Coinciden en el tiempo dos entrevistas con el tomellosero Antonio López en dos grandes medios, de la mano de dos buenas periodistas: Luisa Espino, aquí mismo en El Cultural de EL ESPAÑOL, y Natividad Pulido en Abc Cultural. En la de Abc está acompañado por el escultor Jaume Plensa.

Se dice que cuando uno pasa de los ochenta se atreve a decir lo que no diría con otra edad que no fuera la de la infancia. Los viejos, que ya poco tienen que perder, y los niños, que no son niños viejos, que también los hay, siempre dicen la verdad. O casi siempre. Antonio López suelta en estas dos entrevistas un par de esas verdades que en el mundo de hoy son políticamente incorrectas y que solo unos pocos que poco tienen que perder se atreven a decir.

La primera es una confesión que nunca ha hecho a lo largo de su vida, aunque muchas veces durante su trayectoria artística y profesional aparecieran signos inconfundibles sobre ello: “Otros se obsesionan con la muerte, yo por el dinero”. Así de claro. Pregunten a cualquier artista y negará su interés por el vil metal. Antonio López García, el Antoñito que vio la vida que llevó el que fue su gran maestro, su tío Antonio López Torres, no ha tenido ningún problema en confesarlo. El dinero, la lujuria de los viejos que dice la vieja Celestina, es su obsesión. Está en su perfecto derecho. La vida de un artista nunca está asegurada aunque, que se sepa Antonio López no tiene yate, ni grandes mansiones ni grandes lujos. Siempre ha presentado una imagen de austeridad que uno creía una pose.

Ahora lo ha confesado: era simple miedo a gastar por encima de sus posibilidades. Un miedo irracional que uno no entiende en un artista que aseguró su futuro y el de su familia muy pronto. Apuros los justos. Ha sido valiente porque la confesión suena en este mundo hipócrita como la de un pornógrafo.

Pero si con esa confesión la que sale dañada es la imagen personal del artista que no tiene miedo a desnudarse ante el mundo, cuando dice en ABC: “Sinceramente, creo que el arte tiene  en nuestro país. Y hay un arte que se lo merece y otro que no”, y remata la faena afirmando que “Está más desatendido el campo que el arte”, se ha convertido Antoñito, en los círculos artísticos, de esos que no se obsesionan con el dinero y solo piensan en el amor, la muerte, el arte y los sentimientos sublimes, en alguien que ha perdido el oremus.

¡Qué ocurrencia tan políticamente incorrecta!: confesar la obsesión por el dinero y admitir que el campo y no el arte es el sí que está dejado de la mano de Dios y de los hombres.