La Sociedad Cervantina de Alcázar de San Juan acusa a la Oficina de Patentes y Marcas de negar el bautizo de su cabernet de doce meses de crianza. El pecado es haber elegido el nombre de hideputa, un calificativo que aparece en el Quijote, como aparecen otras muchas expresiones denigratorias y ofensivas, que no reflejan otra cosa que el lenguaje de los caminos, las ventas y de la mayoría de la gente de las capas populares de la época. La Sociedad Cervantina se ha ofendido y ha dicho “que adonde no llegó la Inquisición o el Consejo Real en el siglo XVI lo ha hecho en el  siglo XXI un estamento oficial español”, lo cual no deja de ser una tramposa y demagógica falacia que un estudiante de primero de Derecho desmontaría en pocos segundos y sin ninún esfuerzo..

Está claro que en la España del siglo XXI cada cual puede llamar y calificar a un vino, a un coche o cualquier objeto (lo de animal en los tiempos que corren habría que verlo con detenimiento y mucho cuidado) como le dé la gana. Otra cosa es que pretenda que un registro oficial de cualquier Administración se preste a que el pretendiente dicte las normas y a su capricho imponer su criterio. Si pretendes oficializar un nombre con el refrendo de una institución oficial, no puedes pretender a la vez saltarte las leyes y normas por las que se rige.

Está claro que las oficinas de patentes y marcas no son el Registro Civil donde alguien que pretendiera inscribir con el nombre de Hijoputa a su propio hijo recibiría sin ninguna duda una rotunda negativa, y me temo que alguna cosa más aneja al apartado del respeto debido a los derechos humanos.

Antes decía que en los tiempos de corren no está claro si llamar hijoputa a tu perro o a tu gato no cae dentro de la esfera de lo delictivo comprendida dentro del maltrato animal, y por eso no me atrevía a ir más allá del mundo de los objetos inanimados cuando afirmaba que cada cual puede llamar y calificar a lo suyo como le dé la real gana, y que otra cosa es que pretenda obtener un beneficio exclusivo añadido al desahogo.  

Los miembros de la Sociedad Cervantina de Alcázar, que son en su inmensa mayoría personas ilustradas y que han leído muchas veces el Quijote, es imposible que ignoraran cuestiones tan elementales. Todo lo contrario, sabían de sobra que el bautizo de su niño oficialmente era un imposible, pero saldrían mucho en los papeles.

La cosa es que los cervantinos de Alcázar se lo han tomado con filosofía, porque saben que por mucha oficina de patentes que niegue la inscripción, nadie les impide en la intimidad seguir llamando hideputa al hijoputa, cabrón de su hijo.