Emiliano García-Page ha dejado esta semana un reflexión sobre los trasvases, que como casi todas las suyas, pertenece más al ámbito de lo que llamamos filosofía de cajón que a cualquier otro. Ha dicho Emiliano que a nadie, ni de derechas, ni de izquierdas, populistas de uno y otro signo incluidos, se le ocurre hablar del trasvase del Ebro, un río que como todo el mundo debería saber es el más caudaloso de España y con riadas, un año sí y otro también, que demuestran claramente sus excedentes.

Aunque algunas generaciones lo ignoren, lo de trasvasar agua de la España húmeda a la España seca siempre ha sido un pensamiento progresista que ponía su objetivo fundamental en la realización de un Plan Hidrológico Nacional que revirtiera la situación de más de media España. Joaquín Costa lo predicó como el catecismo básico del progreso y Lorenzo Pardo inició en los tiempos de la II República, un plan, que pese a quien pese, fue la base de la política hidráulica durante el franquismo.

Pero claro, aquellos progresistas hidráulicos pensaban en un país articulado llamado España en el que los intereses particulares se vieran sometidos a los generales de la mayoría. Eran otros tiempos que no volverán por mucho que algunos se empeñen en parar y dar la vuelta al tiempo. La España surgida del título VIII de la Constitución del setenta y ocho lo hace imposible. Cuando alguien habla hoy de Plan Hidrológico Nacional, en realidad habla de seis grandes planes de cuenca, correspondientes a los seis grandes ríos peninsulares, siempre que esa media docena no se vea alterada por el curso de alguno de esos ríos que tenga el capricho de discurrir por unas cuantas comunidades y multipliquen los intereses.

Y ese discurso progresista del PHN, hay que admitirlo, es algo de otro tiempo. Es un imposible en la España de las autonomías, como es un imposible, pretender una España centralizada a la manera del modelo jacobino francés. En esa realidad, de lo que es hoy España y su débil articulación y cohesión territorial, no cabe ni el trasvase del Tajo ni el del Ebro y por eso la única salida a la  situación es el pacto entre las comunidades afectadas para efectuar la liquidación del trasvase de una manera controlada en un tiempo que no debería ir más allá de un horizonte de una década. Hay que rendirse a la evidencia. Todo lo demás, mientras no se ponga fecha a la liquidación del trasvase Tajo-Segura, será vivir en un panorama político tan mentiroso como el actual. Ambigüedades de unos y otros según la orilla y la situación política de cada territorio afectado y más de lo mismo visto hasta ahora.

Aunque algunos no se lo quieran creer, alguna vez los trasvases en España eran la bandera del progreso.