Que no sé cómo hay que llamarlos o quieren ser llamados. Una de las aplicaciones o utilidades más evidentes de las lenguas clásicas es la formación de nuevos vocablos, como archipobreza o protomiseria que escribiera Quevedo en El Buscón. Aquí no hay pícaros que pasen hambre sino vecinos que sienten fatiga; más en concreto, fatiguitas, que es una especie o subespecímen de contrariedad no bien encajada a la hora de desarrollar sus ocupaciones o vidas normales. Me refiero, vaya, a la Plataforma creada en Toledo por redes sociales que pide un Turismo Sostenible (las mayúsculas las pongo yo como ruido de timbales para adornar el palabrejo), que no colapse el Casco Histórico de la ciudad. Qué curioso, mira… Todas las ciudades del mundo devanándose los sesos por que las visiten y aquí nos tapamos la cara con los brazos y decimos “no, no, no vengan a vernos”. La histórica hospitalidad toledana.

Tengo escrito y dicho que no hay cosa peor en el mundo y la vida que la tristeza. La maldad tiene solución mediante la inteligencia y, sobre todo, la sabiduría. La tontería es más peligrosa porque te descuadra los ejes de ordenadas y abscisas, pero cuando tienes cuadriculado al tonto lo ves venir de Zocodover hacia abajo. O sea, que por ese lado, tampoco habría problema. Lo peor es la tristeza, la infinita tristeza, la tristeza hueca, la tristeza desolada, la tristeza por montera, los ojos tristes, la mirada triste, el triste caminar y los andares tristes por la vida… No hay nada más contagioso que un triste. Con ese, ni sentarse a tomar café cinco minutos. Porque la tristeza tiñe, se contagia, tizna como las sartenes. Y te embadurna y te cubre el cuerpo y se va adueñando de tu ser como una medusa se agarra a las piernas. Y entonces no hay remedio, la vida se agrisa sin solución, las luces se apagan, los sonidos se acallan. Y ahora vete tú a salir de ahí, con todo lo que costó levantar la esperanza y el color. Ese es el verdadero poder del triste y su infinita capacidad desoladora.

Entiendo que el turismo de masas no es lo mejor para nadie, pero tampoco creo que Toledo tenga ese problema. Solo de forma muy puntual y atendiendo al calendario festivo. Y de doce a cinco de la tarde. Pero yo no sé si lo que estos señores propugnan es poner un cartel en Bisagra que diga: “Dense la vuelta, no son bienvenidos, quédense en la Vega y echen migas a las palomas”. Claro, de esta manera no habría problema para tomarse un chato de vino a la hora del aperitivo. Pero no sé yo si al hostelero le convendría mucho el cambio, pues no parece que viva en Toledo solo de quienes habitamos el Casco Histórico. Si así fuera, entonces sí que sería esto una ciudad fantasma. Igual es lo que pretenden, volver a la decadencia del XIX.

La generosidad y el altruismo han quedado relegados tras la pandemia. Los hosteleros han sido uno de los colectivos que más ha penado con diferencia y les queremos dificultar las cosas. Soy vecino del Casco Histórico y me parece un privilegio vivir en Toledo, inaudito, insólito. Una maravilla de la que disfrutan mis hijos cuando vienen a verme y desde donde intento enseñarles a cuidar, mimar, acariciar y mirar esta ciudad. Me encanta salir por las mañanas y fundirme con el Valle como si fuera una parte más de esa Naturaleza viva que solo alimenta mientras la observamos. Es uno de los lujos, como el de pasear por sus calles. ¡Normal que la gente venga cuando puede! No va a ser un placer único reservado a unos pocos. Además, se puede ligar con las turistas como Paco Martínez Soria.

Los días de puente ya sé que me será muy difícil comer fuera o hacer la vida más o menos normal de otras mañanas. Pero, a cambio, veo cómo la ciudad hierve y se siente viva, los comerciantes abren, los hosteleros ganan y la vida se levanta. Hay quienes prefieren que estuviera acostada y dormida siempre. Para ellos y sus plataformas, con todo el cariño del mundo, solo una cosa. Es preferible dejarse la tristeza entre las sábanas a vestirse con ella cada mañana.