Organizadas por el Ayuntamiento capitalino y la Real Fundación Toledo, con su director y agitador cultural al frente, Eduardo Sánchez Butragueño, la ciudad de Toledo ha celebrado durante el pasado fin de semana unas jornadas reivindicativas y lúdicas para sensibilizar y concienciar a la sociedad acerca de la lamentable situación por la que atraviesa el rio Tajo a su paso por la capital regional.

También por el resto de las localidades surcadas, poblaciones todas ellas damnificadas, en mayor o menor medida, por los enormes vertidos de la poderosa urbe madrileña y poblaciones aledañas que han convertido al río en una cloaca a cielo abierto llena de espumas, hierbajos, tonos marrones, males olores... Aguas producidas por los vertidos de aguas residuales urbanas e industriales de la Comunidad de Madrid que tienen su origen en las depuradoras que vierten en el curso del rio Jarama y en sus principales afluentes, según la Cátedra del Tajo-UCLM/Soliss. Un sumidero cada vez mayor que ya en 1972, hace ahora 50 años, obligó al gobernador civil de Toledo, Jaime de Foxá, a disponer la prohibición del baño en sus aguas de todas las poblaciones de la provincia surcadas por el Tajo.

Entre los perjudicados por la resolución del gobernador, fuimos los alumnos del Colegio Menor San Servando, un inolvidable centro de formación que corona el Tajo a su paso por el puente de Alcántara de Toledo. En la década de los sesenta, la orilla del rio era el lugar preferido para hacer novillos de los estudiantes que acudíamos hasta el San Servando para cursar el antiguo bachillerato. En gayumbos nos bañábamos, pues la necesidad del Meyba no se entendía en casa en horario escolar, y el uso del calzoncillo era todavía frecuente en ríos, arroyos u otros ecosistemas fluviales de este país.

Un remojón en las aguas limpias del rio para solazarse después con el bocadillo preparado por nuestras madres antes de la vuelta al colegio, y previo a algún que otro comentario sobre la arena acerca de las alumnas de las Carmelitas y Ursulinas, al parecer las más atrayentes para la caterva estudiantil masculina de la época. Un retorno al centro con precaución ante el temor de ser descubiertos por los profesores, acusicas o envidiosos compañeros más temerosos de una posible sanción que de disfrutar de un baño inolvidable y una correría inmejorable. Un remojón, por cierto, no exento de peligro pues han sido bastantes los ahogados en sus aguas.

¡Tiempos aquellos!, donde el Tajo era también la playa de tantos toledanos que, con su tortilla, vino, pan y gaseosa disfrutaban bajo el sol y a la sombra del Alcázar bañándose en su rio. También de pescadores, cuyas piezas capturadas podían luego freírse en la sartén sin peligro de intoxicación. Un lugar de ensueño en definitiva donde antaño prevalecía la biodiversidad natural y la riqueza agrícola que ofrecían las huertas aledañas regadas con su caudal. Un prodigio de paraje convertido hoy en desagüe para la porquería por la cantidad de vertidos y residuos que soporta su curso. Un caso excepcional y deplorable en toda la Unión Europea que se puede revertir, aunque parece que la voluntad de quién pueda hacerlo no fluye por ahora, al menos con el caudal suficiente para alcanzar el buen estado de sus aguas.