Capilla Sixtina

Latitudes enfrentadas

12 marzo, 2019 00:00

En un artículo reciente, Ignacio Varela resumía en una frase la situación de Podemos: “Tú a Siberia, yo a Galapagar”. Es decir, latitudes enfrentadas: represión o privilegios. Quienes en el futuro quieran dedicarse a la práctica política tendrán que estudiar el fenómeno “Podemos”. Un cometa fugaz en la sociedad del espectáculo y la emotividad irreflexiva. Un grupo de profesores de una Universidad madrileña descubrieron que los políticos que ejercían la Política no sabían de política. Cada vez más profesionalizados, entienden la realidad como un diván en el que acomodarse en vez de considerarla como un lugar para transformar. Tan pronto como consiguen un cargo o un carguito –no se cita cómo lo hacen– flotan como mariposas ortopédicas salidas de una plantación de crisálidas mecánicas. Un mundo desolado, a la espera una lluvia alternativa y sublimadora.

¡Contra la casta!, gritaron. Y la sociedad, aburrida e interconectada, propulsó el mensaje por las redes. Aquello era la modernidad; lo demás, restos de un pasado desvencijado. Todo el que se sintiera joven, progresista y, perdón, hasta revolucionario, debería sumarse al proyecto. “Asaltar los cielos”, estaba a la vuelta de la esquina. “El proyecto” lo constituyeron un grupo de profesores y amigos que, tras trasegar por diversos partidos, fundaron el suyo propio sobre vocablos como “gente”, “transversalidad”, “ciudadanía”, “pueblo” y el ta...chum, ta…chum de los gobiernos populistas de Latinoamérica, nueva cueva neoplatónica en la que se maceraban los logros futuros de la revolución pendiente. Por fin, alguien sacudía la abulia e inercia de un bipartidismo nada emocionante. Nacía una estrella para encandilar a inconformistas, periodistas y “snobs.”

Para participar en “el proyecto” solo se necesitaba inscribirse vía telemática. La nueva política venía a acabar con los viejos partidos de afiliados con carnet, encerrados en las capsulas endogámicas y suministradores de empleos de las sedes partidarias. A nadie se le ocurrió pensar, entre tantos instantes gloriosos, que quienes controlaran las plataformas de los inscritos controlarían el poder de la organización y las cúpulas directivas. Estricta tentación humana disimulada con abundante poética participativa. Los nuevos dirigentes de las nuevas estructuras se asimilaron velozmente a las viejas oligarquías de lo que llamaban viejos partidos. Ellos encarnaban las “vanguardias dirigentes” del proyecto popular. Aún así se convertirían en un fenómeno mediático y social. Algo más de cinco millones de ciudadanos crédulos apoyaron “el proyecto”, vendido como moderno, fresco, cuando un análisis somero apuntaba hacia un cascarón, cuajado de palabrería de primero de carrera universitaria. Como era de imaginar, no tardarían en aparecer los “egos inflados”, “las ambiciones sin límite”, “los errores estratégicos”, “la ideología cambiante”, “los gestos infantiles”, como regalarle al rey una serie televisiva de moda. O presentarse como presidente efectivo de Gobierno, tras un presidente de paja. Continuaron sumándose los errores y comenzaron las disensiones y los destierros. O el esperpento de una “votación participativa”, obligando a los inscritos a votar sobre si el líder y su pareja debían o no dimitir por haber comprado una vivienda en Galapagar. En un acontecimiento tan insólito planearon los fantasmas de Perón y Evita, de Marcos e Imelda, de Ernesto y Cristina o de Ortega y Rosario. La última gesta se ha cerrado con un cartel de campaña que imitaba otra campaña de una marca de colonia. “Vuelve el hombre”, anunciaba la loción viril. ¿O decimos machirulo? En la versión política actual “Vuelve Él”. Un macho alfa, en tiempos del “MeToo”. Bueno, cierto, la campaña se ha retirado. Pero ha descubierto una concepción de la organización basada en liderazgos narcisistas y dictatoriales. Algo ya sabido. “El proyecto” se desinfla.

Entre tanto, ha surgido otro proyecto, igual de espumoso, solo que de signo contrario.