Transcurridos unos meses de la pandemia por el nuevo coronavirus SARS-CoV-2, y superada la primera oleada, se estima que más de un 40% de la población mundial ha estado sujeta a algún tipo de confinamiento (septiembre-2020). Hemos asistido a la cancelación masiva de vuelos entre países, incluido entre fronteras europeas (Acuerdo Schengen, 1995). Las restricciones de la movilidad han transformado un mundo que creíamos irreversiblemente globalizado. Las economías se han visto obligadas a guardar reposo por imperativo médico.

El presupuesto del que se parte es que solo los epidemiólogos pueden juzgar sobre políticas públicas dispuestas a frenar la expansión de enfermedades contagiosas. Algunos dirigentes, a veces llamados “negacionistas” por su rechazo a las medidas restrictivas, han optado por cuestionar tanto a científicos como a las autoridades sanitarias.

La epidemiología puede considerarse como la ciencia biosocial de las enfermedades, y ha ido incorporando contenidos procedentes de la sociología, la demografía, la economía y otras ciencias humanas a la hora de establecer los factores de riesgo.

Dado que el confinamiento total puede disparar patologías graves (por ejemplo cardiovasculares y mentales) y provocar una crisis económica de consecuencias devastadoras indirectamente para la salud de millones de personas, solo ampliando el círculo de los estudios epidemiológicos se podrían evitar remedios aún más letales que la misma enfermedad. No debemos caer en un bucle pernicioso que conduzca al empeoramiento de patologías psiquiátricas (durante la crisis 2007-2008 provocó el suicidio de al menos 13.000 personas en Europa y Norteamérica) y mayor crispación familiar, social o desestabilización de países; paralización del sistema educativo y universitario; impactos por desatención de enfermedades crónicas y agudas (IAM-infarto…). Por ejemplo, paso a relatar un caso real: un paciente que había intentado consultar con su MAP (sin éxito) por dolores crecientes de espalda –que no cedían con medicación alguna-, y que finalmente he revisado en consulta, resultó tener un cáncer con metástasis en columna y tórax (diagnosticado en 48 horas).

No es bueno para la sociedad el grado de confusión y controversia que estamos alcanzando. Una oleada, una sopa (y no de murciélagos) de desinformación y propaganda se ha propagado, casi como el virus, en nuestra sociedad. No es nada fácil estudiar y gestionar todo lo que nos está pasando, pero llama la atención tras una reevaluación, que solo el 12% de los certificados de defunción en nuestra vecina Italia mostraron que el coronavirus había sido la causa directa de la misma. Y determinados hospitales de América del Norte, el Centro para el Control y la Prevención de las Enfermedades (CDC, siglas en inglés) ha reconocido determinados “incentivos financieros para inflar las muertes por coronavirus”.

Asociaciones científicas médicas cuestionan algunas de las medidas restrictivas aplicadas, como es el caso del uso de la mascarilla. De hecho, el cambio de discurso sobre las mascarillas no ha sido tanto científico como político. Personalmente estoy de acuerdo en que no hay razones científicas para obligarnos a todos a usar mascarillas todo el tiempo, incluido en la vía pública donde se pueda respetar la distancia social. En cambio, el sistema de terror implantado nos puede llevar a ser sancionados por no utilizarlas, cuando la ejemplaridad de los verdaderos responsables ha brillado por su ausencia (coherencia y prudencia política).

Otra cuestión que merece la pena exponer es sobre la OMS, que debería haber estado al frente de esta pandemia como un faro para la sociedad. Algunos pensamos que no ha sido así, y que la OMS necesita una reforma. Nadie puede poner en cuestión el servicio que esta organización mundial ha prestado otrora con ciertos programas de vacunación hasta lograr la erradicación de determinadas enfermedades (viruela).

Sin embargo, el hecho de que la OMS haya sido financiada en un 80% por empresas farmacéuticas y privadas, y determinadas actuaciones tibias hacia productos herbicidas (glifosfato-Roundup) prohibidos en 18 países (Austria, primer país de la UE). Así como: la minusvaloración relacionada con las empresas petroleras en África; los desastres nucleares de Chernobyl y Fukushima; o el uso de municiones de uranio empobrecido en los Balcanes o Irak justifican de sobra las dudas que suscita la Organización. También es cuestionable el no reconocimiento de la “Artemisa” que ha demostrado su eficacia en el tratamiento de la malaria, para proteger oscuros intereses de las farmacéuticas subencionadoras. La OMS ha infravalorado en el pasado reciente la epidemia de Ébola (2014-2016), y por el contrario, cambió de criterio (gravedad) sobre el manejo de la gripe H1N1, también conocida como “gripe porcina” (2009-2010). En esta situación se utilizaron vacunas no suficientemente testadas, y la transparencia en la toma de decisiones por parte de la Organización brilló por su ausencia durante esta epidemia.

Se ha dicho que la OMS es una estructura que se encuentra debilitada, y sometida bajo las garras de los grupos de presión y/o los intereses de determinados estados miembros, y en estos momentos la Organización y la República China se encuentran en el punto de mira. La OMS se ha convertido en portavoz de China. Y lo hemos podido comprobar como la Organización ha cambiado de criterios y de directrices durante la pandemia SARS CoV-2.

El 25 de febrero de 2020, el responsable de la misión internacional de la observación del coronavirus en China –dependiente de la OMS- elogió la respuesta de Beijing ante la epidemia y vino a decir, que “el mundo necesitaba aprender de las lecciones de China”. Incluso llegó a afirmar que si él padeciera el Covid-19, “buscaría gustosamente tratamiento en China”. No se puede afirmar que China haya gestionado bien o mal la pandemia, cuando es imposible conocer a ciencia cierta sus cifras reales de casos o de muertes.

Que la OMS se ha convertido en portavoz de China y su descarado conflicto de intereses ha sido evidenciado por el mismo responsable, al ser interrogado sobre la negativa de la adhesión de Taiwan por la OMS: el interlocutor fingió no escuchar, y ante la reincidencia, la comunicación fue interrumpida. Otra situación que debe tenerse en consideración es el hecho de que en tres países de África han sido expulsados funcionarios de la OMS porque, según afirman, estaban inflando el número de casos de pacientes de Covid-19.

Otro ejemplo donde la OMS ha demostrado su servilismo ante las farmacéuticas tuvo lugar cuando en febrero, y antes de que la comunidad científica conociera los primeros resultados de un antiviral (Remdesivir), la OMS se precipitó al dar publicidad a este fármaco como una posible solución al Covid-19.

En este contexto, que para nada ayuda, una cruda realidad se ha ido abriendo paso en esta pandemia: no hay una única manera de interpretar los resultados científicos y estos no cubren todos los campos de interés. Por tanto, no se pueden esperar de la ciencia epidemiológica dictámenes y normas incontrovetibles y universales sobre políticas de salud pública.

Con esto no quiero parecer escéptico. Sabemos que a partir del artículo publicado en Lancet el 24 de enero de 2020 por Chen Wang, de la Academia de Medicina China, se sabía lo suficiente acerca del peligro como para que aquellos países con personal y medios cualificados tomaran medidas. Parece evidente que unos lo hicieron mejor que otros; dentro de nuestro entorno, Grecia y Portugal tomaron medidas a tiempo al ver la situación de nuestra vecina Italia, España no. No reaccionó con la suficiente diligencia, tardando en implementar el Estado de Alarma hasta mediados de marzo, autorizando manifestaciones y reuniones multitudinarias, a pesar de un número creciente de casos graves. Algunos visionarios como el eminente cirujano reconstructivo –el Dr. Cavadas- nos puso en alerta en el mismo mes de enero: China nos estaba mintiendo; el coronavirus tenía un altísimos índices de contagiosidad y era muy peligroso; finalmente, Cavadas nos alertó sobre una inminente pandemia. Fue tachado de bulos y alarmista, pero meses más tarde se demostró que como un visionario, el Dr. Cavadas tenía razón.

El Dr. Matesanz, exdirector de la prestigiosa Organización Nacional de Trasplantes (ONT), también ha sido muy crítico con la gestión de la pandemia por parte del Gobierno, poco previsor ante el riesgo de la segunda oleada: “ El Gobierno reaccionó con contundencia; se fueron de vacaciones”, en referencia al “mutis por el foro del Presidente Sánchez, y los ministros de Universidades, Educación; Interior y Sanidad: todo un ejemplo de responsabilidad.

Los que de momento han logrado campear el temporal de la crisis sanitaria sin producir una crisis económica aún más devastadora, lo hicieron combinando ciencia, experiencia sanitaria y prudencia política. La lección es de humildad. Lo que debemos tener claro, según se ha afirmado, es que la psicosis derivada de la pandemia no debe ser más peligrosa que el propio virus.

Como ha señalado David Edgerton, del Colegio King de Londres, en nuestras sociedades tecnológicas y en puertas de una nueva Revolución Digital y de la Inteligencia Artificial, el método ancestral de la cuarentena, utilizado durante la pandemia de Peste de 1300, ha sido el más eficaz y socorrido.

Sin embargo, una vez más exigimos trasparencia (añoramos el desaparecido Portal de Trasparencia por parte del actual Gobierno), ciencia, experiencia sanitaria, coherencia y prudencia política.

Jesús Romero