Eduardo Sánchez Butragueño, en su blog Toledo Olvidado, acaba de llamar la atención sobre la liquidación de árboles en espacios urbanos. En este caso, el ejemplo es una fotografía de la Cuesta de las Armas en el mes de junio de 1898 con ocasión del recibimiento del Cardenal Sancha como arzobispo de la diócesis Primada.

Cualquiera que haya subido desde hace años a pie y en verano de la Puerta de Bisagra a Zocodover, se habrá llevado, además de una impagable vista panorámica del antiguo Arrabal de Santiago, un buen ejemplo de lo que puede ser pasar calor en una ciudad turística.

En las últimas décadas se ha impuesto de una manera generalizada y ni mucho menos justificada, sobre todo en plazas y calles de los cascos históricos, ese tipo de plazas y calles “duras” en las que los elementos naturales desaparecen, ante el argumento de despejar la vista del visitante ante los monumentos que la rodean.

En el papel y con los montajes virtuales que hoy se levantan en los estudios de Arquitectura y Urbanismo, cualquier proyecto de renovación solo urbana se vende solo. Otra cosa es estar metido luego como otro elemento más en esa dura y caliente realidad en un espacio de esos en los que la ley es el rigor climático.

Plazas bellísimas y que uno goza con gusto en invierno, se convierten en verdaderos asaderos insufribles para el visitante en cuanto llega el mes de mayo. El granito, el mármol, el hormigón, el hierro, los materiales al uso que dominan en estos espacios tienen la virtud, en cuanto aprieta el calor, de dejar indefenso al incauto visitante, al que no le queda otra alternativa que cooperar con la limpieza de líneas y perspectivas y abrirse de allí lo más pronto posible.

Toledo, como Sevilla o tantas otras ciudades, son difíciles de visitar en pleno verano para cualquiera turista convencional. En muchos de esos visitantes el recuerdo predominante que quede en su memoria será el calor, y eso es algo que en muchas de estas ciudades se vería paliado en buena manera por una planificación en la que el arbolado tuviera mucha mayor presencia de lo que hoy tiene.

Una buena planificación que comienza por la elección de las distintas especies de árboles para que su crecimiento, porte y tamaño no interfiera en la contemplación de edificios y monumentos y en la búsqueda de los lugares más idóneos para plantarlos como refugio natural del turista y del vecino, que seguro lo agradecerán.

Esperemos que en los próximos años todos los que tienen que ver algo con la planificación urbana lo tengan más en cuenta que hasta ahora mismo.