En realidad el PP es aburridísimo. No cambia, no inventa, no varía de tácticas. El Sr. Feijóo se ha trasmutado en el Sr. Casado, solo que con menos histeria y menos poses fotográficas. Es lo que permite a algunos de sus seguidores confundir con moderación. Ya hizo bastante el ridículo su antecesor. Por cierto, elegido, no como Feijoó, por un golpe de mano de los barones territoriales, sino por un congreso de militantes. Ambos procesos explican muchas cosas de ese partido y de su visión de la política. Aunque la cuestión no es de personas, el problema es del partido conservador que no ha utilizado ninguna oportunidad de las que ha tenido para europeizarse o adaptarse a las democracias modernas. De hecho ahora anda enredado en superar a Vox en su discurso ultramontano. Han vuelto a las tácticas oxidadas de la etapa del Sr. Casado, que son las mismas del Sr. Rajoy, que fueron la traslación herrumbrosa de las del Sr. Aznar. En el PP el tiempo no es un flujo continuo, sino un punto inmóvil en un pasado añorado. En ese ambiente la semana que ha terminado nos hemos despedido con la última grandilocuente declaración contra el odiado Sánchez.

Su tercero en el escalafón de Génova (edificio reformado, como sabemos por sentencia firme, con dinero en negro) ha afirmado con rotundidad que el Sr. “Sánchez es un mal español y un mal socialista”. Vuelve la derecha excluyente del siglo XIX y XX que mataba, encarcelaba o exiliaba liberales y rojos. Nadie ha contestado. Ningún baron socialista ha salido a corregir la prepotencia de un partido que decide sobre quién es español y cómo se debe ser socialista. Dos disparates similares, proviniendo de quien proviene. ¿Puede saber alguien de la derecha cómo debe actuar la izquierda? ¿Cómo sería un país en el que la derecha define la nacionalidad y los principios ideológicos de los partidos? ¿Quién puede ser español y quién no? Y ese es el otro gran problema de la derecha española. No ha resuelto aún cómo tratar a algunas partes de sus territorios. ¿Qué hacer con Cataluña o qué hacer con el País Vasco? ¿Por qué en lugar de utilizar ambos territorios como armas de oposición no  explican cuales serían sus soluciones a las cuestiones que ambos plantean? ¿Conquistarían Cataluña, impondrían al País Vasco leyes marciales? Con esas dudas, nunca resueltas, camina la derecha española  del clonado Sr. Feijóo a la búsqueda del poder perdido.

La última batalla que está librando el PP es ver qué hacer con una institución tan importante como la Justicia. Nada les detiene para no renovar los órganos constitucionales. No existe ley en los territorios de Génova. Demasiados juicios pendientes por corrupción por lo que no conviene remover a los jueces. El penúltimo pretexto es la reforma del delito de secesión. No se han enterado todavía que pertenecemos a la Unión Europea. Y que la figura sedición, de tiempos antiguos, se rige por unas leyes distintas a las de España, causa por la que, cada vez que se recurre en cuestiones territoriales a la Justicia de la Unión, salimos trasquilados. Pura resistencia interesada en un partido que no quiere democratizar las instituciones del país que aspira a gobernar. Es lo que tiene que soportar la democracia española para sobrevivir a las tentaciones de las derechas autocráticas que tienden a desfigurar las democracias hasta convertirlas en caricaturas de sí mismas.