Chris de Bode Plan Internacional
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"¿Cuándo puedo regresar a la escuela?". Esa es la primera pregunta con la que muchos niños en América Latina comienzan su día.

Para millones en la región, a menudo no hay garantía de que su colegio esté abierto, sea accesible o garantice la seguridad necesaria para acudir un día concreto.

Aulas atrapadas en fuego cruzado, caminatas de horas para llegar a clase o edificios destruidos por desastres naturales son solo algunos de los obstáculos que enfrentan los niños del subcontinente.

Además de eso, la pobreza extrema y el desplazamiento obligan a muchos a abandonar los estudios antes de tiempo.

Sin embargo, esas descripciones no hacen justicia a los niños de Latinoamérica. Porque incluso cuando la escuela está fuera de su alcance, ellos tienen un deseo innato de aprender.

Convierten dormitorios en espacios de estudio, largas caminatas en rutinas diarias y actividades para el aula.

Ya sea compartiendo libros de texto con amigos, juntando monedas para un uniforme escolar o dejando sus hogares para vivir en internados remotos, su determinación es infinita.

Esa resistencia natural es el punto de partida de esta serie fotográfica, titulada El colegio importa.

El proyecto captura cómo los niños y sus comunidades, incluso frente al conflicto, desastre o pobreza, se aferran a la educación. Esta serie es una oda al impulso inquebrantable de los más pequeños por aprender.

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    Carla (14) y Janet (12) asisten a un internado en el sur de Bolivia

    Las precarias condiciones de vida de la escuela y los sentimientos de aislamiento hacen difícil la vida escolar para estas hermanas.

    Carla asegura echar de menos a su padre y a su hermano. "Mi papá tiene dificultades para pagar nuestros gastos escolares", confiesa.

    Y añade: "Como las comidas están incluidas aquí y no tenemos que viajar a la escuela, ir a un internado es más económico. La mayoría de los fines de semana nos quedamos aquí también".

    Después de que su madre muriera inesperadamente, Carla abandonó los estudios. "No fui a la escuela durante dos años para ayudar a mi papá", dice.

    Asistir a un internado finalmente le permitió reanudar su educación, donde está tratando de ponerse al día. "Estoy en la misma clase que mi hermana ahora".

    Chris de Bode
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    En Colombia, Yael (16) camina varios kilómetros diarios para ir a la escuela, a pesar de la violencia que obligó a muchos compañeros de clase a abandonar

    Yael vive en la región colombiana del Chocó, que está afectada por un conflicto que ha obligado a miles de personas a huir de sus hogares.

    El reclutamiento forzado de niños y niñas de apenas nueve años está presente en muchas regiones del país. A menudo, el riesgo de violencia disuade a los pequeños de viajar a la escuela.

    Para proteger a su hijo de cualquier amenaza, la madre de Yael lo acompaña al colegio todos los días. "Cuando caminamos rápido, toma alrededor de veinte minutos", dice el adolescente.

    Ese viaje diario juntos ha profundizado su relación, continúa: "Cuando era más joven, mi mamá era muy estricta. Ahora entiendo que quería protegerme".

    Chris de Bode
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    En el Perú rural, Rony (14) sueña con convertirse en ingeniero para construir una escuela inclusiva para que niños como su hermano puedan ir al colegio

    "Quiero que haya una escuela aquí para niños con discapacidades, para que mi hermano pueda ir", dice Rony, refiriéndose a su hermano menor, Edinson, que tiene 7. "Me pone triste que él solo se quede en casa".

    Las escuelas en el Perú rural a menudo no están equipadas con rampas y los maestros no están capacitados para atender a niños con necesidades especiales.

    El centro educativo más cercano para menores con discapacidad se encuentra a horas de distancia. Además, un viaje de ida cuesta alrededor de 10 soles (alrededor de 2,5 euros). Un precio demasiado alto como para que la familia pueda permitírselo.

    Como resultado, Edinson termina pasando gran parte de sus días en el hogar familiar.

    Cuando se le pregunta qué espera lograr con sus estudios, Rony responde: "Quiero ser ingeniero, para poder construir una escuela a la que todos los niños puedan ir".

    Chris de Bode
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    Las paredes agrietadas, los techos que gotean y los cortes de energía constantes han llevado a Katarina (13) a alzar la voz por unas escuelas más seguras

    En toda América Latina, muchos estudiantes enfrentan condiciones de aprendizaje inseguras. Y en muchas escuelas de la región del Chocó, en Colombia, los estudiantes están en riesgo debido a problemas de construcción.

    Katarina se siente insegura debido a las paredes de cemento en el edificio de su escuela: "Las grietas en la pared se hacen más grandes cuando llueve. Una incluso se derrumbó colina abajo".

    Como el edificio es viejo, el agua de lluvia a menudo se filtra por el techo. "Es difícil concentrarse en un edificio como este", continúa Katarina.

    Además, por los cortes de energía, el centro a menudo se queda sin electricidad. "Si yo fuera la directora, arreglaría el techo. Y construiría un salón impermeable donde pudiéramos tomar clases de informática".

    Aun así, Katarina permanece comprometida con su educación. A los 13 años, ya es activista por una escuela más segura, para ella y sus compañeros.

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    En Perú, Greysi (13) tiene su propia pequeña tienda; así, apoya tanto su educación como la de sus hermanas

    Greysi vive en una comunidad que lucha con la pobreza extrema y carece de servicios básicos. Su familia siempre ha tenido dificultades para costear comida y alquiler, así que los materiales escolares quedaban fuera de la ecuación. 

    "Decidí que debía tomar las cosas en mis propias manos", dice la ahora niña de 13 años. Por eso, Greysi comenzó a vender vasos de gelatina y hielo triturado. "De lo que vendí, invertí en nuevos productos, como galletas y refrescos. Mis ventas mejoraron cada vez más".

    De pie, frente a su pequeña tienda en un asentamiento informal en uno de los barrios más marginales del norte de Perú, habla orgullosa de su negocio.

    "La mayoría de mis ganancias las invierto en nuevos productos. Con el dinero que sobra, compro útiles escolares para mí y mis hermanitas. Y trato de ahorrar para la universidad", confiesa.

    La educación superior está fuera del alcance de la mayoría de los estudiantes en Perú. Algo de lo que Greysi es plenamente consciente. "Ahorro tanto como sea posible. Y les enseño a mis hermanitas a hacer lo mismo".

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    Stalin (14) arriesga su vida cruzando un río para llegar a la escuela a diario

    Stalin vive en un pueblo remoto en la región norte de Perú. Todos los días, se arremanga los pantalones y cruza un río camino a la escuela.

    Pero durante la temporada de lluvias, que normalmente va de marzo a abril, los altos niveles de agua lo obligan a quedarse en casa.

    "A veces la gente muere después de ser arrastrada por la corriente", dice. Y admite: "Es demasiado arriesgado". Cuando llueve, Stalin pierde varias semanas de escuela.

    En los últimos años, la temporada de lluvias ha durado más tiempo y las tormentas se han vuelto más intensas. "Me quedo atrás de mis compañeros de clase", reconoce. "Es frustrante".

    Con el apoyo del proyecto de Plan International, Stalin está recuperando parte de su brecha de aprendizaje. "Espero estar al mismo nivel que mis compañeros otra vez".

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    En Colombia, la desigualdad de género continúa expulsando de la escuela a niñas como Yili (16)

    Yili describe cómo las niñas en Colombia a menudo se emplean en el trabajo doméstico para pagar por una educación. "Durante los últimos años, trabajé en casas de personas para ganar dinero para útiles escolares", dice.

    Equilibrar trabajo, escuela, tareas domésticas y cuidar a sus hermanos menores finalmente provocó que Yili abandonara los estudios.

    La joven nota que a menudo son las niñas quienes dejan la escuela. "Hay más niños que niñas en las clases", indica.

    Además, los embarazos adolescentes son un reto. Le pasó a una de mis mejores amigas. Ahora se queda en casa con su bebé. Su situación es difícil", cuenta.

    Con el apoyo de Plan International, Yili finalmente pudo reanudar su educación. Todavía ayuda a su madre en casa, pero el apoyo financiero le permite dedicar más tiempo a sus estudios.

    "Si tuviera que hacer trabajo doméstico toda mi vida, estaría muy aburrida. Por eso quiero ir a la escuela. Física y química, eso es lo que amo", confiesa.

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    Como muchos refugiados en Ecuador, la pobreza extrema pone en riesgo la educación y el futuro de Saray (11)

    Saray y su familia tuvieron que huir de Venezuela. Ahora luchan para llegar a fin de mes.

    Aunque Saray, sus padres y hermanos hayan encontrado seguridad en Ecuador, generar ingresos es una batalla constante.

    Saray es la única de sus hermanos que va a la escuela y toda su familia trabaja para apoyar su educación. Saray explica: "Necesitamos un cuaderno especial para cada materia, pero solo podemos permitirnos uno".

    Sin los materiales apropiados, corre el riesgo de suspender. "Desearía que los maestros entendieran mi situación", lamenta.

    Además de los libros de texto, la escuela requiere tres uniformes diferentes: "Uno formal para los lunes, un uniforme deportivo y uno regular", explica. Ha sido el orientador escolar el que les ayudó a obtener uniformes de segunda mano.

    La presión sobre Saray es inmensa. Su familia espera que se convierta en abogada y rompa el ciclo de pobreza.

    "Es una posibilidad remota", admite su madre. Saray le responde con determinación: "Pero estoy motivada".

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    Samuel (14) lucha por mantenerse al día en una región de Colombia donde el conflicto confina a menudo a los estudiantes en casa

    En la región del Chocó, en Colombia, Samuel depende del teléfono de su padre y de electricidad limitada para estudiar. Anhela regresar a la escuela.

    "Realmente quiero ir a clase todos los días", reconoce el joven. A veces, el conflicto no le deja más opción que quedarse en casa porque es demasiado inseguro afuera para los niños.

    En esos días, Samuel depende del teléfono móvil de su padre para asistir a sus clases online. Cuando su padre va a trabajar, no puede completar sus tareas.

    La falta de electricidad y acceso a internet complica aún más sus estudios. Cuando tiene que estudiar en casa sin estos recursos, se queda atrás. "Quiero que mi ciudad sea segura", dice.

    Chris de Bode
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    A pesar de las luchas diarias con una motocicleta que falla y dificultades financieras, Yulitza (16) viaja horas para asistir a una mejor escuela

    Una vieja motocicleta que apenas funciona es la única oportunidad que tiene Yulitza para obtener una educación de calidad.

    Todos los días, hace un viaje de una hora y media a la escuela en el vehículo que una vez perteneció a su tío. "No quería ir a las escuelas cerca de mi pueblo", dice Yulitza.

    Y lo explica: "Hay muy pocos maestros. Y aun cuando están presentes, a menudo no enseñan".

    La ruta no es fácil. "Varias veces a la semana, nuestra motocicleta se avería porque le faltan partes. Hay días en que tenemos que regresar".

    Perder escuela afecta su rendimiento, especialmente durante los exámenes. "No puedes reprogramarlo, así que termino reprobando. He obtenido cero puntos más de una vez".

    La motocicleta consume alrededor de 30 soles (unos 7 euros) de combustible cada semana, y su familia no puede permitirse el mantenimiento.

    Para ayudarla a permanecer en la escuela, Yulitza recibe apoyo de Plan International, que también crea conciencia sobre la educación entre los padres.

    Eso convenció a su madre, pero no a su padre. "A menudo dice que deberíamos ser enviadas a trabajar en lugar de que nos permitan estudiar", comparte Yulitza.

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    En un país donde el acoso sexual en las escuelas es generalizado y la educación sexual limitada, los padres de Erika temen que un embarazo pueda descarrilar sus sueños de ir a la universidad

    La violencia sexual y de género es un problema persistente y generalizado en las escuelas de Ecuador.

    Durante la última década, miles de casos de violencia sexual han sido documentados. Muchos de ellos involucraban a maestros, personal escolar e incluso a estudiantes.

    Esto, combinado con la falta de educación sexual integral, crea un ambiente inseguro para muchas niñas.

    Esta realidad deja al padre de Erika preocupado por el futuro de su hija. "Es como si las escuelas aquí tuvieran miedo de enseñar a los niños sobre sus cuerpos y el consentimiento. Pero prevendría muchos embarazos adolescentes", dice.

    "Tengo amigos con hijas que quedaron embarazadas cuando aún eran niñas y abandonaron los estudios", cuenta.

    Y confiesa: "Mi mayor preocupación es que esto le pueda pasar a Erika también. Ella sabe lo que quiere: estudiar. Esperamos que pueda ir a una universidad".

    Chris de Bode
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    Un viaje en barco y una larga espera se interponen entre Isabel (13) y su escuela en Colombia

    Vivir al otro lado del río hace difícil para Isabel llegar al colegio. Ella es la última en llegar a clase cada día.

    "Salgo a las seis y espero el barco", explica. "Quiero salir más temprano, pero tomar el bote en la oscuridad no es una opción. Para cuando llego a la escuela, la primera clase ya terminó".

    Isabel odia llegar tarde porque se pierde las explicaciones de los maestros y tiene que copiar las tareas de los compañeros de clase. "No quiero escuchar cosas de segunda mano", admite.

    Los viajes en barca también son caros para su familia: el viaje de ida cuesta 2.000 pesos (alrededor de 40 céntimos de euro) por un viaje de ida.

    "Cuando salgo de la escuela, no siempre hay un bote disponible. Así que a veces le pago a alguien con una canoa. De lo contrario, tengo que esperar en el muelle a que llegue un barco para ir a casa".

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