesgos precompetitivas son limitados, las principales partes interesadas señalan la necesidad de una aplicación más estricta del principio de precaución”.

Como explicó Linares a este periódico hay un plan estatal del Ministerio de Sanidad para prevenir los efectos de las altas temperaturas –exacerbadas por el cambio climático– que se pone en marcha todos los inicios de la temporada de verano. Sin embargo, cuando sufrimos una ola de calor como, por ejemplo, este pasado verano, “vemos que no solamente son los efectos de la temperatura los que influyen sobre la población, sino que además se dispara la contaminación, especialmente el dióxido nitrógeno y el ozono”, apunta. Y aclara que “esto no se está controlando”.

La experta señala la necesidad de que exista “un organismo que evalúe de forma conjunta todos estos impactos que se dan a la vez. Sería a modo de reflejo del Observatorio de Cambio Climático y Salud que existe en la Agencia Europea de Medio Ambiente (EMA)”. Para la investigadora, cuestiones como la intensidad de la ola de calor más la contaminación atmosférica “son impactos que deberían de estar vigilados”. Por eso, “creemos que es de suma importancia la creación de este observatorio para poder cuantificar y atribuir correctamente en cuánta mortalidad y carga de enfermedad suponen los riesgos ambientales”. 

Renaturalizar los entornos urbanos

La importancia de reverdecer los entornos poblacionales va mucho más allá de aliviar las temperaturas en un escenario de calentamiento global en el que ya estamos inmersos. Es una cuestión puramente química que afecta a nuestro bienestar.

Según otra investigación publicada este año en la revista Nature, la accesibilidad a espacios verdes ayuda a amortiguar el deterioro de la salud mental. Para ello, analizaron los datos de movilidad de al menos dos millones de usuarios de teléfonos móviles en Londres entre enero de 2019 y diciembre de 2020.

Descubrieron que, después del brote de Covid-19 y durante los cierres, los vecindarios residenciales dentro de los 800 metros del espacio verde más cercano tenían una mayor proporción de áreas verdes en comparación con otros barrios. Tras estudiar una muestra de 4998 personas en pueblos y ciudades del Reino Unido, demostraron que las personas que vivían cerca de espacios verdes experimentaron mucha menos angustia mental que las que vivían más lejos durante los períodos de confinamiento.

Como bien señala el documento de ISGlobal e IPAE, estudios como los citados demuestran que es importante tener en cuenta las sinergias existentes y potenciales de diferentes factores de riesgo, que al mismo tiempo pueden afectar a la salud mental. Una combinación de ellos crea o tiene el potencial de generar un impacto acumulativo mucho más fuerte. Así, prevenirlo mediante modelos más verdes puede ser un importante factor para reducir o mejorar los problemas de salud mental.