Los libros que publica Fernando Martínez Gil siempre nos sorprenden. Por los temas elegidos, por los enfoques, por el rigor en el manejo de los datos y documentos y por la actualidad de sus juicios. Eleva a categoría de investigación histórica lo que en muchos casos podría quedarse en erudición localista.

La última sorpresa, el último libro, se titula “Juan de Padilla. Biografía e historia de un mito español”. Ha sido editado por ediciones de la Ergástula, de Madrid, y fue presentado hace pocos meses. Se publica en el momento en que se recuerdan fugazmente los quinientos años de los sucesos de los que fue protagonista el caballero toledano Juan de Padilla. El libro se organiza en tres partes diferenciadas: los orígenes y el linaje del personaje y su familia, la revuelta de las Comunidades con sus orígenes y desenlace y la pervivencia de los hechos en la literatura y memoria de los siglos sucesivos hasta llegar a la última reflexión que proyecta al personaje, ya despersonalizado, en el momento actual.

¿Qué son los comuneros en el tiempo presente?, se pregunta el autor en la última página del libro. ¿Cómo se relacionarán con la globalización actual, con la desigualdad cada vez más hiriente, con el deterioro ecológico, con el cambio climático o con las dudas entre  progreso o retroceso? El autor duda y cierra su documentado trabajo con una frase supuesta del propio Padilla: “Muchas lenguas habrá que mi muerte contarán”. Pero la Historia sirve para conocerla más que para contarla. Para saber cómo, en circunstancias especiales, se comportan los humanos. En este caso cuáles fueron los planteamientos de los comuneros castellanos ante lo que consideraron injusticias flagrantes, cometidas por un rey y unas gentes que quisieron explotar a unos hombres que se consideraban libres en ciudades ricas, aunque no homogéneas. El triunfo de su causa podría habernos dejado una historia distinta. Del fracaso de aquel movimiento somos sus herederos, a pesar de haber transcurrido quinientos años.

Los caballeros de las ciudades, una parte del clero, los menestrales, los campesinos, los comerciantes y pecheros plantaron cara a una élite nobiliaria que se puso de parte de Carlos I en su proyecto de ser coronado emperador, proyecto que nada tenían que ver con los objetivos de  Castilla. Se jugaba, entre otros asuntos, la libertad como bien entendió Padilla cuando en su ataque final contra las tropas de la nobleza grita ¡Padilla, Padilla, libertad! Una libertad de la que unos años después de los sucesos de 1521, Cervantes escribiría: “La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos, con ella no pueden igualarse los tesoros que encierra la tierra, ni el mar encubre: por la libertad, así como por la honra, se puede y debe aventurar la vida”. Lo que leído en tiempos en los que la libertad se vende como un producto “low-cost” resulta un menosprecio hacia Padilla y compañeros que, en nombre de la libertad, perecieron ante quienes querían esclavizarlos.

Tras la derrota de los comuneros y su ajusticiamiento se impuso el silencio durante más de tres siglos. Luego, cuenta el autor, aparece Padilla convertido en un mito para exaltar o un mito para odiar, según la ideología de quien lo invoque. Se transforma en personaje sin carne ni huesos. Tal vez por eso ha sido muy difícil conocer la personalidad política y humana de Padilla. A devolver la identidad humana viene el libro de Fernando Martínez Gil. Ahora sabemos ya casi todo del caballero Juan de Padilla, casado con María Pacheco, que mantendría por un tiempo táctico el espíritu de las Comunidades.