Se mostraba ufano el consejero de Agricultura, Francisco Martínez Arroyo, el pasado fin de semana en Horche (Guadalajara) anunciando el récord histórico alcanzado el pasado año por la exportación, mayoritariamente a granel, de vino y mosto de Castilla-La Mancha: más de 17 millones de hectolitros, la región con mayor producción de vino y mosto en Europa, con una media de 25 millones de hectolitros cada campaña.

Un sector “competitivo que genera mucho empleo”, según el consejero Martínez, desarrollado en más de 450.000 hectáreas, casi la mitad de la superficie de viñedo existente en España, que representa el 4,6 por ciento del PIB regional y vinculan a unos 80.000 viticultores en toda la Comunidad. Pero si clasificamos el vino exportado en sus dos grandes grupos, envasados y graneles, podemos comprobar la gran polaridad y problemática que existe entre ambos.

El sector del vino en España ha registrado un aumento considerable de ventas, tantos en los mercados nacionales como del exterior, recuperando los niveles anteriores a la crisis de la pandemia. Sin embargo, el dominio de los graneles a precios de saldo continúa entorpeciendo esta mejoría, lastrando el desarrollo de la industria vitivinícola de Castilla-La Mancha como máximo exponente de comercialización de este tipo de vinos en España. Una región obligada tradicionalmente a recurrir a la exportación de sus excedentes como graneles, como única salida para poder aligerar las grandes existencias de vino de cada campaña y evitar así el hundimiento de sus mercados.

Un vino a granel originario de Castilla-La Mancha que, en los casos de Francia e Italia, sirve para ajustar su oferta en campañas de bajas cosechas. También para que los operadores puedan reexportar a otros países, y atender así sus compromisos comerciales en ventajosa competencia con los vinos españoles embotellados que proceden de la Península. Vinos a granel que se comercializan a un precio medio de 0,36 euros/litro, para luego embotellarlos en vidrio y volver a venderlos al público a cuatro, cinco, o más euros. También, en el caso de Alemania, para mezclar con vinos autóctonos de baja graduación. Un valor añadido en cualquier caso que dejan de percibir los productores de nuestra tierra.

Una situación, no obstante, que no puede ensombrecer el trabajo que realizan bodegas y cooperativas de Castilla-La Mancha en su afán de revalorizar sus vinos, mejorando sus instalaciones y procesos de elaboración y comercialización. Una cuestión siempre recurrente cada vez que se analiza la postura de un sector que tiene que propiciar un cambio de mentalidad en el modelo actual del negocio del vino. Una transformación sosegada pero imprescindible para una comunidad con tantos excedentes vitícolas como la nuestra, y menos “competitiva” por ahora de lo que pudiera ser con tan enorme potencial.