Ir a los toros se ha convertido en lo más subversivo que puede hacerse en esta España ultrafascista por todos lados. Con el gobierno en contra, lo verdaderamente reivindicativo es tocar los cojones desde primera hora de la tarde, dejar el despacho e irse al albero. Si puede ser con chaqueta y sombrero, mejor; y, por supuesto, las doñas guapas como nunca y castizas igual que ellas solas. El tendido brilla con luz propia y provoca iridiscencias y tornasoles. Los jóvenes lo saben y por ello acuden en masa a los toros. Quieren ser lo contrario a Urtasun y que no les lean la cartilla ni Pedro Sánchez ni Yolanda Díaz.

Sí, los toros se han politizado porque ellos lo han politizado. Y ahí está Page, dándose un baño de multitudes que ni Curro cuando salía de frente por la puerta. Emiliano fue a ver a Rufo y la gente lo enganchaba como al Salvador. No le quitaron la túnica, pero alguno se la besó. Las Ventas es el rompeolas de España, la taberna eterna, el saludo encomiable del tiempo y el respeto. Uno cruza la entrada y ha de descubrirse como quien se descalza en la mezquita. No es dogmatismo, es liturgia. Quien no haya descubierto aún que la vida es sacrificio, rito y perseverancia, es que le falta ir a los toros. Yo tengo amigos que ahora se están interesando. Y les hacemos pedagogía por el módico precio de que nos dejen llevar del brazo a sus mujeres hasta el tendido.

Galiacho me acercó a Las Ventas el jueves para ver a Rufo. Le habíamos hecho la entrevista con Eusebio hace dos semanas en Alcurrucén y queríamos verlo de cerca. Tomás es un gladiador que se ha ganado el respeto del público. Nos fuimos al Siete, al corazón de la fiesta. Lo siento, pero el Siete es la reserva espiritual, la voz de antiguo, todos los viejos cantando flamenco y zapateando a la vez. Si no lo ve o se percibe, también faltan años de tauromaquia. Madrid guarda el nivel gracias al Siete, aunque en ocasiones pueda molestar e importunar. Dicen “miau” cuando ven una cabra o piden a Talavante que pase de largo cuando la oreja es de saldo. Pero este es el tribunal, el Senado que hace la España diferente. Si no hubiera el Siete, todo sería sanchismo rampante. Siempre que voy por allí, me acuerdo de Joaquín Vidal, sus crónicas, la Tumbacristos y el capitán Echalecu. Quien no conozca sus historias, que las busque en la hemeroteca. El País nunca alcanzó tan alta gloria como cuando Joaquín firmaba sus crónicas. Ahora queda en la memoria El Ronquillo y otro que le sigue, El Comunista.

A los viejos les vale una mano, la mueca, el rostro o un susurro leve para dictar su sentencia. Los jóvenes aprenden de ellos y se produce el cambio generacional. Si la tarde es negra porque no hay toros si no cabras, se van diciendo “que talle otro”. Pero al final, el abono es como el carné del Atleti. Aunque lo eches dentro de los vaqueros a la lavadora, siempre sale indemne. Y vuelta al día siguiente. Vi a mi amiga Carmen en el tendido y me provocó la emoción del reconocimiento. Aficionada de toda la vida, es ese otro Madrid que siempre fue a los toros con alegría, respeto y sabiduría. La Tauromaquia es escuela de vida para los problemas del día y hay que aprender de ella. Todos los Madrid y todas las Españas juntas se dan cita cada tarde durante San Isidro en Las Ventas. Desde el insolente y nuevo al viejo y castizo. Me gustan ambos. En recuerdo de los antepasados, no habiendo sido tarde especialmente buena, en lugar de salir toreando de la plaza, lo hice silbando El sitio de Zaragoza. La libertad tiene su templo.