Lo de hoy va de exilios y libros. Y, aunque parezca que nada tienen que ver, entenderán que se den conferencias sobre el exilio español y toledano, tras la guerra civil, o que se escriban libros sobre el mismo tema. Enrique Sánchez Lubián, en el ciclo sobre la Historia del PSOE, habló del exilio toledano. Esa Historia que no se ha contado porque parecía que la guerra civil había pasado por algunas provincias casi sin tocarlas. Pura ocultación de una realidad que no es obligatorio evocarla permanentemente, pero tampoco ignorarla deliberadamente.

En cuanto a los libros, Almud y la biblioteca Añil lo han hecho posible. La editorial, que impulsa Alfonso González-Calero, ha publicado dos libros demoledores y volcánicos: “La guerra civil en la provincia de Toledo”, del fallecido José María Ruiz Alonso y “Los desplazados de la guerra civil. Evacuados de la provincia de Toledo”, de Juan Carlos Collado Jiménez. Dos libros, reitero, demoledores y volcánicos. Demoledores, porque acaban con explicaciones sesgadas sobre nuestra historia reciente. Y volcánicos, porque sus páginas, como en una erupción incontenible, arrojan fechas, testimonios personales, fotografías, películas, novelas, periódicos y documentos sobre la realidad de los pueblos de la provincia y de las gentes que huyeron de sus casas, abandonaron sus tierras, se desarraigaron de sus lugares de nacimiento. Mujeres, niños, hombres, ancianos transportaban de un pueblo a otro su ruina física y moral, apuntando a Madrid como destino. Más tarde a Valencia, Después a Barcelona, para terminar en Francia, Argelia o México.

Madrid significaba la esperanza y la supervivencia más cercanas, a pesar del frío, del calor, de las enfermedades, de las miserias. Así contaba los desplazamientos Malraux, en su libro “La esperanza”, reproducido por Juan Carlos Collado Jiménez: “Detrás de los grupos silenciosos pasaban carretas atestadas de canastas y sacos donde brillaba por un instante el fulgor escarlata de una botella; después, encima de burros, campesinas sin rostro y en el que, sin embargo, se adivinaba la mirada fija, con la secular aflicción de las Huidas a Egipto”. Poco importaba que Madrid fuera diariamente bombardeado. Madrid era el lugar en el que ocultarse, encontrar la liberación o iniciar nuevas vidas.

El novelista Zamacois, también citado por Juan Carlos Collado, cuenta como “Una tarde, cercano ya el crepúsculo, los madrileños advirtieron que, por momentos, la fisonomía de la urbe se alteraba. Razonaba esta mutación el arribo, en tropel, de millares de familias expulsadas de sus pueblos por la guerra. Como Lucio había dicho, venían de todas partes; de Badajoz, de Mérida, de Espejo, de Linares, de Andújar, de Torrijos, de Oropesa, de Navalmoral de la Mata, de Santa Cruz de la Zarza, de Talavera, de Sigüenza, de Brihuega, de cuantos lugares azotaron las furias de la Muerte.. Madrid era el mar en que las carreteras de Andalucía, Extremadura y de Toledo volcaban – semejantes a los ríos – sus caudales de carne fugitiva”.

Los dos libros, tanto el de José María Ruiz Alonso como el de Juan Carlos Collado Jiménez, se complementan en la narración de unos sucesos que hasta hace poco nadie creía que hubieran sucedido por aquí. Leyendo el libro de Juan Carlos Collado, conocemos el miedo y la angustia de los refugiados que se desplazan de cualquier pueblo, huyendo de cualquier guerra. Son libros de historia. Es decir, rigurosos y documentados. Pero también la concreción de unas tragedias individuales que durante años se han ignorado o se han olvidado, algunos de cuyos últimos protagonistas desaparecen. En cuanto a Enrique Sánchez Lubián continúa reconstruyendo la Historia de una ciudad y de un partido político que algunos no quieren ni conocer.