Imagen de archivo de un avión que huye del desastre.

Imagen de archivo de un avión que huye del desastre. iStock

Historias

Así planean los superricos librarse del fin del mundo: salvarse del apocalipsis tiene precio, y no es barato

Desde los búnkeres con gimnasio hasta la colonización del espacio propuesta por Jeff Bezos o Elon Musk, estás son algunas de las ideas más descabelladas para sobrevivir al fin del mundo.

28 septiembre, 2022 02:52

Rorschach, uno de los protagonistas del famoso cómic Watchmen, se pasea por las calles de Nueva York como un mendigo portando un enorme cartel que reza: The end is near (el fin está cerca). La historia se desarrolla en el contexto de la Guerra Fría, con la tensión entre Estados Unidos y la URSS llegando a un punto en el que el holocausto nuclear es inminente.

El terror ante la amenaza real de la extinción masiva se extiende, pero entre el pánico colectivo alguien tiene un plan descabellado para salvar a la humanidad. O al menos, para salvarse a sí mismo: es Ozymandias, un multimillonario con un refugio secreto en la Antártida.

Fuera de la ficción, actualmente nos encontramos en una época de grandes cambios —principalmente sociales, económicos y tecnológicos— directamente influidos por factores que, a su vez, están interrelacionados, como la crisis en los canales de suministro, el agotamiento de recursos naturales, las pandemias (actuales y potenciales), los grandes flujos migratorios o las consecuencias del cambio climático.

[El reloj del fin del mundo: así se ha creado el imaginario colectivo en torno la fecha del juicio final]

Para los teóricos de la conspiración, los negacionistas, los profetas de la catástrofe y los más pesimistas —como Rorschach— está muy claro: el fin del mundo está cerca. Y al igual que ocurre en el cómic con Ozymandias, un pequeño grupo de multimillonarios ya tiene preparado un plan para ponerse a salvo cuando las cosas empiecen a torcerse y todo esto se desmorone.

Nueva Zelanda, la tierra prometida

Hace unos años, en 2017, la revista The New Yorker publicó un reportaje donde hablaba de una nueva y curiosa moda entre inversores, banqueros y hombres de negocios de Estados Unidos: comprar propiedades en la lejana Nueva Zelanda. Para unos clientes tan selectos, hacerse con activos inmobiliarios en cualquier parte del mundo no es nada nuevo, lo chocante, tal y como revela el artículo, es que esos terrenos formaban parte de un protocolo de emergencia ante un posible colapso a escala mundial.

Sobre ese presunto plan de huida de los megarricos profundiza más el escritor y experto en tecnología Douglas Rushkoff, que en su libro Supervivencia de los más ricos (Scribe, 2022) relata su encuentro en una reunión secreta con un grupo de multimillonarios que buscaban respuestas a preguntas poco convencionales.

El autor cuenta cómo, tras empezar hablando sobre criptomonedas, la conversación derivó hacia cuestiones tales como que si un refugio nuclear debería tener su propio sistema de aire, si la mayor amenaza es el calentamiento global o la guerra biológica, o cómo conseguir que un ejército privado siga siendo fiel a quien lo ha contratado si el dinero deja de tener valor o deja de existir como lo conocemos.

Búnkeres VIP

Imagen de archivo de la entrada a un búnker.

Imagen de archivo de la entrada a un búnker.

El mismo año en que un montón de gente acaudalada empezó a comprarse su trozo de salvación en Nueva Zelanda, otro puñado de millonarios empezaron a invertir en búnkeres subterráneos de 150 toneladas de peso desde los que guarecerse del “acontecimiento”, el eufemismo que utilizan para referirse al colapso del planeta.

Hay múltiples empresas que lo hacen posible, y con una amplia gama de precios. El más económico (poco más de 30.000 euros) es un pequeño refugio de dos por tres metros con apenas un retrete. El más exclusivo, de unos 7 millones de euros, incluye piscina, gimnasio y hasta una pista de bolos.

Aunque un búnker subterráneo puede ser efectivo en una guerra o ayudar a sobrevivir durante un invierno nuclear, el abastecimiento infinito de agua potable y comida sigue suponiendo un grave problema.

Estar bajo tierra puede proteger de saqueos y hordas de gente hambrienta dispuesta a lo que sea por llevarse algo a la boca, pero sin un suministro constante de víveres, las paredes de hormigón y las puertas de acero no sirven de mucho.

Colonizar el espacio

Representación del Toro de Stanford.

Representación del Toro de Stanford. iStock

“Vamos a abandonar este planeta. Nos iremos, y la gente que quiera quedarse podrá hacerlo”. Esto es lo que dijo en 2018 el fundador de Amazon, Jeff Bezos, cuando el magnate empezó a invertir en tecnología espacial a través de su empresa Blue Origin. Como otros multimillonarios —Elon Musk, por ejemplo—, Bezos se plantea estudiar el cosmos para, en un futuro, poder colonizar otros mundos.

En concreto, la idea del creador de Amazon es construir y lanzar al espacio un gigantesco artefacto en cuyo interior vivirían y trabajarían cientos de miles de personas. Esta idea está basada en un modelo científico desarrollado en los años 70 llamado Toro de Stanford, una especie de rueda descomunal que da una vuelta completa por minuto simulando la gravedad terrestre.

[El año en el que el turismo espacial se convirtió en realidad]

Toro Stanford por dentro.

Toro Stanford por dentro. Wikipedia

El Toro de Stanford podría albergar entre 10.000 y 150.000 personas, y en su interior estarían cubiertas todas las necesidades humanas, desde la alimentación hasta el transporte, pasando por la habitabilidad o el trabajo. Ante un planeta Tierra superpoblado, y el augurio de la escasez, Bezos cree que esta estructura sería una buena solución a los problemas de la humanidad.

Granjas refugio

Una explotación agrícola.

Una explotación agrícola. iStock

La solución al problema del alimento está en otra de las alternativas para sobrevivir al gran desastre: las granjas refugio. A diferencia de los planes anteriores, ideados únicamente para quien pueda permitirse pagar una cantidad exorbitada de dinero, estas granjas se basan en la cooperación comunitaria para que funcionen.

Según Rushkoff, en vez de instalaciones militarizadas y aisladas para megarricos, estas granjas sostenibles podrían ayudar a restablecer el suministro de alimentos tras una hecatombe planetaria. Instaladas a unas pocas horas de los núcleos urbanos —para que sea rápido llegar hasta allí—, evitarían, precisamente, que multitudes hambrientas fuesen a asaltar los búnkeres de los ricos para poder comer.