Capilla Sixtina

Mirando a Italia

13 agosto, 2019 00:00

Las “esencias” ideológicas, filosóficas, religiosas o nacionales son el refugio para camuflar toda clase de irrealidades. Las “esencias” siempre suelen ser quiméricas, de ahí su eficacia para provocar debates sin fin. Ha sucedido así a lo largo de la Historia de la Humanidad. En nombre de diferentes “esencias” se han organizado guerras sangrientas, exterminios colectivos, barbaridades sin límite. Y en los tiempos recientes, a pesar del aparente progreso, se mantienen para justificar todo tipo de actitudes de riesgo: nacionalismos diversos, visiones integristas de la vida y el mundo, prácticas política diarias. La cuestión es que con los esencialistas se puede acordar poco: a la mínima cambian la posición en nombre de las “esencias”.

Podemos apareció en la escena española en un momento de máxima crisis colectiva. Y lo hizo arremetiendo contra la “casta”, que eran los demás, incluidos los socialistas. Se presentaron como los guardianes de las “esencias”, caballeros míticos de “En Busca del Arca Perdida” de Spielberg. Fue una forma eficaz de llamar la atención. De aquellos años abundan los escritos contra las “élites”, otro vocablo del momento para hacer referencia a las castas, pero en finolis. Élites eran aquellos, sobre todo los socialistas, que habían traicionado la revolución pendiente, sea lo que sea esa revolución y consista en lo que consista. Para recuperar las esencias de la izquierda aparecían ellos, en un teórico espacio vacío de la izquierda, como portavoces del pueblo. Los desencantados de la política (la política siempre genera decepciones, lo demás también), de la profesión, del arte, de la función pública, de la propia trayectoria personal, de la vida, del amor, de cualquier otra causa probable picaron el cebo, se adhirieron al mensaje. El medio es el mensaje, había enunciado Mc. Luhan hace tiempo. Y los medios, necesitados de oxigeno como el resto de ciudadanos, facilitaron la popularización de tales mensajes esencialistas. Con una diferencia entre ambos, que no conviene olvidar: los medios se alimentan de la gestión del día a día. La política, en cambio, gestiona lo diario, pero sin perder de vista las consecuencia de sus decisiones en el medio plazo, al menos. La política dispone de recorridos distintos a los del periodismo, sindicatos o empresarios, por ejemplo.

En el monopolio de las esencias de la izquierda que practica Podemos, al PSOE se le ha calificado desde su aparición como poco fiable. Una organización que se dice de izquierdas, pero que, en cuanto se les deja solos, se inclinan a la derecha. ¿Puedes fiarte de alguien que no se fía de ti? En consecuencia, como el PSOE no es fiable, formemos dos gobiernos en uno: el de la izquierda, nosotros; el otro, el del PSOE. Gobierno y oposición en el mismo gabinete. Algo tan atrabiliario como la alianza en Italia entre la Liga y el M5E, aunque en el caso de España sería entre la propia izquierda. O sea, mucho peor. Lo sorprendente, sin embargo, es que no se hayan descubierto o no se quieran descubrir las derivaciones que un gobierno de esta naturaleza conllevaría. Uno tiene la sensación que se prefiere formar Gobierno a toda costa sin valorar lo que suceda al día siguiente. Como para quitarle al personal un peso de encima. El pacto de dos gobiernos paralelos en el mismo gabinete en Italia ha durado un año. Cierto: no es aconsejable estar sin Gobierno, pero la urgencia del presente no debiera oscurecer los problemas de pasado mañana. Y algún problema tenemos por delante. Ante una previsible ofensiva nacionalista catalana, ¿cuánto tiempo aguantaría un gobierno de izquierdas fraccionado? ¿No estaríamos llamando a gritos a la derecha en una convocatoria electoral en pocos meses tras visibilizar la inviabilidad de un gobierno de izquierdas?